El bueno, el feo yla bruja

Más allá del aparcamiento se oía el chapoteo del agua contra la madera. Largos haces de luz centellaban sobre el río Ohio y los edificios más altos de Cincinnati se reflejaban en las láminas de las lisas aguas. Piscary's estaba en la ribera del río, en medio de la franja más lujosa de clubes, restaurantes y locales nocturnos. Incluso tenía un atraque para que los clientes que viajaban en yate pudiesen amarrar… pero tan tarde sería imposible conseguir una mesa con vistas al muelle.

 

—?Lista? —dijo Ivy alegremente acabando de ajustarse su chaqueta. Vestía como siempre su chaqueta de cuero negro y una camisa de seda que le daban un aspecto desgarbado y rapaz. El único color en su rostro era el del lápiz de labios rojo vivo. Al cuello llevaba una cadena de oro negro en lugar de su habitual crucifijo… que se había quedado en su joyero en casa. La cadena hacia juego con sus tobilleras a la perfección. Incluso se había pintado las u?as con una laca transparente para darles un sutil brillo.

 

Las joyas y la pintura de u?as no eran algo habitual en ella y tras verla decidí ponerme un brazalete ancho de plata en lugar de mi habitual pulsera de amuletos para cubrir con él mi marca de demonio. Era agradable arreglarse para salir e incluso intenté hacer algo con mi pelo. El resultado, rojo y encrespado, parecía casi intencionado.

 

Me mantuve un paso por detrás de Glenn, que se dirigía ya hacia la puerta principal. Los inframundanos se mezclaban libremente, pero nuestro grupo era más extra?o de lo habitual y esperaba entrar y salir de allí rápidamente con la información que habíamos venido a buscar antes de que llamásemos demasiado la atención. La furgoneta que aparcó después que nosotros era de un grupo de hombres lobo que sonaban cada vez más escandalosos, mientras se nos acercaban.

 

—Glenn —dijo Ivy al llegar a la puerta—, mantén el pico cerrado.

 

—Lo que tú digas —contestó el agente antagónicamente.

 

Arqueé las cejas y di un cauteloso paso atrás. Jenks aterrizó en uno de mis grandes pendientes de aro.

 

—Esto se va a poner interesante —dijo riéndose por lo bajo.

 

Ivy agarró a Glenn por el cuello, lo levantó y lo arrojó contra la columna de madera que aguantaba el toldo. El sobresaltado agente se quedó helado durante un instante para después lanzar una patada dirigida al estómago de Ivy. Ella lo dejó caer para evitar el golpe. Con rapidez de vampiro, lo volvió a recoger y lo arrojó de nuevo contra el poste. Glenn gru?ó de dolor y se esforzó por recuperar el aliento.

 

—?Uuuhh! —vitoreó Jenks—. Eso le va a doler por la ma?ana.

 

Yo sacudía nerviosa el pie y miraba a la manada de lobos.

 

—?No te podrías haber encargado de esto antes de salir? —me quejé.

 

—Escúchame, pimpollo —le dijo Ivy con calma a la cara—, vas a mantener el pico cerrado. No existes a menos que yo te haga una pregunta.

 

—Vete al infierno —logró decir Glenn mientras que se ponía cada vez más rojo bajo su oscura piel.

 

Ivy lo elevó un poquitín más y él gru?ó.

 

—Apestas a humano —continuó diciendo y sus ojos se volvieron negros—. Piscary's es solo para inframundanos, o para humanos sometidos. La única forma de que salgas de aquí de una pieza y sin mordiscos es que todo el mundo piense que eres mi sombra.

 

Sombra, pensé. Era un término despectivo. ?Esclavo? era otro. ?Juguete? podría ser más exacto. Se aplicaba a un humano mordido recientemente, poco más que una fuente andante de sexo y sangre mentalmente vinculada a un vampiro. Los mantenían sometidos el máximo de tiempo posible. Décadas a veces. Mi antiguo jefe, Denon, se contaba entre ellos hasta que se ganó el favor de quien le proporcionó una existencia más libre.

 

Con gesto hosco, Glenn se libró de ella y cayó al suelo.

 

—Vete al cuerno, Tamwood —dijo con voz áspera frotándose el cuello—. Sé cuidarme solo. Esto no puede ser peor que entrar en un bar de sure?os en la Georgia profunda.

 

—?Ah, sí? —lo cuestionó Ivy con su pálida mano sobre la cadera ladeada—. ?Acaso allí alguien quería comerte?

 

La manada de lobos pasó junto a nosotros hacia el interior. Uno de ellos hizo un movimiento brusco y se volvió dos veces para mirarme. Me pregunté entonces si robar aquel pez iba a traerme problemas. La música y la charla se colaron por la puerta y cesaron cuando la gruesa hoja se cerró. Suspiré. Parecía animado. Ahora probablemente tendríamos que esperar para conseguir una mesa.

 

Le ofrecí a Glenn la mano mientras Ivy abría la puerta. El rechazó mi ayuda y se volvió a guardar bajo la camisa el amuleto antipicor a la vez que se esforzaba por encontrar su orgullo, pisoteado en alguna parte bajo las botas de Ivy. Jenks revoloteó desde mí hasta su hombro y Glenn se sobresaltó.

 

—Vete a sentarte en otra parte, pixie —dijo entre toses.

 

—Oh, no —dijo Jenks alegremente—, ?no sabes que un vampiro no te puede tocar si tienes un pixie en el hombro? Es un hecho bien conocido.

 

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