El bueno, el feo yla bruja

Las esporádicas conversaciones y el repiqueteo de los teclados me recordaron mi antiguo trabajo en la si y la tensión de mis hombros se relajó. Las ruedas de la justicia estaban engrasadas a base de papel e impulsadas por los rápidos pies en las calles. Si los pies eran humanos o inframundanos era irrelevante. Al menos para mí.

 

La AFI había sido creada para sustituir a las autoridades locales y federales tras la Revelación. Sobre el papel, la AFI se creó para ayudar a proteger a los humanos que quedaron de los, ejem, inframundanos más agresivos, generalmente vampiros y hombres lobo. La realidad fue que disolvió la antigua estructura legislativa en un intento paranoico por mantenernos a los inframundanos fuera de las fuerzas del orden público. Fracasaron. Los policías y agentes federales inframundanos que ?salieron del armario? y fueron despedidos crearon su propia agencia, la SI. Tras cuarenta a?os, la AFI se sentía completamente superada y sufría los abusos constantes de la si en la lucha de ambos por mantener el control sobre los variados ciudadanos de Cincinnati, siendo la si la encargada de los casos sobrenaturales que la AFI no podía manejar.

 

Conforme seguía a Glenn hacia el fondo, incliné el depósito de riego para ocultar mi mu?eca izquierda. No creía que mucha gente reconociese en la peque?a cicatriz circular en la cara interna de mi mu?eca una marca de demonio, pero prefería pecar de cautelosa.

 

Ni la AFI ni la si sabían que me había visto involucrada en un incidente provocado por un demonio y en el que se destrozó un archivo de libros antiguos en la universidad la primavera pasada y por ahora prefería que así fuese. Lo enviaron para matarme, pero finalmente me salvó la vida. Debo llevar su marca hasta que encuentre la forma de devolverle el favor.

 

Glenn zigzagueó hasta cruzar el vestíbulo y me sorprendí al comprobar que ni un solo agente hacía un comentario pícaro sobre la pelirroja vestida de cuero. Pero es que comparados con la prostituta vociferante con el pelo morado y una cadena fosforescente desde la nariz hasta algún punto bajo su blusa, probablemente nosotros resultásemos invisibles.

 

Vi las persianas bajadas en la oficina de Edden al pasar y saludé con la mano a Rose, su asistente. Su cara se puso roja, aunque fingió ignorarme, y la evité. Estaba acostumbrada a tales desaires, pero aun así resultaba irritante. La rivalidad entre la AFI y la si venía de antiguo. Que yo ya no trabajase para la si no parecía importar mucho. Pero también podría ser que no le gustasen las brujas.

 

Respiré mejor cuando dejamos atrás la parte de cara al público y entramos en el pasillo iluminado por una estéril luz fluorescente. Glenn también se relajó y aminoró el paso. Sentía la política de la oficina flotando tras nosotros, pero estaba demasiado abatida para que me importase. Pasamos una sala de reuniones vacía y mis ojos se posaron en una enorme pizarra blanca cubierta con los casos más acuciantes de la semana. Desplazando a los habituales crímenes de humanos acosados por vampiros había una lista de nombres. Se me revolvió el estómago y bajé la vista. íbamos demasiado deprisa para leer los nombres, pero sabía los que debían ser. Había estado siguiendo las noticias, como todo el mundo.

 

—?Morgan! —gritó una voz familiar y me giré de golpe, haciendo chirriar mis botas sobre las baldosas grises.

 

Era Edden. Su achaparrada silueta se recortaba en el pasillo avanzando hacia nosotros, balanceando los brazos. Inmediatamente me sentí mejor.

 

—Baboso —murmuró Jenks—. Rachel, me largo de aquí. Te veo en casa.

 

—Quédate donde estás —le dije, me hacía gracia el rencor que le guardaba el pixie—, y si le sueltas alguna grosería a Edden, pondré insecticida en tu tronco.

 

Glenn se rió por lo bajo, probablemente porque no pude oír lo que Jenks mascullaba.

 

Edden no podía negar por su aspecto que era un ex miembro del grupo de operaciones especiales de la Armada y mantenía el pelo muy corto, vestía un pantalón caqui con raya marcada y ocultaba un entrenado torso bajo la almidonada camisa blanca. Aunque su espesa mata de pelo tieso era negra, tenía el bigote completamente gris. Una sonrisa de bienvenida iluminó su redonda cara mientras avanzaba hacia nosotros, guardándose unas gafas de lectura con montura de pasta en el bolsillo de la camisa. El capitán de la AFI de Cincinnati se detuvo bruscamente, despidiendo olor a café en mi dirección. Era casi de mi misma estatura, lo que lo convertía en un poco bajito para un hombre, pero lo compensaba con su presencia.

 

Edden arqueó las cejas al fijarse en mis pantalones de cuero y el poco profesional top de cuello halter.

 

—Me alegro de verte, Morgan —dijo—, espero no haberte pillado en mal momento.

 

Me cambié de lado el peso del depósito y extendí la mano. Sus dedos regordetes sepultaron los míos en un apretón familiar y acogedor.

 

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