—Estoy aquí para aprender a mantenerlo alejado de mí, doctora Anders. No pienso asistir a ninguna clase de Demonología. Me da miedo.
Las últimas palabras surgieron como un susurro, pero sabía que todos lo habían oído. La doctora Anders parecía desconcertada. Me sentía avergonzada, pero si con eso la mantenía alejada de mí, habría sido una vergüenza bien empleada.
Los pasos de la mujer resonaron con golpes secos al alejarse hacia el frente de la sala.
—Váyase a casa, se?orita Morgan —dijo mirando ala pizarra—. Sé por qué está aquí. Yo no he matado a ningún antiguo alumno y me ofende su acusación tácita. —Y con ese agradable pensamiento se giró, deslumbrando a la clase con una sonrisa forzada—. El resto de la clase, ?podéis por favor guardar vuestras copias de los pentagramas del siglo dieciocho? Haremos un examen sobre ellos el viernes. Para la semana que viene quiero que leáis los capítulos seis, siete y ocho de vuestro libro y que hagáis los ejercicios pares al final de cada uno. ?Janine?
Al oír su nombre, la mujer dio un respingo. Estaba intentando echarle un buen vistazo a mi mu?eca. Yo seguía tiritando y los dedos me temblaban al escribir los deberes.
—Janine, tú deberías hacer también los ejercicios impares del capítulo seis. Tu control al liberar la energía almacenada de las líneas luminosas deja mucho que desear.
—Sí, doctora Anders —dijo pálida.
—Y ve a sentarte con Brian —a?adió—. Aprenderás más de él que de la se?orita Morgan.
Janine no vaciló. Antes de que la doctora Anders hubiese siquiera terminado, recogió su bolso y su libro y se cambió a la mesa de al lado. Me quedé sola, sintiéndome fatal. El rotulador prestado junto a mi libro parecía una galletita robada.
—También me gustaría evaluar vuestros vínculos con vuestros familiares el viernes, ya que a lo largo de las próximas semanas empezaremos una sección sobre la protección a largo plazo —continuó diciendo la doctora Anders—. Así que por favor, traedlos. Llevará algún tiempo ir uno por uno, así que aquellos cuyo apellido esté al final por orden alfabético puede que tengan que quedarse un poco más tarde de la hora habitual de clase.
Hubo una queja de cansancio por parte de algunos estudiantes y carecían de la jovialidad que normalmente mostraban. Se me cayó el alma a los pies. No tenía un familiar. Si no conseguía uno para el viernes, me suspendería. Igual que la otra vez.
La doctora Anders me sonrió con la calidez de una mu?eca.
—?Algún problema con eso, se?orita Morgan?
—No —dije inexpresivamente y deseando colgarle los asesinatos a ella, los hubiese cometido o no—, ningún problema en absoluto.
8.
Afortunadamente no había cola cuando paramos frente a Pizza Piscary's en el coche de incógnito de la AFI conducido por Glenn. Ivy y yo salimos del coche en cuanto se detuvo. No había sido un trayecto muy agradable para ninguna de nosotras. Aún recordaba vividamente como me había tenido sujeta contra la pared. Su actitud había sido muy extra?a esta noche, poco animada pero nerviosa. Me sentía como si fuese a conocer a sus padres. Bueno, de alguna manera supongo que era así. Piscary era el remoto fundador de su estirpe de vampiros vivos.
Glenn bostezó mientras salía lentamente del coche y se ponía la chaqueta, pero se despertó lo suficiente como para espantar a Jenks, que revoloteaba alrededor de su cabeza. No parecía en absoluto preocupado por entrar en un restaurante estrictamente para inframundanos. Estaba claro que era un resentido. O quizá fuese de aprendizaje lento.
El detective de la AFI había accedido a cambiar su rígido traje por unos vaqueros y una camisa de franela descolorida que Ivy tenía guardados en el fondo de su armario dentro de una caja etiquetada en rotulador negro desvaído como ?restos?. Le quedaban a la perfección y no quise preguntar de dónde habían salido ni por qué tenían varios rasgones remendados esmeradamente en lugares poco comunes. Una chaqueta de nailon ocultaba el arma que se negó a dejar en casa, aunque yo sí hubiese dejado la mía. Resultaría inútil contra una sala llena de vampiros.
Una furgoneta entró en el aparcamiento y ocupó un espacio libre al fondo. Mi atención pasó de ella a la bien iluminada ventanilla para la recogida de comida. Mientras observaba salió otra pizza y el coche arrancó y fue dando bandazos hasta la calle, acelerando con una rapidez que denotaba un motor potente. Los repartidores de pizza ganaban un buen dinero desde que se unieron para reclamar una paga por peligrosidad.