El bueno, el feo yla bruja

Con el depósito en la mano me dirigí al ba?o de Ivy.

 

—Bienvenido a casa, Bob —murmuré volcando el contenido del depósito en la ba?era negra de Ivy. El pez cayó pesadamente en los cinco centímetros de agua y apresuradamente abrí el grifo, removiendo el chorro para mantenerlo a temperatura ambiente. Enseguida Bob el pez estaba nadando en gráciles y reposados círculos. Cerré el grifo y esperé basta que dejó de gotear y la superficie se quedó lisa. La verdad es que era un pez muy bonito, contrastaba sobre la porcelana negra, todo plateado con alargadas aletas color crema y ese círculo negro decorándole un costado que parecía el negativo de una luna llena. Metí los dedos en el agua y huyó a la otra esquina de la ba?era.

 

Lo dejé allí y crucé el pasillo hasta mi ba?o, saqué una muda de ropa de la secadora y abrí la ducha. Mientras me recogía los rizos del pelo y esperaba a que el agua se calentase, me fijé en los tres tomates que maduraban en el alféizar. Hice una mueca alegrándome de que no estuvieran a la vista de Glenn. Me los había dado una pixie en pago por llevarla oculta al otro lado de la ciudad para huir de un matrimonio no deseado. Y aunque los tomates ya no eran ilegales, me parecía de mal gusto dejarlos a la vista cuando solía tener invitados humanos.

 

Hacían tan solo cuarenta a?os desde que un cuarto de la población humana del planeta había sido esquilmada por un virus creado por el ejército que se les había ido de las manos y acabó unido espontáneamente a un enlace débil de un tomate creado por ingeniería genética. Fue exportado antes de que nadie lo supiese y el virus cruzó los océanos con la facilidad de un viajero internacional y entonces comenzó la Revelación.

 

El virus transgénico tuvo efectos diferentes sobre los inframundanos ocultos. A los brujos, los vampiros no muertos y las especies más peque?as como los pixies y las hadas no les afectó en absoluto. Los hombres lobo, los vampiros vivos, los leprechauns y similares pillaron una gripe. Los humanos murieron en masa junto con los elfos, cuya costumbre de aumentar su número mezclándose con humanos les salió por como un tiro por la culata.

 

Los EE. UU. habrían seguido el mismo camino que los países del tercer mundo si los inframundanos ocultos no hubiesen salido a la luz para detener la expansión del virus, quemar a los muertos y mantener a la civilización hasta que lo que quedaba de la humanidad acabase su duelo. Nuestro secreto estuvo a punto de ser revelado debido a la pregunta de qué hace a esta gente inmune cuando el carismático vampiro vivo Rynn Cornel nos hizo ver que juntos igualábamos en número a los humanos. La decisión de darnos a conocer y vivir abiertamente entre los humanos a los que habíamos estado imitando para mantenernos a salvo fue casi unánime.

 

La Revelación, como se denominó, marcó el comienzo de tres a?os de pesadilla. La humanidad trasladó su miedo hacia nosotros y lo proyectó contra los bioingenieros que habían sobrevivido, asesinándolos en juicios dise?ados para legalizar esos asesinatos. Luego fueron más lejos y prohibieron todos los productos genéticamente modificados, junto con la ciencia que los había creado. Una segunda oleada más lenta de muertes siguió a la primera cuando las antiguas enfermedades experimentaron un nuevo resurgir al no existir ya las medicinas que los humanos habían creado para combatir enfermedades como el mal de Alzheimer o el cáncer. Los humanos siguen considerando los tomates como veneno, incluso a pesar de que el virus desapareció hace tiempo. Si no los cultiva uno mismo, hay que ir a una tienda especializada para encontrarlos.

 

Arrugué la frente al mirar a la fruta roja cubierta de gotas por la condensación de la ducha. Si fuese lista lo pondría en la cocina para ver cómo reaccionaría Glenn en Piscary's. Llevar a un humano a un restaurante de infrahumanos no era una idea brillante. Si montaba una escenita, probablemente no solo no conseguiríamos ninguna información, sino que puede que nos prohibieran la entrada o algo peor.

 

Considerando que el agua estaba ya lo suficientemente caliente, me metí en la ducha soltando unos ?ah, uh, ah?. Veinte minutos después estaba envuelta en una gran toalla rosa y de pie frente a mi feo tocador de contrachapado, con su docena de perfumes colocados en la parte de arriba. La imagen borrosa del pez de los Howlers estaba encajada entre el marco y el espejo. La verdad es que a mí me parecía el mismo pez.

 

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