El bueno, el feo yla bruja

Ivy no era el tipo de compa?era de piso a la que le gustase jugar al parchís, y la única vez que me senté con ella en el sofá a ver Hora Punta desperté sin querer sus instintos de vampiresa y casi me muerde durante la última escena de lucha, cuando se elevó la temperatura de mi cuerpo y debió de llegarle de lleno la mezcla de nuestros dos olores. Así que ahora, con la excepción de nuestras cuidadosamente orquestadas sesiones de entrenamiento, normalmente hacíamos todas las cosas dejando mucho espacio entre ambas. Esquivar mis bolas de líquido era un buen ejercicio para ella y mi puntería había mejorado. A medianoche, en el cementerio, era incluso mejor.

 

Glenn se pasó la mano por su corta barba, esperando. Estaba claro que algo iba a suceder, aunque no sabía el qué. Ignorándolo, dejé la pistola de bolas sobre la encimera y empecé a limpiar la porquería que había dejado en el fregadero. El pulso se me aceleró y me dolían los dedos por la tensión. Ivy continuó comprando por Internet emitiendo fuertes clics con el ratón. Alargó la mano para coger un lápiz cuando algo llamó su atención. Con un movimiento rápido cogí la pistola, me giré y apreté el gatillo. La ráfaga de aire me produjo un estremecimiento. Ivy se inclinó hacia la derecha. Levantó la mano que tenía libre para interceptar la bola de agua que le alcanzó en la palma con un repentino plaf al romperse y le empapó la mano. En ningún momento apartó la vista de la pantalla mientras se sacudía el agua de la mano y leía el pie de foto bajo una almohada para ataúd. Faltaban tres meses para las Navidades y sabía que no encontraba nada para su madre.

 

Glenn se había levantado al oír el disparo y tenía la mano sobre su funda. Su cara estaba desencajada y nos miraba alternativamente a Ivy y a mí. Le lancé la pistola de bolas y la cogió. Lo que fuese con tal de apartar sus manos de su pistola.

 

—Si llega a ser una poción para dormir —dije con suficiencia—, estarías frita.

 

Le pasé a Ivy el rollo de papel de cocina que teníamos en la encimera de la isla precisamente para esto. Despreocupadamente se secó la mano y continuó de compras.

 

Glenn observaba la pistola de bolas de pintura con la cabeza gacha. Sabía que estaba considerando su peso y dándose cuenta de que no era un juguete. Caminó hacia mí y me la devolvió.

 

—Deberían obligarte a sacar una licencia para estas cosas —dijo colocándola en mi mano.

 

—Sí —coincidí alegremente—, deberían.

 

Noté que me observaba mientras la cargaba con siete pociones. No había muchas brujas que usasen pociones, no solo porque eran escandalosamente caras y duraban únicamente una semana sin invocar, sino porque se necesitaba un buen ba?o en agua salada para romperlas. Era un lío y se necesitaba un montón de sal. Contenta por haberle dejado las cosas claras, me metí la pistola cargada en los pantalones por la espalda y la cubrí con la chaqueta de cuero. Me quité de una patada las zapatillas rosas y entré en la salita por la puerta de atrás a por mis botas de vampiresa.

 

—?Listo para salir? —pregunté apoyada en la pared del pasillo a la vez que me ponía las botas—. Tú conduces.

 

La alta silueta de Glenn apareció en el arco haciéndose el nudo de la corbata con sus expertos dedos morenos.

 

—?Vas a ir así?

 

Fruncí el ce?o y me miré la blusa roja, la falda negra, las medias y los botines.

 

—?No voy bien con lo que llevo?

 

Ivy soltó un maleducado resoplido frente a su ordenador. Glenn la miró y luego me miró a mí.

 

—No importa —dijo inexpresivamente. Se apretó el nudo de la corbata para parecer refinado y profesional—. Vamos.

 

—No —le dije a la cara—, quiero saber qué crees que debería ponerme. ?Uno de esos sacos de poliéster con los que obligáis a vestirse a las agentes de la AFI? ?Rose está tan tensa por un motivo y no tiene nada que ver con que no tenga paredes o que su silla tenga una rueda rota!

 

Con la expresión seria Glenn me esquivó y salió por el pasillo. Cogí mi bolso, respondí al preocupado adiós que me dedicaba Ivy con la mano y salí tras de él dando grandes zancadas. Glenn ocupaba casi todo el ancho del pasillo al caminar y meter los brazos en su chaqueta a la vez. El sonido del forro rozándose con su camisa sonó como un suave susurro frente al ruido de sus suelas duras contra las tablas de madera.

 

Mantuve un frío silencio mientras que Glenn nos conducía más allá de los Hollows y de vuelta al centro, cruzando el río. Habría sido agradable que Jenks nos acompa?ase, pero Sara Jane había dicho algo de un gato y prudentemente decidió quedarse en casa.

 

El sol hacía tiempo que se había ocultado y el tráfico era más denso. Las luces de Cincinnati se veían muy bonitas desde el puente. Me pareció divertido darme cuenta que Glenn iba a la cabeza de una fila de coches demasiado cautelosos que no se atrevían a adelantarle. Incluso los coches camuflados de la AFI eran demasiado evidentes. Lentamente mi humor se relajó. Abrí un poco la ventana para diluir el olor a canela y Glenn subió la calefacción. El perfume ya no olía tan bien, ahora que me había fallado.

 

Kim Harrison's books