El bueno, el feo yla bruja

Glenn vaciló antes de desabrocharse el último botón de su chaqueta y sentarse, relajando su compostura formal de agente de la AFI.

 

—Invita la AFI. En realidad también es mi desayuno. No llegué a casa hasta casi el amanecer. Tenéis una jornada muy larga.

 

Su débil tono de aceptación me relajó la tensión de los hombros un poco más.

 

—En realidad no lo es tanto, lo que pasa es que empieza unas seis horas después que la vuestra.

 

Me apetecía Ketchup con las patatas y me levanté para ir a la nevera. Vacilé al alargar la mano para coger el bote rojo. Ivy llamó mi atención y se encogió de hombros cuando le se?alé el bote. Sí, pensé, es él quien invade nuestras vidas. Anoche se comió la pizza. ?Por qué íbamos a sufrir Ivy y yo por su culpa? Decidiéndome, saqué el bote y lo puse en la mesa con un fuerte golpe. Para decepción mía, Glenn no se dio cuenta.

 

—Entonces —dijo Ivy alargando el brazo para coger el Ketchup—, ?hoy vas a hacer de canguro de Rachel? No intentes coger el autobús con ella. No se pararán a recogerla.

 

Glenn levantó la vista y se sobresaltó al ver a Ivy adornar su hamburguesa con la roja salsa.

 

—Eh… —Parpadeó y se detuvo un momento al perder obviamente el hilo de sus pensamientos. Sus ojos estaban clavados en el Ketchup—. Sí, voy a ense?arle lo que tenemos de los asesinatos hasta el momento.

 

Una sonrisa curvó las comisuras de mi boca al ocurrírseme una idea.

 

—Eh, Ivy —dije como quien no quiere la cosa—, pásame la sangre coagulada.

 

Sin pensárselo dos veces empujó el bote desde el otro lado de la mesa. Glenn se quedó helado.

 

—?Oh, Dios mío! —susurró muy serio y poniéndose amarillo.

 

Ivy se rió entre dientes y yo no pude aguantarme la risa.

 

—Relájate, Glenn —dije echándome Ketchup en las patatas fritas. Me eché hacia atrás en mi silla y le dediqué una mirada taimada mientras me comía una—. Es Ketchup.

 

—?Ketchup! —Tiró de su mantel de papel para acercarse más la comida—. ?Estáis locas?

 

—Es casi lo mismo que te estuviste zampando anoche —dijo Ivy.

 

Le acerqué el bote.

 

—No te va a matar. Pruébalo.

 

Con los ojos clavados en el bote de plástico rojo, Glenn negó con la cabeza. Tenía el cuello tenso y se acercó más su comida.

 

—No.

 

—Oh, venga, Glenn —le insistí—. No seas blandengue. Lo de la sangre era broma.

 

?De qué servía tener a un humano en casa si no podías pincharlo un poquito? Siguió comiéndose su hamburguesa con gesto hura?o como si fuese una carga y no una experiencia agradable. Claro que sin Ketchup no me extra?a.

 

—Mira —dije con tono persuasivo acercándome y girando el bote—, aquí pone lo que lleva: tomate, sirope de maíz, vinagre, sal… —Titubeé un instante y fruncí el ce?o—. Oye, Ivy, ?sabías que le echan cebolla y ajo en polvo al Ketchup?

 

Ella asintió y se limpió una mancha de salsa de la comisura de los labios. Glenn parecía interesado y se inclinó para leer la letra peque?a justo encima de mi u?a recién pintada.

 

—?Por qué? —preguntó—. ?Qué hay de malo en la cebolla y el ajo? —Entonces un pensamiento cruzó por sus ojos marrones y se echó hacia atrás—. Ah —dijo como si hubiese hecho un descubrimiento—, ajo.

 

—No seas idiota —dije poniendo el bote en la mesa—. El ajo y la cebolla tienen mucho azufre, y también los huevos. Me produce migra?a.

 

—Mmm —dijo Glenn con aire de suficiencia mientras cogía el bote de Ketchup con dos dedos para leer la etiqueta por sí mismo—. ?Qué son aromas naturales?

 

—Mejor que no lo sepas —dijo Ivy con un tono teatralmente grave. Glenn dejó el bote en la mesa. No pude evitar un bufido de regodeo.

 

Ivy se puso en pie de un salto al oír una motocicleta que se acercaba.

 

—Vienen a recogerme —dijo arrugando su envoltorio y empujando su bolsa de patatas medio llena hasta el centro de la mesa. Se desperezó estirando su desgarbado cuerpo hacia el techo. Glenn le echó una ojeada y luego apartó la vista. Mi mirada se cruzó con la de Ivy. Sonaba como la moto de Kist. Me preguntaba si esto tendría algo que ver con lo de anoche. Ivy cogió su bolso, no sin antes darse cuenta de mis recelos.

 

—Gracias por el desayuno, Glenn. —Se volvió hacia mí—. Nos vemos luego, Rachel —a?adió y se marchó tan campante.

 

Glenn se relajó y miró el reloj de encima del fregadero para luego seguir comiendo. Estaba reba?ando la última gota de Ketchup con una patata cuando la voz de Ivy se filtró desde la calle:

 

—Vete al cuerno, Kist. Conduzco yo.

 

Sonreí al oír la moto acelerar y luego volvió la tranquilidad a la calle.

 

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