El bueno, el feo yla bruja

Ivy era posesiva, dominante e impredecible. También era la persona con la voluntad más fuerte que había conocido por luchar una batalla consigo misma que, de ganarla, podría privarla de la vida después de la muerte. Y estaba dispuesta a matar para protegerme por que yo la consideraba mi amiga. Dios, ?cómo podría alejarme de alguien así?

 

Excepto cuando estábamos solas y se sentía a salvo de reproches, o bien se mantenía con una fría indiferencia o entraba en el clásico estilo de dominación sexi de los vampiros. Había descubierto que esta era su forma de alejarse de sus sentimientos por miedo a que si mostraba debilidad, perdería el control. Creo que tenía su cordura sujeta con alfileres gracias a que vivía indirectamente a través de mí conforme iba dando trompicones por la vida, disfrutando el entusiasmo con el que yo aceptaba cualquier cosa, desde encontrar un par de zapatos de tacón rojos en rebajas hasta aprender un hechizo para noquear aun tipo malo y feo. Y mientras mis dedos se movían sobre los perfumes que había comprado para mí, me volví a preguntar si quizá Nick tendría razón y nuestra extra?a relación se estaba adentrando en un área hacia la que no quería que fuese.

 

Me vestí rápidamente y me encaminé hacia la cocina vacía. El reloj sobre el regadero indicaba que eran casi las cuatro. Tenía tiempo de sobra para hacerle un hechizo a Glenn antes de irnos.

 

Saqué uno de mis libros de hechizos de la estantería de debajo de la isla central y me senté en mi sitio de costumbre en la mesa antigua de madera de Ivy. Me llené de satisfacción al abrir el tomo amarillento. La brisa que entraba por la ventana empezaba a refrescar, prometiendo una noche fría. Me encantaba estar aquí, trabajando en mi preciosa cocina rodeada por terreno consagrado, a salvo de cualquier mal.

 

El hechizo contra los picores fue fácil de encontrar, tenía las esquinas dobladas y estaba salpicado de antiguas manchas. Dejé el libro abierto y me levanté para sacar mi perol de cobre más peque?o y mis cucharas de cerámica, era raro que los humanos aceptasen un amuleto, pero quizá si me veía cómo lo preparaba, Glenn lo hiciera. Su padre en una ocasión aceptó uno de mis amuletos contra el dolor.

 

Estaba midiendo el agua de manantial con la probeta graduada cuando le oí arrastrar los pies en los escalones traseros.

 

—?Hola?, ?se?orita Morgan? —dijo Glenn abriendo la puerta y pegando con los nudillos—. Jenks me ha dicho que podía entrar.

 

No levanté la vista de mis cuidadosas medidas.

 

—Estoy en la cocina —dije en voz alta.

 

Glenn apareció en la habitación. Se fijó en mi nuevo vestuario recorriendo con los ojos desde mis zapatillas peludas rosa, subiendo por mis medias de nailon negras, la falda corta a juego, mi blusa roja y terminando en el lazo negro que recogía mi pelo mojado. Si iba a ver a Sara Jane de nuevo quería estar guapa.

 

En la mano Glenn llevaba un pu?ado de hojas de verbasco, unos capullos de diente de león y flores de alegría. Parecía avergonzado y tenso.

 

—Jenks, el pixie, me dijo que quería esto, se?ora.

 

Se?alé con la cabeza el mostrador de la isla.

 

—Puedes dejarlo ahí. Gracias. Siéntate.

 

Con precipitación forzada cruzó la habitación y dejó las plantas. Vacilando unos segundos apartó la que normalmente era la silla de Ivy y se sentó. Se había quitado la chaqueta y dejaba a la vista la funda con su pistola de forma obvia y agresiva. En contraste, se había soltado la corbata y el último botón de su almidonada camisa, dejando ver un mechón de pelo moreno.

 

—?Dónde está tu chaqueta? —pregunté sin darle importancia e intentando averiguar su estado de ánimo.

 

—Los chicos… —Titubeó—. Los ni?os pixie la están usando para hacer un fuerte.

 

—Ah. —Escondí una sonrisa rebuscando en la estantería de especias para encontrar mi vial de sirope de amapola del bosque. La capacidad de Jenks para convertirse en un grano en el culo era inversamente proporcional a su tama?o. Su habilidad para ser un amigo incondicional también. Al parecer Glenn se había ganado la confianza de Jenks, ?quién lo hubiera dicho?

 

Contenta de que la ostentación de su pistola no fuese dirigida a intimidarme, eché una cucharada de sirope y sacudí la cuchara de cerámica para despegarle los restos de la sustancia pegajosa. Se creó un incómodo silencio acentuado por el rumor del fuego de gas. Noté su mirada fija en mi pulsera de hechizos con sus diminutos amuletos entrechocando suavemente. El crucifijo no necesitaba ninguna explicación adicional, pero tendría que preguntármelo si quería saber para qué eran los demás. Solo me quedaban unos míseros tres… los anteriores se habían quemado hasta quedar inservibles cuando Trent asesinó al testigo que los llevaba puestos con una explosión en un coche.

 

La mezcla puesta al fuego empezó a echar vapor y Glenn aún no había dicho ni una palabra.

 

—Bueeeno —dije alargando la palabra—. ?Llevas mucho tiempo en la AFI?

 

—Sí, se?ora. —Era conciso, distante y condescendiente.

 

—?Puedes dejar ya lo de ?se?ora?? Llámame simplemente Rachel.

 

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