—No —respondió mientras yo bajaba la mano. Su voz sonaba amortiguada—. Rachel, lo siento. Yo… yo no puedo… —Titubeó y respiró entrecortadamente—. No aceptes esta misión. Si es por el dinero…
—No es por el dinero —dije antes de que pudiese terminar. Se giró hacia mí y mi enfado por que quisiese comprarme desapareció. Se apreciaba un brillante trazo de humedad que había intentado secarse. Nunca la había visto llorar antes y me dejé caer en la silla junto a ella—. Tengo que ayudar a Sara Jane.
Ivy apartó la mirada.
—Entonces voy contigo a Piscary's —dijo conservando en la voz un leve recuerdo de su habitual fuerza.
Me rodeé con los brazos y me acaricié con una mano la apenas perceptible cicatriz del cuello hasta que me di cuenta de que lo hacía inconscientemente para sentir el cosquilleo.
—Esperaba que lo hicieses —dije obligándome a bajar la mano.
Me dedicó una sonrisa atemorizada y preocupada y se dio la vuelta.
6.
Los ni?os pixie se arremolinaban alrededor de Glenn, que se había sentado en la mesa de la cocina lo más lejos de Ivy que pudo sin que pareciese demasiado evidente. Los críos de Jenks parecían haberle cogido un poco habitual cari?o al detective de la AFI mientras que Ivy, sentada frente a su ordenador, intentaba ignorar el ruido y el revuelo. Me daba la impresión de ser un gato dormido frente al comedero de los pájaros, aparentemente ignorándolo todo, pero muy atenta por si un pájaro cometía el error de acercarse demasiado. Todo el mundo fingía ignorar el hecho de que casi sufrimos un incidente. Mis sentimientos por tener que cargar con Glenn habían pasado de la aversión a una ligera irritación ante su repentino e inesperado tacto.
Usando una jeringa para insulina inyecté poción para dormir en la última bola azul de finas paredes. No me gustaba dejar la cocina hecha un desastre, pero tenía que hacer estas joyitas tan especiales. De ninguna manera pensaba ir desarmada a encontrarme con Sara Jane en el apartamento de un desconocido. No había que ponérselo tan fácil a Trent, pensé mientras me quitaba los guantes protectores y los dejaba a un lado.
Saqué mi pistola de entre los cuencos apilados bajo la encimera. Antes la guardaba en una tinaja colgada sobre la isla central, hasta que Ivy se?aló que tendría que exponerme a plena vista para alcanzarla. Dejarla a una altura alcanzable a gatas era mejor. Glenn dio un respingo ante el sonido del metal golpeando contra la encimera, y dejó caer a las parlanchinas adolescentes pixies vestidas de verde que tenía en la mano.
—No deberías guardar un arma así —dijo desde?osamente—. ?Tienes idea de cuántos ni?os mueren al a?o por estupideces como esa?
—Relájate, se?or Agente de la AFI —dije limpiando el cargador—, todavía no se ha muerto nadie por culpa de una bola de pintura.
—?Bola de pintura? —preguntó y luego se puso condescendiente—. ?Qué?, ?jugando a disfrazarse como los mayores?
Fruncí el ce?o. Me gustaba mi minipistola de pintura. Tenía un buen tacto en la mano, pesada y reconfortante a pesar de su tama?o de bolsillo. Incluso a pesar de ser rojo cereza la gente normalmente no reconocía lo que era de verdad y asumía que iba armada. Y lo mejor era que no necesitaba licencia.
Molesta, sacudí la caja que estaba en la repisa sobre mis conjuros y saqué una bola roja del tama?o de una u?a del dedo me?ique. La dejé caer en la cámara.
—Ivy —dije y ella levantó la vista del monitor sin expresión alguna en el óvalo perfecto de su cara—. Tú la llevas. —Se volvió de nuevo hacia la pantalla, moviendo ligeramente la cabeza. Los ni?os pixie chillaron y se dispersaron, saliendo por la ventana hacia el oscuro jardín, dejando rastros de titilante polvo pixie y el recuerdo de sus voces que fueron lentamente reemplazadas por el sonido de los grillos.