El bueno, el feo yla bruja

Al oír el nombre de Edden, Ivy se dio la vuelta de golpe. Fue un movimiento sorprendentemente rápido y me sobresaltó. Esto no iba bien. Estaba empezando a proyectar su aura. Maldición. Miré por la ventana. El sol pronto se pondría. Doble maldición.

 

—He oído hablar de ti —dijo el agente y me espanté ante la arrogancia de su voz, obviamente para ocultar su miedo. Ni siquiera Glenn podía ser tan estúpido como para contrariar a una vampiresa en su propia casa. La pistola de su costado no iba a servirle de nada. Claro que podría dispararle, y matarla, pero entonces estaría muerta y le arrancaría la cabeza de cuajo. Y ningún jurado del mundo podría condenarla por asesinato cuando él la había matado antes—. Eres Tamwood —dijo Glenn sacando su bravuconería de una falsa sensación de seguridad—, el capitán Edden te obligó a cumplir trescientas horas de servicios a la comunidad por dejar sin sentido a todo su equipo, ?no? ?Qué es lo que te mandó hacer? ?No era de voluntaria en el hospital?

 

Ivy se puso tensa y yo me quedé boquiabierta. Sí, era tan estúpido.

 

—Mereció la pena —dijo Ivy en voz baja con los dedos temblorosos mientras colocaba cuidadosamente la bolsa de malvaviscos en la encimera.

 

Se me cortó la respiración. Mierda. Los ojos marrones de Ivy se habían vuelto negros al dilatarse sus pupilas. Me quedé allí parada, sorprendida por lo rápido que había sucedido. Hacía semanas desde la última vez que se había puesto en plan vampiresa conmigo y nunca lo hacía sin avisar. Encontrarse con la desagradable sorpresa de un agente de la AFI en su cocina puede que hubiera contribuido, aunque pensándolo bien, tenía la desagradable sensación de que dejar que se encontrase de pronto con Glenn no había sido la mejor idea. Ivy había percibido su miedo de golpe, sin darle tiempo para prepararse ante la tentación. El repentino miedo de Glenn había cargado el aire con feromonas que actuaban como un potente afrodisíaco que solo ella percibía, despertando los instintos con mil a?os de antigüedad que estaban fijados en lo más profundo de su ADN modificado por el virus. Con una bocanada la habían hecho pasar de una compa?era de piso ligeramente perturbadora a un predador que podría matarnos a ambos en tres segundos si el deseo de saciar su reprimida hambre superaba las consecuencias de drenar a un detective de la AFI. Era ese equilibrio lo que me daba miedo. Sabía en qué puesto estaba yo en su escala de hambre y razón. En cuál estaba Glenn, no tenía ni idea.

 

Cambió de postura con un movimiento tan fluido como el de la arena en un reloj, se inclinó contra la encimera y apoyó un codo en la cadera ladeada, inmóvil, como si estuviese muerta, recorrió con la vista a Glenn hasta que sus miradas se cruzaron. Ladeó la cabeza con una seductora lentitud hasta mirarlo directamente desde debajo de su flequillo recto. únicamente ahora inspiró lenta y deliberadamente. Sus largos y pálidos dedos acariciaron el escote en pico de la camiseta de licra que llevaba por dentro de los pantalones de cuero.

 

—Eres alto —dijo y su voz gris me recordó miedos pasados—. Eso me gusta. —No buscaba sexo sino dominación. Lo habría embelesado si pudiese, pero tendría que esperar a estar muerta para tener poderes sobre los que no estaban dispuestos a colaborar.

 

Estupendo, pensé cuando se incorporó de la encimera y se dirigió hacia él. Estaba descontrolada. Era peor que la vez que nos encontró a Nick y a mí retozando en su sofá ignorando la lucha libre profesional de la tele. Sigo sin saber qué la hizo explotar entonces… ella y yo habíamos acordado explícitamente que yo no era ni su novia, ni su juguetito, ni su amante, sombra, o como quiera que se llame a los lacayos de los vampiros ahora.

 

Mis pensamientos se atropellaban, buscando una forma de detenerla sin empeorar las cosas. Ivy se detuvo frente a Glenn. El dobladillo de su guardapolvo parecía moverse a cámara lenta, acercándose hacia delante hasta tocar los zapatos de Glenn. Ivy se pasó la lengua por sus blanquísimos dientes, ocultándolos conforme destellaban. Con una fuerza obviamente comedida le puso ambas manos a los lados de la cabeza, atrapándolo contra la pared.

 

—Mmm —dijo inspirando a través de los labios entreabiertos—. Muy alto. Largas piernas. Preciosa, preciosa piel oscura. ?Te ha traído Rachel a casa para mí?

 

Se inclinó hacia él, casi tocándolo. Glenn era tan solo unos centímetros más alto que ella. Ivy ladeó la cabeza, como si fuese a darle un beso. Una gota de sudor le cayó por la cara hasta el cuello. Glenn no se movió, la tensión atirantaba cada unos de sus músculos.

 

—Trabajas para Edden —susurró Ivy con los ojos fijos en el rastro de sudor que se acumulaba en su clavícula—. Probablemente se disguste si mueres. —Sus ojos se clavaron en los de él ante el sonido de su respiración agitada.

 

No te muevas, pensé, sabiendo que si lo hacía, los instintos de Ivy tomarían el control. Ya estaba en bastantes apuros con la espalda contra la pared.

 

Kim Harrison's books