Notaba bajo mi chaqueta de cuero el cálido sol de la tarde de finales de septiembre sobre el brazo que asomaba por la ventanilla del coche. El diminuto vial de sal de mi pulsera de amuletos se movía con el viento, tintineando contra la cruz de madera. Alargué la mano para ajustar el espejo retrovisor y así ver el tráfico detrás de nosotros. Era agradable tener un vehículo a mi disposición. Llegaríamos a la AFI en quince minutos, no en los cuarenta que tardaría el autobús, incluso a pesar del tráfico de por la tarde.
—Gira a la derecha en el próximo semáforo —dije se?alando.
Observé incrédula como Glenn seguía recto en la intersección.
—?Qué co?o pasa contigo? —exclamé—. Todavía está por llegar la vez que me suba a este coche y tú vayas adonde yo te pido.
Glenn puso una expresión engreída tras sus gafas de sol.
—Es un atajo. —Sonrió burlonamente ense?ando sus dientes extraordinariamente blancos. Era la primera sonrisa auténtica que le había visto y me pilló desprevenida.
—Claro —dije haciendo un gesto con la mano—, ensé?ame tu atajo. —Dudaba mucho que fuese más rápido, pero no pensaba decir nada. Al menos no después de esa sonrisa.
Giré la cabeza de pronto al ver un cartel conocido en uno de los edificios que pasamos.
—?Eh!, ?para! —grité dándome media vuelta en el asiento—. Es una tienda de hechizos.
Glenn miró detrás de él e hizo un cambio de sentido indebido. Me agarré al borde de la ventanilla cuando volvió a girar para detenerse justo frente a la tienda y aparcar junto al bordillo. Abrí la puerta y cogí mi bolso.
—Vuelvo en un minuto —dije y él asintió echando hacia atrás su asiento y recostándose en el reposacabezas.
Lo dejé tranquilo para que se echase una siesta y me dirigí hacia la tienda. Las campanitas de la puerta sonaron y respiré hondo notando cómo me relajaba. Me gustaban las tiendas de hechizos. Esta olía a lavanda, a diente de león y a clorofila. Pasé por delante de los hechizos ya preparados y fui directa al fondo, donde estaban las materias primas.
—?Puedo ayudarla en algo?
Levanté la vista de un ramillete de sanguinaria para encontrarme con un dependiente pulcro y atento inclinado sobre el mostrador. Era un brujo a juzgar por su olor; aunque era difícil de saber con todos los olores de la tienda.
—Sí —dije—. Estoy buscando semillas de helecho y un palo de secuoya que sirva para hacer una varita.
—?Ah! —exclamó triunfantemente—. Guardo las semillas por aquí.
Lo seguí en paralelo desde mi lado del mostrador hasta un expositor con tarros color ámbar. Los recorrió se?alando con un dedo y sacó uno del tama?o de mi me?ique, ofreciéndomelo. No quise cogerlo y le indiqué que lo pusiese en el mostrador. Pareció ofenderse cuando me vio rebuscar en el bolso y sacar un amuleto y suspenderlo sobre el tarro.
—Le aseguro, se?ora —dijo estiradamente—, que es de la máxima calidad.
Le dediqué una leve sonrisa cuando el amuleto brilló con un tenue color verde.
—Estuve bajo amenaza de muerte la pasada primavera —le expliqué—. No puede culparme por ser precavida.
Las campanitas sonaron y miré hacia atrás para ver a Glenn entrando.
El dependiente se animó de pronto y chasqueando los dedos dio un paso atrás.
—Es Rachel, Rachel Morgan, ?verdad? ?La conozco! —Me apretó el tarro en las manos—. Regalo de la casa. Me alegro tanto de ver que sobrevivió. ?Cómo iban las apuestas en contra? ?Trescientos a uno?
—Eran doscientos —dije ligeramente ofendida. Observé que su mirada se fijaba por encima de mi hombro en Glenn y se le helaba la sonrisa al darse cuenta de que era un humano—. Viene conmigo —dije y el dependiente dio un suspiro entrecortado e intentó disimularlo con una tos. Sus ojos se posaron sobre el arma medio oculta de Glenn. Maldita sea, a?oraba mis esposas.
—Las varitas están por aquí —dijo dejando claro por su tono de voz que no aprobaba mi elección de acompa?antes—. Las guardamos en una caja de desecación para mantenerlas en buen estado.
Glenn y yo lo seguimos hasta un espacio despejado junto a la caja registradora. El dependiente sacó una caja de madera del tama?o de una funda de violín, la abrió y le dio la vuelta con un gesto grandilocuente para que pudiese ver el interior.
Suspiré al percibir el ascendente aroma a secuoya. Levanté una mano para tocarlas pero la dejé caer de nuevo cuando el dependiente se aclaró la garganta.
—?Qué hechizo está preparando, se?orita Morgan? —me preguntó poniendo tono de vendedor profesional y mirándome por encima de sus gafas. La montura era de madera y apostaría mis braguitas a que tenían un encantamiento para ver a través de hechizos de disfraz de magia terrenal.
—Quiero probar un hechizo sin contacto para… eh… ?romper la madera que ya está en tensión? —dije disimulando un matiz de vergüenza.