—Veo —dijo con una voz que me produjo repelús—, que tenemos una cara nueva hoy.
Le dediqué una falsa sonrisa. Era obvio que me había reconocido, pues su cara se arrugó como una ciruela seca.
—Rachel Morgan —dijo.
—Aquí —dije con voz monótona. Un atisbo de fastidio cruzó su expresión.
—Ya sé quién es. —Repiqueteando con sus tacones bajos se acercó a mí. Se inclinó hacia delante y miró a Jenks detenidamente—. ?Y quién es usted, se?or pixie?
—Eh, Jenks, se?ora —tartamudeó él moviendo irregularmente las alas hasta enredarlas en mi pelo.
—Jenks —dijo ella con un tono rozando lo respetuoso—. Me alegro de conocerle. Usted no está en mi lista de clase. Por favor, márchese.
—Sí, se?ora —dijo Jenks, y para mi sorpresa el habitualmente arrogante pixie saltó de mi pendiente—. Lo siento, Rachel —dijo suspendido en el aire frente a mí—. Estaré en la sala de la facultad o en la biblioteca. Puede que Nick esté todavía trabajando.
—Vale. Ya te buscaré luego.
Jenks inclinó la cabeza en dirección a la doctora Anders y salió volando por la puerta que seguía abierta.
—Lo siento —dijo la doctora Anders—, ?acaso mi clase interfiere con su vida social?
—No, doctora Anders. Es un placer verla de nuevo.
Se echó hacia atrás ante mi leve sarcasmo.
—?Ah, sí?
Por el rabillo del ojo veía a Janine con la boca abierta de par en par. A los que alcanzaba a ver del resto de la clase estaban igual. Me ardía la cara. No sé por qué esta mujer me había cogido manía, pero lo había hecho. Con los demás era como un cuervo hambriento, pero conmigo era un tejón voraz.
La doctora Anders dejó caer sus papeles en mi mesa con un fuerte golpe. Mi nombre estaba rodeado por un grueso círculo rojo. Sus finos labios se tensaron casi imperceptiblemente.
—?Por qué está aquí? —preguntó—. Hace dos clases que empezó el cuatrimestre.
—Todavía estamos en la semana de altas y bajas —le rebatí sintiendo como se me aceleraba el pulso. Al contrario que Jenks, yo no tenía problemas para enfrentarme a la autoridad. Aunque visto lo visto, la autoridad siempre ganaba.
—Ni siquiera sé cómo ha logrado obtener la aprobación para entrar en esta asignatura —dijo cáusticamente—. No tiene ninguno de los prerequisitos.
—Han convalidado todos mis créditos y me contaron un a?o por experiencia profesional. —Era verdad, pero Edden era la verdadera razón por la que había podido colarme en una clase de nivel quinientos.
—Me está haciendo perder el tiempo, se?orita Morgan —dijo—. Usted es una bruja terrenal. Creí que se lo había dejado bien claro. Usted no posee el control para trabajar con líneas luminosas más allá de lo necesario para cerrar un modesto círculo. —Se inclinó sobre mí y noté que me subía la tensión—. Voy a suspenderla más rápido que la última vez.
Inspiré para calmarme mirando el resto de caras conmocionadas. Obviamente nunca habían visto esta faceta de su amada profesora.
—Necesito esta clase, doctora Anders —le dije sin saber por qué intentaba apelar a su atrofiada compasión; salvo porque si me echaba, puede que Edden me obligase a pagar la matrícula—. He venido a aprender.
Ante eso, la irascible mujer recogió sus papeles y se retiró a la mesa vacía tras ella. Recorrió la clase con la mirada antes de volver a fijar la vista en mí.
—?Está teniendo problemas con su demonio?
Varias personas en la clase dieron un grito ahogado. Janine físicamente se apartó de mí. Maldita mujer, pensé, tapándome con la mano la mu?eca. No llevaba aquí ni cinco minutos y ya me había granjeado la antipatía de toda la clase. Tenía que haberme puesto una pulsera. Apreté la mandíbula y empecé a respirar más rápido buscando una respuesta.
La doctora Anders parecía satisfecha.
—No se puede ocultar totalmente una marca de demonio con magia terrenal —dijo elevando la voz con tono de estar explicando una lección—. Se necesita magia de líneas luminosas, ?para eso está usted aquí, se?orita Morgan? —se burló.
A pesar de estar temblorosa me negué a bajar la vista. No lo sabía. No me extra?a que mis encantamientos para ocultarla nunca funcionasen más allá de la puesta de sol.
Sus arrugas se marcaron más al fruncir el ce?o.
—La clase de Demonología para practicantes modernos del profesor Peltzer es en el edificio contiguo. Quizá debería excusarse y ver si no es demasiado tarde para cambiar de asignatura. Aquí no tratamos con artes negras.
—No soy una bruja negra —dije en voz baja, temerosa de que si alzaba la voz, empezaría a gritar. Me subí la manga para dejar ver mi marca de demonio, negándome a avergonzarme por ello—. Yo no llamé al demonio que me hizo esto. Tuve que luchar contra él.
Respiré lentamente sin atreverme a mirar a nadie, y menos a Janine, quien se había alejado de mí todo lo que había podido.