El bueno, el feo yla bruja

Me subí el bolso más en el hombro y entorné los ojos bajo el poco habitual calor de esta tarde de septiembre para mirar al chico en cuestión mientras caminaba a través de la informal sala. La música me llegó rozando el subconsciente. El volumen de su radio estaba demasiado bajo como para oírla bien. Mi primer pensamiento fue que debía de tener calor. Tenía el pelo negro, la ropa negra, las gafas de sol negras y su guardapolvo negro era de cuero. Estaba apoyado contra una máquina expendedora, intentando parecer refinado mientras hablaba con una mujer con un vestido de encaje negro gótico. Pero la estaba pifiando. Nadie puede parece sofisticado con un vaso de cartón en la mano, por muy sexy que fuese su barba de dos días. Y nadie se vestía de gótico salvo los vampiros vivos adolescentes fuera de control y los patéticos aspirantes a vampiros.

 

Me reí por lo bajo, sintiéndome mucho mejor. Lo grande que era el campus y la aglomeración de jóvenes me tenían los nervios de punta. Yo había asistido a una peque?a escuela universitaria donde completé el habitual programa de dos a?os seguido de cuatro a?os de prácticas en la si. Mi madre no se podía permitir el precio de la matrícula de la Universidad de Cincinnati con la pensión de mi padre, aparte de la paga de viudedad.

 

Me fijé en el recibo amarillento que me había dado Edden. Ponía la hora y el día de las clases y justo abajo en la esquina derecha ponía el precio de todo… los impuestos, tasas de laboratorio y las clases sumaban una cifra total tremenda. Solo esta asignatura costaba casi lo mismo que un cuatrimestre en mi alma máter. Nerviosa guardé el papel en el bolso al notar que un hombre lobo en una esquina me miraba. Ya parecía bastante fuera de lugar sin deambular con el horario de clase en la mano. Ya puestos podría colgarme del cuello un cartel que dijese: ?Estudiante de Educación para Adultos?. Que Dios me perdone, pero me sentía vieja. Los demás no eran mucho más jóvenes que yo, pero todos sus movimientos gritaban inocencia.

 

—Esto es ridículo —mascullé dirigiéndome a Jenks al salir de la cafetería.

 

Ni siquiera sabía por qué el pixie había venido conmigo. Edden debía habérmelo largado para asegurarse de que asistía a clase. Mis bolas de vampiresa resonaron elegantemente al pasearme a través de la pasarela elevada con ventanales que conectaba el edificio de empresariales y arte con el Salón Kantack. Me recorrió una sacudida al darme cuenta de que mis pies llevaban el ritmo de la canción de Takata Suspiro destrozado y aunque aún no podía oír realmente la música, la letra se había instalado en lo más profundo de mi cabeza volviéndome loca: ?Separa las pistas del polvo, de mis vidas, de mi voluntad. Te quería entonces. Te sigo queriendo?.

 

—Debería estar con Glenn interrogando a los vecinos de Dan —me quejé—. No necesito asistir a estas malditas clases, basta con hablar con los compa?eros de Dan.

 

Mi pendiente se balanceó como un columpio y las alas de Jenks me hicieron cosquillas en el cuello.

 

—Edden no quiere darle a la doctora Anders ningún motivo para pensar que es sospechosa y yo creo que es una buena idea.

 

Fruncí el ce?o. El sonido de mis pasos quedó amortiguado al entrar en el pasillo con moqueta y empecé a mirar los números ascendentes en las puertas.

 

—Así que tú crees que es una buena idea, ?no?

 

—Sí, pero hay una cosa en la que no ha pensado. —Se rió por lo bajo—. O quizá sí.

 

Caminé más lento al ver a un grupo esperando frente a una puerta. Probablemente fuese la mía.

 

—?Y qué es?

 

—Bueno —dijo alargando las vocales—, ahora que asistes a esta clase encajas con el perfil.

 

Una subida de adrenalina me recorrió rápidamente y desapareció.

 

—Vaya, ?no me digas? —murmuré. Maldito Edden.

 

La risa de Jenks sonó como un móvil de campanitas. Me cambié el pesado libro a la otra cadera y busqué a la persona más proclive a contarme los mejores cotilleos. Una mujer joven me miró, o más bien a Jenks, sonriendo brevemente antes de girarse. Vestía vaqueros, como yo, y una chaqueta de ante que parecía cara sobre su camiseta. Informal pero sofisticada. Buena combinación. Dejé caer el bolso sobre la moqueta y me apoyé contra la pared como los demás, a un evasivo metro y medio de distancia.

 

Disimuladamente miré el libro a los pies de la chica. Prolongación sin contacto con líneas luminosas. Experimenté una ligera sensación de alivio. Al menos tenía el libro correcto. Quizá esto no fuese tan malo. Miré el cristal esmerilado de la puerta cerrada al oír una conversación apagada en el interior. Debía de ser la clase anterior que no había terminado todavía.

 

Jenks se balanceó en mi pendiente tirando de él. Eso podía ignorarlo, pero cuando empezó a cantar acerca de gusanos y caléndulas le di un manotazo.

 

La mujer que estaba junto a mi se aclaró la garganta.

 

—?Te acaban de trasladar? —me preguntó.

 

—?Perdón? —pregunté mientras Jenks revoloteaba de vuelta.

 

Ella hizo una pompa con el chicle, mirándonos con sus ojos demasiado maquillados a mí y al pixie alternativamente.

 

—No somos muchos estudiantes de líneas luminosas y no recuerdo haberte visto antes. ?Vienes normalmente al turno de noche?

 

—Oh. —Me aparté de la pared y me puse frente a ella—. No, me he apuntado a la asignatura para, umm, para ascender en el trabajo.

 

Ella se rió y se apartó el pelo hacia atrás.

 

—Sí, yo estoy igual, pero para cuando yo salga de aquí probablemente no quede ningún trabajo para una productora cinematográfica con experiencia en líneas luminosas. Parece que todo el mundo coge asignaturas de arte como optativas últimamente.

 

—Soy Rachel —dije ofreciéndole la mano—, y este es Jenks.

 

Kim Harrison's books