Fui delante a través del vestíbulo vacío hacia el santuario aun más vacío. Antes de que nosotras alquilásemos la iglesia había sido una guardería. Los bancos y el altar habían sido retirados para crear una amplia zona de juego. Ahora lo único que quedaba eran las vidrieras y una tarima ligeramente elevada. La sombra de una enorme cruz, que hacía tiempo había desaparecido de la pared, era un inquietante recordatorio. Miré hacia el alto techo viendo la familiar sala con otros ojos mientras Glenn la inspeccionaba. Estaba en silencio. Había olvidado lo tranquila que era.
Ivy había repartido colchonetas por media iglesia, dejando un estrecho pasillo desde la entrada hasta las habitaciones traseras. Al menos una vez a la semana nos entrenábamos para mantenernos en forma, ahora que ambas éramos independientes y no andábamos por las calles todas las noches. Invariablemente la cosa acababa conmigo sudando y llena de cardenales y a ella ni siquiera se le alteraba la respiración. Ivy era una vampiresa viva, tan viva como yo y con un alma. Había sido infectada con el virus vampírico en el vientre de su madre, que entonces aún estaba viva. No tenía que esperar por lo tanto a estar muerta para que el virus comenzase a moldearla. Ivy había nacido con algo de ambos mundos, el de los vivos y el de los muertos. Estaba atrapada en el medio hasta que muriese y se convirtiese en una auténtica no muerta. De los vivos poseía un alma, lo que le permitía salir bajo el sol, tener una religión sin sentir dolor y vivir en terreno consagrado si quería, lo que de hecho hacía para fastidiar a su madre. De los muertos poseía unos peque?os pero afilados colmillos, la habilidad para proyectar su aura y darme un miedo atroz y su poder para embelesar a quienes se dejasen. Su fuerza y velocidad sobrehumanas eran claramente menores que las de un verdadero no muerto, pero aun así estaban muy por encima de las mías. Y aunque no la necesitaba para mantenerse en buen estado de salud, como les sucedía a los vampiros no muertos, sentía una inquietante sed de sangre, que continuamente luchaba por suprimir ya que era una de los pocos vampiros vivos que habían renunciado a la sangre. Me imaginaba que Ivy debía de haber tenido una infancia interesante, pero me daba miedo preguntar.
—Pasa a la cocina —dije entrando por el arco al fondo del santuario. Me quité las gafas de sol al pasar delante de mi cuarto de ba?o. Antes era el ba?o de caballeros y los sanitarios habituales habían sido reemplazados por una lavadora secadora, un peque?o lavabo y una ducha. Este era el mío. El ba?o de se?oras al otro lado del pasillo había sido transformado en un ba?o más convencional con ba?era. Ese era el de Ivy. Tener ba?os separados hacía la vida muchísimo más fácil.
No me gustaba la forma en la que Glenn juzgaba en silencio así que cerré las puertas tanto del dormitorio de Ivy como del mío al pasar. Antes habían sido oficinas. Entró en la cocina arrastrando los pies detrás de mí y se detuvo unos instantes para asimilarlo todo. Le pasaba a la mayoría de la gente.
La cocina era enorme y en parte por eso había accedido a vivir con una vampiresa en una iglesia. Tenía dos hornillas, un frigorífico tama?o familiar y una gran isla central sobre la que colgaba una rejilla de utensilios y cacerolas relucientes. El acero inoxidable brillaba y el espacio de trabajo era muy amplio. A excepción de mi pez beta en la gran copa de brandy sobre el alféizar y la enorme mesa de madera antigua que Ivy usaba para su ordenador, la cocina parecía la de un programa de cocina. Era lo último que uno se esperaría encontrar en la parte trasera de una iglesia… y me encantaba.
Dejé el depósito de agua con el pez en la mesa.
—?Por qué no te sientas? —dije deseando poder llamar a los Howlers—. Vuelvo enseguida. —Titubeé notando cómo mis buenos modales se abrían paso hacia mi boca—. ?Quieres algo de beber… o algo? —le pregunté.
Los ojos marrones de Glenn eran ilegibles.
—No, se?ora —dijo con voz tensa y con algo más que un tonito de sarcasmo que me hizo desear poder soltarle una bofetada y decirle que se relajase. Ya me encargaría de su actitud luego, ahora tenía que llamar a los Howlers.
—Bueno, pues siéntate —dije dejando entrever algo de mi malestar—, vuelvo enseguida.
La salita estaba justo al lado de la cocina, al otro lado del pasillo. Mientras buscaba el número del entrenador en mi bolso pulsé el botón de los mensajes en el contestador.
—Hola, Ray-ray, soy yo —surgió la voz de Nick con tono metálico por la grabación. Eché un vistazo por el pasillo y bajé el volumen para que Glenn no lo oyera—. Ya las tengo. Tercera fila arriba a la derecha. Ahora vas a tener que cumplir tu palabra y conseguirnos pases para el backstage. —Hubo una pausa—. Sigo sin creerme que lo conozcas. Hablamos luego.