El bueno, el feo yla bruja

Muéstramelo, Rachel sonó su voz dentro de mí. Envuelto en ese pensamiento había una obsesión. Una bella, bella obsesión. La sensación de necesidad se tornó anticipación. Lo tendría todo y más… pronto. Afectuosa y complacida, recorrí con una u?a desde mi oreja hasta la clavícula, a punto de estremecerme cada vez que tropezaba con cada una de las cicatrices. El murmullo de las conversaciones había desaparecido. Estábamos solos, envueltos en un confuso remolino de expectación. Me había embelesado y no me importaba. Que Dios me perdone, ?me sentía tan bien!

 

—?Rachel? —me susurró Ivy y entonces parpadeé. Tenía la mano apoyada en el cuello. Me notaba el pulso golpeando rítmicamente contra ella. La sala y su bullicio volvieron de golpe a existir con una dolorosa descarga de adrenalina. Piscary estaba arrodillado frente a mí, sujetándome una mano y mirando hacia arriba. Su mirada de negras pupilas era afilada y nítida. Inhalo saboreando mi aliento que fluyó a través de él.

 

—Sí —dijo cuando retiré mi mano de la suya con el estómago hecho un nudo—. Mi peque?a Ivy ha sido muy descuidada.

 

Casi jadeando me miré fijamente las rodillas, empujando la repentina sensación de miedo hasta mezclarla con las decrecientes ansias por tocarlo. La cicatriz del demonio de mi cuello palpitó una última vez y se debilitó. Exhalé el aliento que mantenía retenido con un suave sonido que conllevaba un matiz de a?oranza y me odié por ello.

 

Con un suave y grácil movimiento, Piscary se levantó. Me quedé mirándolo y odié que comprendiese perfectamente lo que me había hecho. El poder de Piscary era tan íntimo y certero que la idea de que pudiese oponerme no se le había pasado por la cabeza. A su lado, Kist parecía inofensivo como un ni?o, incluso cuando tomaba prestadas las habilidades de su maestro. Después de esto, ?cómo iba a volver a tener miedo de Kisten nunca más?

 

Los ojos de Glenn estaban abiertos como platos y con expresión de incertidumbre. Me preguntaba si todo el mundo se habría enterado de lo que acababa de pasar. Ivy cogió su copa de vino vacía por el pie y sus nudillos se volvieron blancos por la presión. El anciano vampiro se inclinó hacia ella.

 

—Esto no funciona, peque?a Ivy. O controlas tú a tu mascota o lo haré yo.

 

Ivy no contestó. Se quedó sentada con la misma expresión asustada y desesperada.

 

Aún temblorosa no me encontraba en condiciones de recordarles que yo no era una posesión. Piscary suspiró como si fuese un padre cansado.

 

Jenks llegó revoloteando erráticamente hasta nuestra mesa, lloriqueando débilmente.

 

—?Para qué rayos he venido? —soltó al aterrizar en el salero y empezó a sacudirse de la ropa lo que parecía ser queso en polvo que cayó a la mesa. Y tenía salsa en las alas—. Podría estar en casita en la cama. Los pixies dormimos de noche, ?lo sabíais? Pero noooo —dijo alargando la vocal—, tenía que ofrecerme voluntario para hacer de ni?era. Rachel, dame un poco de tu vino. ?Sabes lo difícil que es quitar la salsa de tomate de la seda? Mi mujer me va a matar.

 

Jenks detuvo su arenga al darse cuenta de que nadie le estaba escuchando. Reparó en la angustiada expresión de Ivy y en mis asustados ojos.

 

—?Qué demonios pasa aquí? —dijo impetuosamente y Piscary se apartó de la mesa.

 

—Ma?ana —le dijo el anciano vampiro a Ivy. Se volvió hacia mí e inclinó la cabeza a modo de despedida.

 

Jenks nos miró alternativamente a Ivy y a mí.

 

—?Me he perdido algo?

 

 

 

 

 

9.

 

 

—?Dónde está mi dinero, Bob? —susurré mientras echaba el apestoso pienso en la ba?era de Ivy. Jenks había enviado el día anterior a su prole al parque más cercano a buscar comida para peces para mí. El bonito pez engulló el pienso de la superficie y fui a lavarme las manos para quitarme el olor a aceite de pescado. Con los dedos chorreando me quedé mirando las toallas rosa de Ivy, perfectamente colocadas. Tras un momento de vacilación me sequé las manos y luego las estiré para que no notase que había usado una.

 

Me entretuve un momento intentando arreglarme el pelo bajo la gorra de cuero, luego entré en la cocina taconeando con mis botas. Miré el reloj sobre el fregadero. Moviéndome nerviosa me acerqué a la nevera y la abrí para quedarme mirando dentro sin ver nada. ?Dónde demonios se había metido Glenn?

 

—Rachel —masculló Ivy desde su ordenador—. Estate quieta. Me das dolor de cabeza.

 

Cerré la nevera y me apoyé en la encimera.

 

—Me dijo que estaría aquí a la una.

 

—Llega tarde, ?y qué? —dijo Ivy con un dedo en la pantalla mientras anotaba una dirección.

 

—?Una hora? —exclamé—. Jolín, me habría dado tiempo a ir a la AFI y volver.

 

Ivy cambió de página web.

 

—Si no aparece te presto el dinero para el autobús.

 

Me giré hacia la ventana que daba al jardín.

 

—No es por eso por lo que le estoy esperando —dije aunque sí que lo fuese.

 

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