El bueno, el feo yla bruja

—?Le importa si miro su correo electrónico? —le pregunté a Sara Jane y ella asintió con los ojos tristes. Moví el ratón y descubrí que Dan tenia una conexión permanente, igual que Ivy. Estrictamente hablando no debería estar haciendo esto, pero mientras nadie dijese nada… Por el rabillo del ojo observé a Glenn mirando el elegante traje de negocios de Sara Jane de arriba abajo mientras ella abría la bolsa de comida para gatos y luego miré mi vestimenta al inclinarme hacia el teclado. Podía decir por su mirada que pensaba que mi ropa era poco profesional y reprimí una mueca.

 

 

Dan tenía un montón de mensajes sin abrir, dos de Sara Jane y uno con la dirección de la universidad. Los demás eran de algún tipo de chat de rock duro. Hasta yo sabía que no debía abrir ninguno, sería alteración de pruebas en caso de que apareciese muerto.

 

Glenn se pasó la mano por su pelo corto. Parecía decepcionado por no encontrar nada inusual. Me imaginaba que no era porque Dan hubiese desaparecido, sino porque era un brujo y como tal debía tener cabezas de monos muertos colgadas del techo. Dan parecía ser un chico joven normal que vivía solo. Quizá era más ordenado que la mayoría, pero seguro que Sara Jane no iba a salir con un vago.

 

Sara Jane colocó el cuenco con la comida en su sitio junto a otro con agua. Un gato negro bajó sigilosamente por las escaleras al oír el tintineo de la porcelana. Le bufó a Sara Jane y no entró a comer hasta que ella salió de la cocina.

 

—No le caigo bien a Sarcófago —dijo aunque no hiciese falta mencionarlo—. Es un familiar de una sola persona.

 

Un buen espíritu familiar debía ser así. Los mejores elegían ellos mismos a sus due?os y no al revés. El gato se terminó su comida sorprendentemente rápido y luego saltó al respaldo del sofá. Di golpecitos en la tapicería y se acercó a investigar. Alargó el cuello y me tocó el dedo con la nariz. Así era como los gatos se saludaban entre ellos y le sonreí. Me encantaría tener un gato, pero Jenks me echaría polvos pixie cada noche durante un a?o si traía uno a casa.

 

Recordando mi periodo como visón, rebusqué en mi bolso. Intentando ser discreta invoqué un amuleto para comprobar si el gato había sido hechizado. Nada. No contenta con eso rebusqué más a fondo, buscando unas gafas con montura metálica. Ignorando la mirada inquisitiva de Glenn abrí la funda de tapa dura y cuidadosamente me puse unas gafas tan feas que servirían de método anticonceptivo. Me las compré el mes pasado y me gasté tres veces el precio del alquiler con la excusa de que eran desgravables. Las que no me hacían parecer una empollona marginada me habrían costado el doble.

 

La magia de las líneas luminosas podía unirse a la plata de igual forma que la magia terrenal se unía a la madera y las gafas metálicas tenían un hechizo para dejarme ver a través de disfraces invocados con magia de líneas luminosas. Me sentía un poco cutre usándolas y pensaba que me devolvían al campo de los hechiceros por usar un encantamiento que no era capaz de hacer. Pero mientras acariciaba la barbilla de Sarcófago y tras asegurarme de que no era Dan atrapado bajo la forma de un gato al no advertir en él ningún cambio, decidí que tampoco me importaba mucho.

 

Glenn se giró hacia el teléfono.

 

—?Le importa si escucho los mensajes? —preguntó.

 

La risa de Sara Jane sonó amarga.

 

—Adelante, son míos.

 

El chasquido de la funda de tapa dura sonó demasiado fuerte al guardar las gafas. Glenn presionó el botón y me estremecí al oír la voz grabada de Sara Jane irrumpir en el silencio del apartamento.

 

—Oye, Dan, llevo esperando una hora. Era en Torre Carew, ?no? —Hubo una pausa y luego sonó distante—. Bueno, llámame y será mejor que me hayas comprado unos bombones. —Su voz se volvió juguetona—. Vas a tener que disculparte a base de bien, granjero.

 

El segundo mensaje fue aun más embarazoso.

 

—Hola, Dan. Si estás ahí, coge el teléfono. —De nuevo una pausa—. Mmm, lo de los bombones era broma. Nos vemos ma?ana. Te quiero. Adiós.

 

Sara Jane estaba de pie en el salón con la expresión petrificada.

 

—No estaba aquí cuando vine y no lo he visto desde entonces —dijo en voz baja.

 

—Bueno —dijo Glenn cuando el contestador terminó con un chasquido—, no hemos encontrado su coche todavía y su cepillo y maquinilla de afeitar siguen aquí. Dondequiera que esté, no piensa quedarse mucho tiempo. Parece que le ha sucedido algo.

 

Ella se mordió el labio y se volvió de espaldas. Asombrada por su falta de tacto le dediqué a Glenn una mirada asesina.

 

—Tienes la sensibilidad de un perro en celo, ?lo sabías? —le susurré.

 

Glenn se fijó en los hombros hundidos de Sara Jane.

 

—Lo siento, se?ora.

 

Ella se volvió con una abatida sonrisa.

 

—Quizá debería llevarme a Sarcófago a casa…

 

—No —rápidamente intenté convencerla—, todavía no. —Le puse la mano en el hombro compasivamente. El olor a lilas de su perfume me trajo a la memoria el sabor calizo de las zanahorias drogadas. Miré a Glenn, convencida de que no se iría para dejarme hablar a solas con ella—. Sara Jane —le pedí titubeante—, lo siento pero tengo que preguntárselo. ?Sabe si alguien había amenazado a Dan?

 

—No —dijo levantando la mano hasta el cuello y quedándose su expresión paralizada—, nadie.

 

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