El bueno, el feo yla bruja

—?Y a usted? —le pregunté—. ?La han amenazado de alguna manera? ?De cualquier tipo de manera?

 

—No, por supuesto que no —dijo rápidamente bajando los ojos y quedándose aun más pálida. No necesitaba un amuleto para saber que mentía y el silencio se hizo incómodo mientras le daba unos instantes para cambiar de opinión. Pero no lo hizo.

 

—?He… hemos terminado? —tartamudeó. Asintiendo me coloqué el bolso en el hombro. Sara Jane se dirigió hacia la puerta con el paso rápido y forzado. Glenn y yo la seguimos fuera hasta el rellano de cemento. Hacía demasiado frío para que hubiese bichos, pero había una telara?a rota en la lámpara del porche.

 

—Gracias por dejarnos echar un vistazo al apartamento —dije mientras ella comprobaba la puerta con dedos temblorosos—. Hablaré con sus compa?eros de clase ma?ana. Quizás alguno de ellos sepa algo. Sea lo que sea, puedo ayudarla —dije intentando que entendiese lo que quería decir por mi tono.

 

—Sí. Gracias. —Sus ojos vagaron por todas partes evitando los míos y había vuelto a usar su tono de secretaria profesional—. Les agradezco que hayan venido. Ojalá pudiera serles de más ayuda.

 

—Se?ora —dijo Glenn a modo de despedida. Los tacones de Sara Jane repiquetearon elegantemente sobre el pavimento al alejarse. Seguí a Glenn hasta su coche y miré hacia atrás para ver a Sarcófago sentado en una ventana del piso de arriba, observándonos.

 

El coche de Sara Jane emitió un alegre pitido antes de que ella metiese el bolso dentro, entrase y se marchase. Yo me quedé de pie junto a mi puerta abierta y observé como sus luces traseras desaparecían al girar la esquina. Glenn me miraba de frente desde el lado del conductor con los brazos apoyados en el techo del coche. Sus ojos marrones no tenían rasgos distintivos bajo el zumbido de la farola.

 

—Kalamack debe pagarles bien a sus secretarias a juzgar por el coche que tiene —dijo en voz baja.

 

Me puse tensa.

 

—Sé con seguridad que lo hace —dije acaloradamente sin gustarme lo que insinuaba—. Es muy buena en su trabajo y aún le queda dinero para enviárselo a su familia y que vivan como auténticos reyes, comparados con los demás empleados de la granja.

 

Gru?ó y abrió su puerta. Yo subí al coche y suspiré mientras me abrochaba el cinturón de seguridad y me acomodaba en el asiento de cuero. Miré por la ventanilla hacia el aparcamiento oscuro, deprimiéndome aun más. Sara Jane no confiaba en mí, pero desde su punto de vista, ?por qué iba a hacerlo?

 

—?No te lo estás tomando como algo personal? —me preguntó Glenn al arrancar el coche.

 

—?Crees que porque es una hechicera no se merece nuestra ayuda? —dije con dureza.

 

—No te embales, eso no es lo que he querido decir. —Glenn me lanzó una rápida mirada mientras daba marcha atrás. Puso la calefacción al máximo antes de meter la marcha y un mechón de pelo me hizo cosquillas en la cara—. Solo digo que actúas como si te jugases algo en el resultado.

 

Me pasé la mano sobre los ojos.

 

—Lo siento.

 

—Está bien —dijo como si lo comprendiese—. Entonces… —titubeó—. ?Qué es lo que te juegas?

 

Se incorporó a la circulación y bajo la luz de una farola lo miré, preguntándome si quería ser tan sincera con él.

 

—Conozco a Sara Jane —dije lentamente.

 

—Quieres decir que conoces a ese tipo de mujer —dijo Glenn.

 

—No. La conozco a ella.

 

El detective de la AFI frunció el ce?o.

 

—Ella no te conoce a ti.

 

—Ya. —Bajé la ventanilla del todo para librarme del olor de mi perfume. No podía soportarlo más. Mis pensamientos seguían volviendo a los ojos de Ivy, negros y asustados—. Eso es lo que lo hace tan difícil.

 

Los frenos chirriaron levemente al detenernos en un semáforo. El ce?o de Glenn seguía fruncido y su barba y bigote ensombrecían profundamente su cara.

 

—?Por qué no hablas en humano, por favor?

 

Le lancé una rápida sonrisa triste.

 

—?Te ha contado tu padre como casi pillamos a Trent Kalamack por traficante y fabricante de fármacos genéticos?

 

—Sí, eso fue antes de que me transfiriesen a su departamento. Me dijo que el único testigo era un cazarrecompensas de la si que murió en un coche bomba. —El semáforo cambió y avanzamos.

 

Asentí. Edden le había contado lo básico.

 

Kim Harrison's books