El bueno, el feo yla bruja

—Piscary me arrancará la piel si perdemos nuestra A por un mordisco de lobo —dijo Kist—. Y por muy excitante que eso pueda parecer, me gustaría ser capaz de andar ma?ana.

 

La franca admisión de su relación con Piscary me sorprendió, aunque no tenía por qué. Aunque yo siempre igualaba el toma y daca de sangre con el sexo, no siempre era así, especialmente si el intercambio era entre un vampiro vivo y uno no muerto. Ambos tenían pareceres bien distintos, probablemente debido a que uno de ellos tenía alma y el otro no.

 

La ?botella en la que venía la sangre? era importante para la mayoría de los vampiros vivos. Ellos elegían a sus parejas con cuidado, normalmente, aunque no siempre, según sus preferencias sexuales con la feliz esperanza de que el sexo fuese incluido en el paquete. Incluso cuando actuaban impulsados por el hambre, el toma y daca de sangre casi siempre satisfacía una necesidad emocional, una afirmación física de un vínculo emocional, de la misma manera que sucede con el sexo… pero no siempre tenía que ser así.

 

Los vampiros no muertos eran incluso más meticulosos. Elegían a sus compa?eros con el mismo cuidado que un asesino en serie. Buscaban la dominación y la manipulación emocional más que el compromiso. Si eran de un sexo u otro no entraba en la ecuación, aunque los no muertos no rechazarían que se le sumase el sexo, ya que eso les proporcionaba una sensación de dominación aun más intensa, equiparable a la violación, incluso cuando la relación era consentida. Cualquier relación que se desarrollase a partir de tales premisas era eminentemente desigual, aunque el mordido no solía aceptarlo así y pensaba que su maestro era la excepción que confirmaba la regla. Me dejó petrificada que Kist pareciese ansioso por tener otro encuentro con Piscary y me pregunté, mirando al joven vampiro junto a mí, si sería porque Kist recibía una gran cantidad de fuerza y estatus al ser su heredero.

 

Ajeno a mis pensamientos, Kist frunció el ce?o enfadado.

 

—?Dónde está Sam? —preguntó.

 

—En la cocina, se?or.

 

Le entró un tic en el ojo. Kist miró al camarero como diciendo: ??Y a qué estás esperando?? y el hombre se fue apresuradamente.

 

Con la botella de agua en la mano, Ivy apareció sigilosamente detrás de Kist, tirando de él para alejarlo más de mí.

 

—Y tú que creías que era una idiota por especializarme en seguridad en lugar de en gestión de empresas —dijo—. Casi sonabas responsable, Kisten. Ten cuidado o echarás por tierra tu reputación.

 

Kist sonrió ense?ando sus colmillos y haciendo desaparecer su aire de gerente de restaurante agobiado.

 

—Las ventajas extra son estupendas, Ivy, querida —dijo posándole la mano en él trasero con una familiaridad que ella toleró durante un instante antes de golpearle—. Si alguna vez, necesitas trabajo, ven a verme.

 

—Que te den, Kist.

 

él se rió dejando caer la cabeza un instante antes de volver a dedicarme una mirada maliciosa. Un grupo de camareros subió por las anchas escaleras, dando palmas y cantando una estúpida canción. Resultaba molesto y ridículo, no parecía en absoluto la misión de rescate que realmente era. Arqueé las cejas sorprendida. Kist era bueno en su trabajo.

 

Casi como si hubiese leído mi mente, Kist se me acercó.

 

—Soy aun mejor en la cama, querida —me susurró, enviándome con su aliento un delicioso dardo de escalofríos hasta lo más profundo de mi ser. Se apartó de mí, quedando fuera de mi alcance antes de que pudiese empujarlo y sin dejar de sonreír, se marchó. A medio camino hacia la cocina, se volvió para comprobar que seguía mirándolo. Y lo estaba haciendo. Joder, toda mujer en la sala, viva, muerta o a medias, le miraba.

 

Aparté los ojos de él para toparme con los ojos entrecerrados de Ivy.

 

—Ya no te da miedo —dijo inexpresivamente.

 

—No —dije sorprendida al descubrir que era verdad—, creo que es porque no puede hacer nada más que flirtear conmigo.

 

Ivy apartó la vista.

 

—Kist puede hacer muchas cosas. Le encanta ser dominado, pero cuando se trata de negocios, puede tumbarte en el suelo con solo mirarte. Piscary no tendría a un idiota como heredero, por muy agradable que sea de desangrar. —Apretó los labios hasta que se le pusieron blancos—. La mesa está lista.

 

Seguí su mirada hacia la única mesa libre, junto a la pared del fondo y alejada de las ventanas. Glenn y Jenks se unieron a nosotras cuando Kist se marchó y juntos sorteamos las mesas hasta llegar al banco semicircular en el que nos sentamos dando todos la espalda a la pared: inframundana, humano, inframundana. Y esperamos a que viniese el camarero.

 

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