El bueno, el feo yla bruja

Abrí la boca, pero no se me ocurrió nada que decir.

 

Se levantó sin previo aviso.

 

—Os tendré la cena lista en un momento. —Inclinándose hacia Ivy murmuró—: Ve a hablar con tu madre. Te echa de menos.

 

Ivy bajó la mirada. Con una gracia natural, Piscary cogió una pila de platos y colines de pan de una bandeja que pasaba.

 

—Disfrutad de la velada —dijo dejándolos en la mesa. Se abrió paso hacia la cocina, deteniéndose varias veces para saludar a los clientes mejor vestidos.

 

Cuando se marchó, miré fijamente a Ivy, esperando una explicación.

 

—?Y bien? —le dije mordazmente—. ?Me quieres explicar por qué piensa Piscary que soy tu sombra?

 

Jenks se rió por lo bajo adoptando su pose de Peter Pan con los brazos en jarras posado sobre el pimentero. Ivy se encogió de hombros, sintiéndose obviamente culpable.

 

—Sabe que vivimos bajo el mismo techo. Simplemente dio por hecho…

 

—Sí, ya lo pillo. —Molesta, cogí un colín y me dejé caer contra la pared. Nuestro acuerdo era extra?o desde cualquier ángulo que lo mirase. Ella intentaba abstenerse de beber sangre, pero la atracción por romper su ayuno era casi irresistible. Siendo una bruja yo podía rechazarla con mi magia cuando sus instintos daban rienda suelta a lo mejor de sí. Una vez la tumbé con un conjuro y era este recuerdo el que me ayudaba a controlar sus ansias y a mantenerla en su lado del pasillo.

 

Pero lo que más me molestaba era que le había dejado pensar a Piscary lo que quisiese por vergüenza… vergüenza por darle la espalda a su linaje. Ella no lo quería. Con una compa?era de piso podía mentirle al mundo, fingiendo llevar una vida normal de vampiro con una fuente de sangre viviendo con ella y a la vez mantenerse fiel a su vergonzoso secreto. Me decía a mí misma que no me importaba, que ella me protegía del resto de vampiros. Pero a veces… a veces me dolía que todo el mundo asumiese que yo era el juguetito de Ivy.

 

La llegada del vino interrumpió mi enfurru?amiento. Estaba ligeramente tibio, como le gustaba a la mayoría de los vampiros. Ya estaba abierto e Ivy se hizo con la botella, evitando cruzarse con mi mirada al servir las tres copas, Jenks se conformó con la gota que quedó en la boca de la botella. Aún molesta, me eché hacia atrás con mi copa y observé al resto de los clientes. No pensaba bebérmelo porque el azufre en el que se descomponía me causaba estragos. Se lo habría dicho a Ivy, pero no era asunto suyo. No era cosa de brujas, solo era una singularidad mía que me producía dolor de cabeza y me volvía tan sensible a la luz que tenía que esconderme en mi cuarto con un pa?o sobre los ojos. Era un efecto secundario prolongado por una enfermedad infantil que me tuvo entrando y saliendo del hospital hasta que llegué a la pubertad. Prefiero la sensibilidad que he desarrollado al azufre mil veces a una infancia de sufrimiento, débil y enfermiza debido a que mi cuerpo intentaba matarse.

 

La música había vuelto a sonar y mi malestar por Piscary lentamente se me fue pasando gracias a la música y las conversaciones de fondo. Todo el mundo ignoraría a Glenn ahora que Piscary había hablado con nosotros. El nervioso humano se bebió el vino como si fuese agua. Ivy y yo intercambiamos miradas mientras él se volvía a llenar la copa con manos temblorosas. Me preguntaba si pensaba beber hasta desmayarse o si aguantaría sobrio. Dio un sorbo de la segunda copa y sonreí. Iba a tomar la calle de en medio.

 

Glenn miró a Ivy con recelo y se inclinó hacia mí.

 

—?Cómo has podido sostenerle la mirada? —me susurró tan bajo que apenas pude oírle con el ruido que nos rodeaba—. ?No tenías miedo de que te embelesara?

 

—El hombre tiene más de trescientos a?os —dije cayendo en la cuenta que su acento era inglés antiguo—, si quisiese embelesarme no le haría falta mirarme a los ojos.

 

Se puso amarillo bajo su corta barba y se retiró. Lo dejé para que reflexionase sobre aquello un rato y levanté la cabeza para llamar la atención de Jenks.

 

—Jenks —dije en voz baja—, ?por qué no vas a echar un vistazo a la parte de atrás? Mira en la sala de descanso de los empleados a ver qué se cuece por allí.

 

Ivy se llenó la copa hasta el borde.

 

—Piscary sabe que hemos venido por algún motivo —dijo—. El nos dirá lo que queramos saber. Lo único que Jenks va a conseguir es que lo pillen.

 

El peque?o pixie se encrespó.

 

—Que te den, Tamwood —le espetó—. ?Para qué he venido si no es para husmear? El día en el que no sea capaz de burlar a un panadero… —interrumpió su discurso—. Eh —reiteró—, sí, ahora vuelvo. —Se puso un pa?uelo rojo en la cintura a modo de cinturón. Era la versión pixie de una bandera blanca de la paz, una declaración para los demás pixies y hadas de que no estaba de caza furtiva en caso de entrar en el territorio celosamente guardado de alguien. Salió zumbando justo bajo el techo en dirección a la cocina.

 

Ivy sacudió la cabeza.

 

—Lo van a pillar.

 

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