Jenks revoloteó hasta el pimentero y Piscary le dedicó una inclinación de cabeza antes de volverse hacia mí.
—Rachel Morgan —dijo lentamente y con atención—, estaba esperando que mi peque?a Ivy te trajese a verme. Creo que le daba miedo que le dijese que no podía volver a jugar contigo. —Sus labios se curvaron formando una sonrisa—. Estoy encantado.
Contuve la respiración cuando me tomó la mano con una gran gentileza que contrastaba con su aspecto. Levantó mis dedos llevándolos cerca de sus labios. Sus oscuros ojos estaban fijos en los míos. Se me aceleró el pulso, pero parecía que mi corazón estuviese en otro sitio. Inhaló el aire por encima de mi mano, como si oliese mi sangre latiendo bajo la piel. Contuve un escalofrío apretando la mandíbula.
Los ojos de Piscary eran del color del hielo negro. Osadamente le devolví la mirada, intrigada por los matices más allá de sus profundidades, fue Piscary quien apartó primero la mirada y rápidamente retiré la mano. Era bueno, realmente bueno. Había usado su aura para cautivarme en lugar de para asustarme. Solo los más ancianos podían hacerlo y no había sentido ni siquiera una punzada en mi cicatriz de demonio. No sabía si tomarlo como una buena o una mala se?al.
Piscary se sentó en el banco junto a Ivy riéndose abiertamente ante mi repentino y obvio recelo y tres camareros se esforzaron por arreglárselas con las fuentes redondas. Glenn no parecía demasiado molesto porque Ivy no le hubiese presentado y Jenks mantuvo la boca cerrada. Glenn se apretujó contra mi hombro, empujándome hasta que casi me quedo colgando por el borde para dejarle sitio a Piscary.
—Tenías que haberme avisado que veníais —dijo Piscary—, te habría reservado una mesa.
Ivy se encogió de hombros.
—Esta está bien.
Medio girándose, Piscary miró hacia el bar y gritó:
—?Traedme una botella roja de la bodega de los Tamwood! —Esbozó una sonrisa maliciosa—. Tu madre no echará en falta una.
Glenn y yo intercambiamos una mirada de preocupación. ??Una botella roja??.
—Eh, ?Ivy? —interpuse.
—Oh, Dios mío —se quejó—. Es vino, relájate.
Que me relaje, pensé, es más fácil decirlo que hacerlo con el trasero medio fuera del asiento y rodeada de vampiros.
—?Habéis pedido ya? —preguntó Piscary a Ivy, pero su sofocante mirada estaba fija en mí—. Tengo un queso nuevo que usa una especie de moho recién descubierta para madurar. Viene directamente de los Alpes.
—Sí —dijo Ivy—. Una extragrande…
—Con todo menos cebolla y pimiento —terminó de decir él, ense?ando los dientes en una amplia sonrisa al volverse de ella hacia mí.
Dejé caer los hombros cuando apartó los ojos de mí. No aparentaba ser nada más que un amable cocinero de pizzas y aun así estaba despertando en mí más alarmas que si fuese alto, delgado y se moviese seductoramente vestido con encaje y seda.
—?Ja! —espetó y reprimí un respingo—. Voy a cocinarte algo de cena, peque?a Ivy.
Ivy sonrió como si tuviese diez a?os.
—Gracias, Piscary. Me encantaría.
—Claro que sí. Algo especial, algo nuevo. Invita la casa. ?Será mi mejor creación! —dijo orgullosamente—. Le pondré tu nombre y el de tu sombra.
—Yo no soy su sombra dijo Glenn con tono tenso, los hombros hundidos y la mirada clavada en la mesa.
—No hablaba de ti —dijo Piscary y yo abrí los ojos de par en par.
Ivy se revolvió incómoda.
—Rachel… tampoco es mi… sombra.
Lo dijo con un cierto tono de culpabilidad y por un instante una nube de confusión cruzó la expresión del viejo vampiro.
—?De verdad? —dijo e Ivy se tensó visiblemente—. Entonces, ?qué haces con ella, peque?a Ivy?
Ella no se atrevía a levantar la vista de la mesa. Piscary volvió a mirarme a los ojos. El corazón me dio un vuelco al notar un leve cosquilleo en el cuello, en el mordisco del demonio. De pronto la mesa parecía demasiado atestada. Me sentía presionada por todas partes y me embargó una sensación de claustrofobia. Sorprendida por el cambio exhalé y contuve la siguiente respiración. Maldición.
—Esa cicatriz de tu cuello es muy interesante —dijo Piscary con una voz que parecía escudri?ar mi alma. Me dolía y era agradable al mismo tiempo—. ?Es de un vampiro?
Levanté la mano inconscientemente para tapármela. La mujer de Jenks me la había cosido y los diminutos puntos eran casi invisibles. No me gustaba que se hubiese fijado.
—Es de un demonio —dije sin importarme que Glenn se lo contase a su padre. No quería que Piscary pensase que me había mordido un vampiro, ni Ivy ni ningún otro.
Piscary arqueó las cejas ligeramente sorprendido.
—Parece de vampiro.
—Eso parecía también el demonio en ese momento —dije notando un nudo en el estómago al recordarlo. El viejo vampiro asintió.
—Ah, eso lo explicaría todo. —Sonrió dejándome helada—. Una virgen asaltada cuya sangre no ha sido reclamada. Resultas una combinación deliciosa, se?orita Morgan. No me extra?a que mi peque?a Ivy te haya estado escondiendo de mí.