El bueno, el feo yla bruja

—Solo he curioseado un poco mis regalos de Navidad —dijo—. Relájate. No voy a hacer nada a menos que Kalamack te mate. Aunque sigo pensando que chantajear a Kalamack es arriesgado…

 

 

—?Es lo único que me mantiene con vida! —dije acaloradamente y luego hice una mueca al preguntarme si Sara Jane me habría oído a través del cristal.

 

—… Pero probablemente sea más seguro que intentar llevarlo ante los tribunales, al menos por ahora. Sin embargo, ?esto? —dijo Edden se?alando a Sara Jane—. Es demasiado listo para esto.

 

Si hubiésemos estado hablando de cualquier otro en lugar de Trent, habría tenido que darle la razón. Sobre el papel, Trent Kalamack era intachable, tan encantador y atractivo en público como despiadado y frío a puerta cerrada. Lo había visto matar a un hombre en su oficina y hacer que pareciese un accidente con una serie de preparativos rápidamente orquestados. Pero mientras Edden no interviniese en mi chantaje, el intocable Trent me dejaría en paz.

 

Jenks se interpuso como una flecha entre el cristal y yo. Se quedó suspendido en el aire con una expresión de preocupación arrugando su carita.

 

—Esto apesta peor que ese pez. Sal de aquí. Tienes que alejarte.

 

Mi mirada se centró detrás de Jenks, en Sara Jane. Había estado llorando.

 

—Se lo debo, Jenks —susurré—. Tanto si ella lo sabe como si no.

 

Edden se acercó a mí y juntos observamos a Sara Jane.

 

—?Morgan?

 

Jenks tenía razón. Las casualidades no existían, a menos que pagases por ellas, y nada sucedía alrededor de Trent sin un motivo. Mis ojos estaban clavados en Sara Jane.

 

—Sí, acepto.

 

 

 

 

 

3.

 

 

Las u?as de Sara Jane atrajeron mi atención mientras se revolvía nerviosa frente a mí. La última vez que la vi las tenía limpias pero gastadas hasta la carne. Ahora las llevaba largas y limadas, pintadas con un elegante tono rojo de esmalte.

 

—Entonces —dije levantando la vista del llamativo esmalte hasta sus ojos. Los tenía azules, antes no lo sabía con seguridad—, ?la última vez que supo algo de Dan fue el sábado?

 

Desde el otro lado de la mesa Sara Jane asintió. No noté ningún atisbo de reconocimiento cuando Edden nos presentó. Parte de mi se sentía aliviada, parte decepcionada. Su perfume de lilas volvió a traerme el desagradable recuerdo de la indefensión que había sentido siendo un visón encerrado en una jaula en la oficina de Trent.

 

El pa?uelo de papel en la mano de Sara Jane había quedado reducido al tama?o de una nuez, apretado entre sus temblorosos dedos.

 

—Dan me llamó al salir del trabajo —dijo con un temblor en la voz. Miró a Edden que estaba de pie junto a la puerta cerrada, con los brazos cruzados y la camisa remangada hasta el codo—. Me dejó un mensaje en el contestador, eran las cuatro de la ma?ana. Dijo que quería que cenásemos juntos, que quería hablar conmigo. Pero no se presentó. Por eso sé que le ha pasado algo malo, agente Morgan. —Abrió los ojos de par en par y apretó la mandíbula en un esfuerzo por no echarse a llorar.

 

—Soy la se?orita Morgan —dije sintiéndome incómoda—, no trabajo para la AFI de forma continuada.

 

Las alas de Jenks se pusieron en movimiento, permaneciendo aún posado en mi vaso desechable.

 

—En realidad no trabaja para nadie de forma continuada —dijo insidiosamente.

 

—La se?orita Morgan es nuestra consultora inframundana —dijo Edden frunciendo el ce?o hacia Jenks.

 

Sara Jane se secó los ojos y con el pa?uelo aún en la mano se echó el pelo hacia atrás. Se lo había cortado, haciéndola parecer aun más profesional al caerle sobre los hombros como una cortina recta amarilla.

 

—He traído una foto suya —dijo. Rebuscando en su bolso, sacó una foto y la empujó hacia mí. Bajé la vista para verla a ella con un joven en la cubierta de uno de los barcos de vapor que pasean a los turistas por el río Ohio. Ambos sonreían. él la rodeaba con un brazo y ella se inclinaba hacia él. Parecía relajada y feliz con unos vaqueros y una blusa. Me tomé un momento más para estudiar la foto de Dan. Era un hombre fuerte de aspecto cuidado y vestía una camisa de cuadros. Justo el tipo de chico que se esperaba que una chica de granja presentase a sus padres.

 

—?Puedo quedármela? —le pregunté y ella asintió—. Gracias. —La metí en mi bolso sintiéndome incómoda por la forma en la que tenía los ojos clavados en la foto, como si pudiese recuperarlo con solo desearlo—. ?Sabe cómo podemos ponernos en contacto con sus parientes? Puede que haya tenido una emergencia familiar y se haya tenido que ir sin avisar.

 

—Dan es hijo único —dijo limpiándose la nariz con el arrugado pa?uelo—. Sus padres murieron. Eran granjeros en el norte. La esperanza de vida no es muy larga para un granjero.

 

—Ah. —No sabía qué decir—. Técnicamente no podemos entrar en su apartamento hasta que no sea declarado formalmente desaparecido. ?Usted no tendrá por casualidad la llave?

 

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