El bueno, el feo yla bruja

Piscary asintió. Ivy seguía sentada muy tensa en el banco. Su pizza permanecía intacta salvo por el primer bocado.

 

—Sí —me respondió Piscary—, aparentemente su novia trabaja también para el se?or Kalamack. Creo que su nombre es… ?Sara? Quizá deberíais hablar con ella si lo estáis buscando. —Su sonrisa de largos dientes se volvió taimada—. Probablemente haya sido ella la que le ha conseguido el trabajo, ya me entendéis.

 

Yo sí lo entendía, pero al parecer Sara Jane no. El corazón me dio un vuelco y empecé a sudar. Lo sabía. Trent era el cazador de brujos. Había engatusado a Dan con la promesa de un trabajo y probablemente se lo cargó cuando Dan intentó echarse atrás al darse cuenta de en qué lado de la ley estaba Trent. Era él. Maldita sea, ?lo sabía!

 

—Gracias, se?or Piscary —dije deseando marcharme para empezar a cocinar unos hechizos esa misma noche. Se me hizo un nudo en el estómago y la mezcla de la deliciosa pizza con el sorbo de vino se me agrió por la agitación. Trent Kalamack, pensé amargamente, ya eres mío.

 

Ivy dejó su copa vacía en la mesa. La miré a los ojos triunfantemente, pero la agradable sensación flaqueó al comprobar que ella solo miraba la copa que se volvió a llenar ella misma. Ivy nunca, nunca bebía más de una copa de vino, preocupada y con razón por la consecuente relajación de sus inhibiciones. Me acordé de cómo se había desmoronado en la cocina cuando le dije que iba de nuevo a por Trent.

 

—Rachel —dijo Ivy con la mirada fija en el vino—, ya sé lo que estás pensando. Deja que se encargue la AFI, o se lo paso a la SI.

 

Glenn se puso tenso pero permaneció en silencio. El recuerdo de sus dedos alrededor de mi cuello me facilitó adoptar un tono de voz neutro.

 

—No me va a pasar nada —dije.

 

Piscary se levantó situando su calva bajo la lámpara colgante.

 

—Ven a verme ma?ana, peque?a Ivy. Tenemos que hablar.

 

Ivy adoptó la misma expresión de miedo que había visto en ella la noche anterior. Pasaba algo de lo que yo no tenía ni idea y no era nada bueno. Ivy y yo íbamos a tener que hablar también.

 

La sombra de Piscary recayó sobre mí y levanté la vista. Me quedé helada, estaba demasiado cerca y el olor a sangre superó el ácido aroma de la salsa de tomate. Sus ojos negros se clavaron en los míos, algo en ellos cambió, tan repentina e inesperadamente como una grieta en el hielo.

 

El anciano vampiro no me tocó en ningún momento, pero un delicioso cosquilleo me recorrió cuando espiró. Abrí los ojos de par en par por la sorpresa. Su susurrante respiración siguió a sus pensamientos a través de mi ser, convirtiéndose en una cálida ola que me empapó como el agua al chocar contra la arena. Sus pensamientos rozaron el fondo de mi alma y rebotaron cuando susurró algo que no había oído jamás.

 

Me dejó sin respiración y de pronto la cicatriz de mi cuello empezó a palpitar al mismo ritmo que mi pulso. Me quedé horrorizada mientras permanecía sentada inmóvil y sintiendo como la recorrían prometedores regueros de éxtasis. Una repentina necesidad me obligó a abrir los ojos de par en par y se me aceleró la respiración.

 

La penetrante mirada de Piscary era de complicidad. Inspiré de nuevo y contuve la respiración para controlar el hambre que crecía en mí. No quería sangre. Lo quería a él. Quería que él se abalanzase sobre mi cuello, que me arrojase salvajemente contra la pared y que tirase de mi cabeza hacia atrás para chuparme la sangre, dejando una sensación de éxtasis que era mejor que el sexo. Luché contra mi voluntad, exigiendo una respuesta. Seguía sentada, rígida, incapaz de moverme, con el pulso latiéndome con fuerza.

 

Su potente mirada descendió hasta mi cuello. Me estremecí ante la sensación y cambié de postura, invitándolo. La atracción fue a más, era tentadoramente insistente. Sus ojos acariciaron mi mordisco del demonio. Cerré los ojos lentamente ante una retorcida promesa punzante. Si llegase a tocarme… no anhelaba más que eso. Mi mano ascendió espontáneamente hasta mi cuello. Repugnancia y gozosa embriaguez luchaban en mi interior, ahogadas por una imperiosa necesidad.

 

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