Se me aceleró la respiración por la emoción cuando colgó. Había conocido a Takata hacia cuatro a?os cuando se fijó en mí en un concierto del solsticio. Creí que me iban a echar cuando un hombre lobo fortachón con camiseta de la organización me acompa?ó entre bastidores mientras tocaban los teloneros.
Resulta que Takata había visto mi melena encrespada y quería saber si era natural o por un hechizo, y en caso de que fuese natural, si usaba algún encantamiento para lograr que algo tan salvaje se quedase en su sitio. Anonadada y poniéndome en evidencia a mí misma sin cesar admití que era natural, aunque esa noche lo había potenciado. Luego le di uno de mis amuletos para domarlo (mi madre y yo habíamos dedicado una buena parte de mi adolescencia en perfeccionarlo). Entonces se rió y desenredó uno de sus rizos rubios para mostrarme que su pelo era aun peor que el mío. La electricidad estática lo hacía flotar y pegarse a todo. Desde entonces no me había vuelto a alisar el pelo.
Mis amigas y yo habíamos visto el concierto entre bambalinas y después Takata y yo condujimos a sus guardaespaldas a una divertida caza por Cincinnati durante toda la noche. Estaba segura de que me recordaría, pero no tenía ni idea de cómo ponerme en contacto con él. No es que pudiese llamarlo y decirle: ??Me recuerdas? Tomamos café durante el solsticio hace cuatro a?os y hablamos de cómo alisar los rizos?.
Una sonrisa se dibujó en la comisura de mis labios mientras manipulaba el contestador. No estaba nada mal para ser un madurito. Claro que cualquiera con más de treinta a?os me parecía viejo entonces.
El de Nick era el único mensaje. Enseguida estaba paseando por la habitación tras descolgar el teléfono y marcar el número de los Howlers. Me tiré de la camiseta mientras sonaba el tono. Después de huir de aquellos lobos necesitaba una ducha.
Se oyó un chasquido y una voz grave casi gru?ó:
—Hola, equipo de los Howlers.
—?Entrenador! —exclamé reconociendo la voz del hombre lobo—, buenas noticias.
Hubo una breve pausa.
—?Quién es? —preguntó—. ?Cómo ha conseguido este número?
Me quedé sorprendida.
—Soy Rachel Morgan —dije lentamente—, ?de Encantamientos Vampíricos?
Medio oí un grito no dirigido al teléfono.
—?Qué perro ha llamado a un servicio de acompa?antes? Sois atletas, por el amor de Dios. ?No podéis ligar con unas lobas sin tener que pagarles?
—?Un momento! —dije antes de que me colgase—. Me contrató para recuperara su mascota.
—?Ah! —Hubo una pausa y oí varios gritos de guerra al fondo—. Ya.
Sopesé brevemente las molestias que acarrearía cambiar nuestro nombre frente al escándalo que montaría Ivy después de mandar imprimir mil tarjetas de visita en negro brillante, contratar la página de publicidad en la guía telefónica, la pareja de tazas extra grandes con nuestro nombre en letras doradas… Ni en sue?os.
—He recuperado vuestro pez —dije volviendo a la realidad—. ?Cuándo puede venir alguien a recogerlo?
—Eh —masculló el entrenador—, ?no te ha llamado nadie?
Me cambió la cara.
—No.
—Uno de los chicos la puso en otro sitio mientras limpiaban su pecera y no se lo había dicho a nadie —dijo—. Nunca desapareció.
?La?, pensé. ?El pez era hembra? ?Cómo lo sabían? Luego me enfadé. ?Había irrumpido en la oficina de unos hombres lobo para nada?
—No —dije con frialdad—, no me llamó nadie.
—Mmm, lo siento. Gracias por su ayuda de todas formas.
—?Eh! Un momento —grité percibiendo el desdén en su voz—. He pasado tres días planeando esto. ?He arriesgado mi vida!
—Y lo entiendo, pero… —empezó a decir el entrenador.
Di vueltas muy enfadada y miré al jardín a través de las ventanas. El sol centelleaba en las tumbas de fuera.
—Creo que no lo entiende, entrenador, ?le hablo de balas de verdad!
—Pero es que nunca llegó a perderse —insistió el entrenador—. Usted no tiene nuestro pez. Lo siento.
—Con un ?lo siento? no me va a quitar a esos lobos de encima. —Furiosa di vueltas alrededor de la mesita de centro.
—Mire —dijo—, le enviaré unas entradas para el próximo partido de exhibición.
—?Entradas! —exclamé estupefacta—. ?Por colarme en la oficina del se?or Ray?
—?Simón Ray? —preguntó el entrenador—. ?Se ha colado en la oficina de Simón? Joder, qué fuerte. Adiós.
—?No, espere! —grité, pero se cortó. Me quedé mirando el aparato que emitía pitidos. ?Es que no sabían quién era yo? ?No sabían que podría echarles una maldición a sus bates para que se rompiesen y que todas sus bolas saliesen fuera? ?Se pensaban que me iba a quedar sentada sin hacer nada cuando me debían mi alquiler!
Me dejé caer en el sillón de ante gris de Ivy con una sensación de impotencia.