El bueno, el feo yla bruja

Los gritos de entusiasmo de los ni?os pixies se filtraban hasta mí a través de la ventana abierta, logrando suavizar mi estado de ánimo. Muy pocos pixies lograban criar a una familia en la ciudad. Jenks era más fuerte de espíritu de lo que muchos pensaban. Ya había matado antes para proteger su jardín y que sus hijos no se muriesen de hambre. Era agradable oír sus voces chillando de alegría: el sonido de la familia y la seguridad.

 

—?Qué perfume era? —murmuré paseando los dedos sobre mis perfumes, intentando recordar con cuál estábamos probando Ivy y yo ahora. De vez en cuando aparecía un nuevo frasco sin ningún comentario cada vez que Ivy encontraba algo nuevo para que yo lo probase.

 

Cogí uno y se me cayó cuando justo detrás de mi oreja Jenks dijo:

 

—Ese no.

 

—?Jenks! —grité aferrándome a la toalla y girándome de un brinco—. ?Sal de mi habitación echando leches!

 

Salió disparado hacia atrás cuando intenté alcanzarlo. Su sonrisa se amplió de oreja a oreja mirando la pierna que accidentalmente dejé descubierta. Riéndose bajó en picado y aterrizó en un frasco.

 

—Esta funciona bien —dijo—, y vas a necesitar toda la ayuda que puedas cuando le digas a Ivy que vas a intentar cazar a Trent de nuevo.

 

Fruncí el ce?o y alargué la mano para coger el frasco. Entrechocando las alas, Jenks se elevó dejando un rastro de polvos pixie brillando al sol sobre las destellantes botellitas.

 

—Gracias —dije con tono hosco reconociendo que su olfato era mejor que el mío—, y ahora vete. No, espera. —Se quedó titubeante junto a la peque?a vidriera de mi habitación y me incliné para abrir el agujero para pixies del cristal—. ?Quién está vigilando a Glenn?

 

Jenks literalmente irradiaba orgullo paterno.

 

—Jax. Están en el jardín. Glenn está disparando huesos de cerezas hacia arriba con una gomilla para que mis ni?os las atrapen antes de que caigan al suelo.

 

Me sorprendió tanto que casi se me olvidó que tenía el pelo chorreando y que no llevaba puesta más que una toalla.

 

—?Que está jugando con tus ni?os?

 

—Sí, no es mal tipo… cuando lo conoces. —Jenks saltó a través del agujero para pixies—. Te lo mando dentro en cinco minutos, más o menos, ?vale? —dijo desde el otro lado del cristal.

 

—Que sean diez —dije en voz baja, pero ya se había ido. Arrugando el ce?o cerré la ventana, le eché el pestillo y comprobé dos veces que las cortinas estaban bien cerradas. Cogí el perfume que Jenks me había sugerido y me eché un poco. Me rodeó el olor a canela. Ivy y yo habíamos estado buscando durante los últimos tres meses un perfume que cubriese su aroma natural mezclado con el mío. Este era uno de los mejores.

 

Da igual que estuviesen vivos o muertos, los vampiros se dejaban llevar por sus instintos que se disparaban con las feromonas y olores. Estaban más a merced de sus hormonas que los adolescentes. Producían un olor casi indetectable que se quedaba donde ellos habían estado, como una especie de se?al odorífera que les indicaba a los otros vampiros que este era su territorio y que se largasen. Era mucho mejor que como lo hacían los perros, pero al vivir juntas como lo hacíamos nosotras el olor de Ivy perduraba en mí. En una ocasión me explicó que era una estrategia de supervivencia que ayudaba a aumentar la esperanza de vida de las sombras al evitar la caza furtiva. Yo no era su sombra, pero ahí estaba de todas formas. Todo se reducía a que los aromas de nuestros olores naturales mezclándose tendían a actuar como un afrodisíaco de sangre que se lo ponía a Ivy más difícil a la hora de resistirse a sus instintos, fuese practicante o no.

 

Una de las pocas discusiones que Nick y yo habíamos tenido había sido sobre por qué tenía que soportar a Ivy y la constante amenaza que suponía para mi libre albedrío si se olvidaba de su promesa de abstinencia una noche y yo no podía esquivarla. La verdad era que ella se consideraba mi amiga, pero aun más revelador era que había relajado la férrea cautela que ejercía sobre sus sentimientos y me había dejado ser su amiga también. Tal honor se me había subido a la cabeza. Ivy era la mejor cazarrecompensas que había visto jamás, y me sentía permanentemente halagada por el hecho de que dejase su brillante carrera en la si para trabajar conmigo y salvarme el culo.

 

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