—Sí, claro —dije bajito. Un hechizo sin contacto directo requería una varita. Las clases de formación superior no incluían la fabricación de varitas, solo pociones y amuletos. No tenía los conocimientos y mucho menos la receta para algo tan complicado. Supongo que en realidad sí que sabían perfectamente quién era.
El sonido de un zapato arrastrado por el linóleo en la cocina me hizo levantar la vista hacia el pasillo. Estupendo. Glenn había oído toda la conversación. Avergonzada me levanté del sillón. Ya sacaría el dinero de algún sitio. Tenía todavía casi una semana.
Glenn se giró cuando entré en la cocina. Estaba de pie junto al depósito con el pez inútil. Quizá podría venderlo. Dejé el teléfono junto al ordenador de Ivy y me acerqué al fregadero.
—Puedes sentarte, detective Edden. Vamos a quedarnos aquí un rato.
—Me llamo Glenn —dijo poniéndose tenso—. Va en contra de las normas de la AFI depender de un miembro de tu familia, así que guárdatelo para ti. Y nos vamos al apartamento del se?or Smather ahora.
Solté una carcajada burlona.
—A tu padre le encanta forzar las normas, ?a que sí?
Arrugó el ce?o.
—Sí, se?ora.
—No iremos al apartamento de Dan hasta que Sara Jane salga del trabajo —dije y luego me callé. No era con Glenn con quien estaba enfadada—. Mira —le dije pensando que no me gustaría que Ivy se lo encontrase aquí solo mientras yo me duchaba—, ?por qué no te vas a casa y nos vemos aquí de nuevo sobre las siete y media?
—Prefiero quedarme. —Se rascó una roncha ligeramente rosada bajo la correa del reloj.
—Claro —dije amargamente—, lo que prefieras. Pero yo tengo que darme una ducha. —Obviamente le preocupaba que me fuese sin él. Su preocupación estaba bien fundada. Inclinándome hacia la ventana sobre el fregadero grité hacia el espléndido jardín que cuidaban los pixies.
—?Jenks!
El pixie entró zumbando por el agujero en el cristal, tan rápido que apostaría que había estado escuchando a hurtadillas.
—?Llamabas, princesa de la pestilencia? —dijo aterrizando junto al se?or Pez en el alféizar.
Le eché una mirada de hartazgo.
—?Querrías ense?arle a Glenn el jardín mientras yo me ducho?
Jenks agitó las alas tan rápido que se desdibujaron.
—Vale —dijo lanzándose a describir amplios y cautelosos círculos alrededor de la cabeza de Glenn—, ya hago yo de canguro. Vamos, listillo. Te voy a dar la visita de cinco dólares. Empecemos por el cementerio.
—Jenks —le advertí y él me dedicó una mueva echándose su rubio pelo sobre los ojos ladinamente.
—Por aquí, Glenn —dijo saliendo disparado hacia el pasillo. Glenn lo siguió, claramente a disgusto.
Oí como se cerraba la puerta trasera y me incliné hacia la ventana.
—?Jenks?
—?Qué! —El pixie volvió veloz por la ventana con expresión de irritación. Me crucé de brazos meditando un instante.
—?Podrías traerme unas hojas de verbasco y alegría cuando puedas? Y, ?nos queda algún diente de león que siga en flor?
—?Dientes de león? —Descendió cinco centímetros sorprendido y haciendo entrechocar las alas—. ?Te estás ablandando? Vas a hacer una poción contra los picores, ?a que sí?
Me incliné para ver a Glenn de pie, rígido bajo el roble y rascándose el cuello. Daba pena y como Jenks no paraba de repetirme, no podía resistirme a los desvalidos.
—Tú tráemelos, ?vale?
—Claro —dijo—, no sirve de mucho así, ?verdad?
Ahogué una risa y Jenks salió volando por la ventana para reunirse con Glenn. El pixie aterrizó en su hombro y Glenn dio un respingo.
—Eh, Glenn —dijo Jenks en voz alta—, vamos hacia esas flores amarillas de allí, detrás del ángel de piedra. Quiero ense?arte al resto de mis ni?os. Nunca han visto antes a un agente de la AFI.
Esbocé una ligera sonrisa. Glenn estaría a salvo con Jenks si Ivy venía a casa antes de tiempo. Mi compa?era guardaba celosamente su privacidad y odiaba las sorpresas, especialmente las que llevaban uniforme de la AFI. Que Glenn fuese hijo de Edden tampoco ayudaba mucho. Estaba dispuesta a dejar a un lado viejas rencillas, pero si percibía que su territorio estaba siendo amenazado, no dudaría en actuar y su particular estatus social de vampiro no muerto en ciernes le permitía librarse de cosas que a mí me llevarían a los calabozos de la AFI.
Me giré y mis ojos recayeron en el pez.
—?Qué voy a hacer contigo… Bob? —dije con un suspiro. No iba a devolverlo a la oficina del se?or Ray, pero no podía dejarlo en el depósito de agua. Abrí la tapa para encontrármelo con las agallas abriéndose y cerrándose y casi flotando de lado. Pensé que quizá sería mejor ponerlo en la ba?era.