—Para —le dije volviéndome para ponerme frente a él—. Tienes a toda una fila de mujeres observándote en el bar. Ve a molestarlas a ellas.
—Es mucho más divertido molestarte a ti. —Inspiró mi olor profundamente y se inclinó hacia mí—. Sigues oliendo a Ivy, pero no te ha mordido. Dios mío, eres una provocadora.
—Somos amigas —dije ofendida—. No me está cazando.
—Entonces no le importará que lo haga yo.
Me aparté de él enfadada. Me siguió hasta que mi espalda se topó con una de las columnas.
—Deja de moverte —dijo apoyando la mano contra el grueso poste a la altura de mi cabeza, inmovilizándome aunque aún corría el aire entre nosotros—. Quiero decirte algo y no quiero que nadie más lo oiga.
—Como si alguien pudiese oírte con todo este ruido —me burlé a la vez que doblaba los dedos tras la espalda de forma que no me clavase las u?as en la palma si tenía que pegarle.
—Puede que te sorprenda —me murmuró con la mirada penetrante. Clavé mis ojos en los suyos, buscando el más mínimo aumento del negro de sus pupilas sin encontrarlo, a pesar de que su cercanía despertaba un prometedor calor en mi cicatriz. Había vivido el tiempo suficiente con Ivy para saber el aspecto que tenía un vampiro a punto de perder el control. Kist estaba bien, mantenía sus instintos bajo control y su hambre estaba saciada.
Estaba razonablemente a salvo, así que me relajé, liberando la tensión de los hombros. Sus labios rojos por el deseo se entreabrieron con sorpresa al ver que aceptaba su cercanía. Con los ojos brillantes respiró lánguidamente, ladeó la cabeza y se inclinó de forma que sus labios rozaron mi oreja. La luz se reflejaba en la cadena negra que llevaba al cuello y atrajo mi mano. Estaba caliente al tacto y esa sorpresa hizo que mis dedos siguiesen jugueteando con ella cuando debí haberla soltado.
El jaleo de platos y conversaciones pareció alejarse al exhalar Kist un suave e irreconocible susurro. Una sensación deliciosa me embargó, haciendo correr metal fundido por mis venas. No me importaba que fuese porque había despertado mi cicatriz, ?era tan agradable! Y eso que todavía no me había dicho ni una palabra que pudiese reconocer.
—?Se?or? —dijo una voz vacilante proveniente de detrás de Kist. él contuvo la respiración y durante tres latidos se mantuvo quieto, sin moverse aunque sus hombros se tensaron en un gesto de enfado. Yo dejé caer la mano de su cuello.
—Alguien te llama —dije mirando por encima de su hombro para ver al camarero jefe revolverse inquieto. Esbocé una sonrisa. Kist estaba a punto de infringir la LPM y habían enviado a alguien para refrenarlo. Las leyes eran algo positivo. Servían para mantenerme con vida cuando hacía algo estúpido.
—?Qué? —dijo Kist inexpresivamente. Hasta ahora no había oído su voz sin su carga de seductora petulancia y su poder me provocó una sacudida, haciéndolo todo mucho más difícil por lo inesperado.
—Se?or, ?el grupo de lobos de arriba? Están empezando a dar problemas.
Vaya, pensé, eso no era lo que yo creía que iba a decir.
Kist estiró el codo y se apartó de la columna con expresión irritada. Yo respiré con normalidad y una decepción malsana se mezcló con una bocanada inquietantemente peque?a de alivio por parte de mi instinto de conservación.
—Te dije que les dijeses que no nos quedaba acónito —dijo Kist—. Apestaban a él cuando llegaron.
—Y lo hicimos, se?or —protestó el camarero dando un paso atrás cuando Kist se separó completamente de mí—, pero obligaron a Tarra a admitir que quedaba un poco dentro y se lo sirvió.
El fastidio de Kist se tornó ira.
—?Quién le ha encargado a Tarra la parte de arriba? Le dije que trabajase abajo hasta que se le curase del todo el mordisco de lobo.
?Kist trabajaba en Piscary's? Menuda sorpresa. No creía que tuviese el aplomo suficiente para hacer nada útil.
—Convenció a Samuel para que la dejase subir con la excusa de que se consiguen mejores propinas —dijo el camarero.
—Sam… —masculló Kist con los dientes apretados. Dejaba entrever sus emociones y para mi sorpresa era la primera vez que reconocía en él pensamientos que no giraban alrededor del sexo o la sangre. Con los labios apretados recorrió la sala con la mirada—. Está bien. Reúne a todo el mundo como si fuese para celebrar un cumplea?os y sácala de allí antes de que los haga estallar. Corta el grifo de acónito e invita a postre a quien quiera.
Su barba rubia de dos días reflejó la luz cuando levantó la cabeza para mirar hacia arriba, como si pudiese ver a través del techo el jaleo de arriba. La música volvía a sonar alto y se filtraba la voz de Jeff Beck. Loser. De alguna forma parecía encajar mientras todos balbuceaban la letra. A los clientes más ricos de la planta de abajo no parecía importarles.