—Sí, yo… —empezó a decir ruborizándose debajo de su maquillaje— dejo entrar al gato cuando trabaja hasta tarde.
Miré hacia abajo al amuleto detector de mentiras que tenía en el regazo que brevemente cambió de verde a rojo. Estaba mintiendo, pero no necesitaba un amuleto para saberlo. No dije nada. No quería avergonzarla más obligándola a reconocer que tenía la llave por otros motivos más románticos.
—Estuve allí sobre las siete —dijo con la mirada baja—. Todo estaba en orden.
—?A las siete de la ma?ana? —preguntó Edden descruzando los brazos y poniéndose derecho—. ?A esa hora no están ustedes, quiero decir las brujas, durmiendo?
Levantó la vista hacia él y asintió.
—Soy la secretaria personal del se?or Kalamack. Trabaja por las ma?anas y a última hora de la tarde, así que tengo jornada partida. De ocho a doce de la ma?ana y de cuatro a siete de la tarde. Tardé un poco en acostumbrarme, pero con cuatro horas para mí en la sobremesa tengo más tiempo para pasarlo con… Dan —dijo—. Por favor —suplicó la joven de pronto mirándonos alternativamente a Edden y a mí—, sé que le ha pasado algo malo. ?Por qué nadie quiere ayudarme?
Me revolví incómoda en la silla al verla luchar por mantener la compostura. Se sentía impotente. Yo la entendía mejor de lo que pensaba. Sara Jane era la última de una larga lista de secretarias al servicio de Trent. Durante el tiempo que fui un visón, la escuché durante su entrevista pero no pude advertirla mientras Trent la engatusaba con medias verdades. A pesar de su inteligencia no fue capaz de resistir su encantadora y extravagante oferta. Junto con la oferta de empleo, Trent le había ofrecido a su familia la oportunidad de oro para salir de su semiesclavitud. Y además Trent Kalamack era un jefe verdaderamente benevolente. Ofrecía altos salarios y magníficos beneficios. Le daba a la gente lo que desesperadamente necesitaba, pidiéndoles a cambio nada más que su lealtad. Para cuando se daban cuenta de lo lejos que debía llegar esa lealtad, ya sabían demasiado para escapar.
Sara Jane se había librado de la granja, pero Trent la compró, probablemente para garantizarse que ella mantenía la boca cerrada cuando averiguase sus negocios ilegales con las drogas y con los solicitados biofármacos de ingeniería genética, prohibidos durante la Revelación. Casi había logrado hacer salir a la luz toda la verdad, pero el único testigo, aparte de mí, murió en la explosión de un coche.
En el ámbito público, Trent era concejal del ayuntamiento, intocable gracias a su inmensa riqueza y sus generosas donaciones a las asociaciones caritativas y a los ni?os desfavorecidos. En el ámbito privado, nadie sabía si era humano o inframundano. Ni siquiera Jenks había podido averiguarlo, algo inusual para un pixie. Trent manejaba en la sombra gran parte de los negocios sucios de Cincinnati y tanto la AFI como la si venderían su alma por llevarlo ante los tribunales. Y ahora el novio de Sara Jane había desaparecido.
Carraspeé al recordar la tentadora oferta que me había hecho Trent. Al ver que Sara Jane recuperaba el control de nuevo le pregunté:
—?Ha dicho que Dan trabajaba en Pizza Piscary's?
Ella asintió.
—Es repartidor. Así es como nos conocimos. —Se mordió el labio y bajó los ojos.
El amuleto detector de mentiras seguía verde. Piscary's era un restaurante de inframundanos que servía desde sopa de tomate hasta tarta de queso para sibaritas. Se comentaba que el propio Piscary era uno de los vampiros maestros de Cincinnati. Por lo que había oído era bastante agradable, no era avaricioso con sus capturas, y era de carácter equilibrado. Oficialmente llevaba muerto los últimos trescientos a?os, aunque por supuesto sería más viejo. Mientras más amable y civilizado parecía un vampiro no muerto, más depravado resultaba ser por lo general. Mi compa?era de piso lo consideraba una especie de pariente amable, lo que me hacía sentirme irritada y confusa.
Le di a Sara Jane otro pa?uelo y ella me sonrió débilmente.
—Puedo ir hoy a su apartamento —dije—. ?Podría esperarme allí con la llave? A veces un profesional puede detectar cosas que a otros les pasan desapercibidas. —Jenks resopló y crucé las piernas, golpeando debajo de la mesa para hacerlo saltar por los aires. Sara Jane pareció aliviada.
—Oh, gracias, se?orita Morgan —dijo efusivamente—. Puedo ir ahora mismo. Solo tengo que llamar a mi jefe y decirle que llegaré un poco más tarde. —Cogió su bolso como si estuviese lista para salir volando de la sala—. El se?or Kalamack me dijo que podía tomarme el tiempo que necesitase esta tarde.