Edden se inclinó para asomar su redonda cara por la ventana.
—Este es tu horario de clase —dijo entregándome media página amarilla de papel continuo para impresora con agujeros en los bordes—. Lunes, miércoles y viernes. Glenn te comprará los libros que necesites.
—?Un momento! —exclamé notando que la preocupación me invadía a la vez que el papel amarillo crujía entre mis dedos—. Creía que nada más iba a ir a echar un vistazo por la universidad. ?No quiero apuntarme a una clase!
—Es la misma en la que estaba el se?or Smather. Asiste o no te pagamos.
Sonreía, disfrutando el momento.
—?Edden! —le grité cuando se retiraba hacia la acera.
—Glenn, lleva a la se?orita Morgan y a Jenks a su oficina. Ya me contarás lo que encuentras en el apartamento de Dan Smather.
—?Sí, se?or! —gru?ó. Sus nudillos alrededor del volante mostraban una intensa presión. Tenía parches rosas de ungüento en las mu?ecas y el cuello. No me importaba que hubiese oído casi toda la conversación. No era bienvenido y cuanto antes lo entendiese, mejor.
4.
—A la derecha en la siguiente esquina —dije apoyando el brazo en la ventanilla bajada del coche camuflado de la AFI. Glenn se pasó los dedos por su pelo corto y se rascó la cabeza. No había dicho ni una palabra en todo el camino. Su mandíbula se fue relajando lentamente conforme se dio cuenta de que yo no pensaba darle conversación. No venía nadie detrás de nosotros, pero puso el intermitente antes de girar en mi calle.
Llevaba gafas de sol y observó el barrio residencial con sus aceras con sombra y los trozos de césped. Estábamos en pleno barrio de los Hollows, el refugio extraoficial de la mayoría de los inframundanos de Cincinnati desde la Revelación, cuando todos los humanos que sobrevivieron huyeron hacia el centro de la ciudad buscando una falsa sensación de seguridad. Siempre había existido cierta mezcla, pero la mayoría de los humanos viven y trabajan en Cincinnati desde la Revelación y los inframundanos trabajan y mmm… se divierten en los Hollows.
Creo que Glenn estaba sorprendido de que el barrio se pareciese a cualquier otro, hasta que te fijabas en las runas pintadas en la rayuela y en que la canasta de baloncesto estaba un tercio más alta de lo que estipula la NBA. Pero también era un sitio tranquilo, apacible. Podía achacarse a que las escuelas inframundanas no terminaban casi hasta medianoche, pero en gran parte era por instinto de supervivencia.
Cualquier inframundano mayor de cuarenta había pasado su juventud intentando ocultar que no era humano, una tradición asociada al miedo del perseguido, vampiros incluidos. Aquí el césped lo cortan hoscos adolescentes los viernes, los coches se lavan religiosamente los sábados y se amontona la basura ordenadamente en la calle los miércoles. Pero las farolas son apagadas a tiros o con hechizos en cuanto el ayuntamiento las reemplaza y nadie llama a la Sociedad Protectora si ve a un perro suelto, pues puede tratarse del ni?o del vecino saltándose las clases.
La peligrosa realidad de los Hollows permanece cuidadosamente oculta. Nosotros mismo sabemos que si nos salimos de los límites impuestos por los humanos, los miedos ancestrales volverán a resurgir y arremeterán contra nosotros. Perderían lastimosamente y, en general, a los inframundanos nos gusta que las cosas permanezcan equilibradas como están. La escasez de humanos significaría que los brujos y hombres lobos sustituirían las necesidades de los vampiros y aunque algún que otro brujo ?disfrutase? del estilo de vida vampírico a su entera discreción, nos uniríamos para echarlos si intentasen convertirnos en forraje. Los vampiros más ancianos lo sabían y por eso se aseguraban de que todo el mundo jugase según las reglas de los humanos.
Afortunadamente la parte más salvaje de los inframundanos gravitaba de forma natural por las afueras de los Hollows y alejada de nuestros hogares. La hilera de clubes nocturnos a ambos lados del río era especialmente peligrosa desde que enjambres de humanos animados atraían a los de instinto depredador más fuerte como fuegos en una noche fría, prometiendo calor y consuelo de supervivencia. Nuestras casas parecían lo más humanas posible. Los que se desviaban demasiado de la típica familia americana eran animados en una fiesta de intervención bastante particular a encajar un poco más… o a mudarse al campo donde no hiciesen tanto da?o. Mi vista pasó por un irónico cartel que asomaba entre una maceta de dedaleras: ?Duermo de día. Me como a los vendedores?. Al menos, la mayoría se comportaba.
—Puedes aparcar ahí, a la derecha —dije se?alando.
Glenn frunció el ce?o.
—Creía que íbamos a tu oficina.
Jenks voló de mi pendiente hasta el espejo retrovisor.
—Ya estamos —dijo insidiosamente.
Glenn se rascó la mandíbula produciendo un sonido seco con su u?a sobre su barba.
—?Llevas una agencia desde tu casa?
Suspiré ante su tonito condescendiente.