El bueno, el feo yla bruja

El apartamento de Dan era una casa unifamiliar ordenada, limpia y con verja, no demasiado lejos de la universidad, con buen acceso a la autopista. Parecía caro, pero si iba a la universidad, probablemente era porque podía permitírselo. Glenn aparcó en el aparcamiento reservado con el número de la casa de Dan y apagó el motor. La luz del porche estaba apagada y las cortinas cerradas. Había un gato sentado en la reja del balcón de la segunda planta, mirándonos con los ojos brillantes.

 

Sin decir nada Glenn metió la mano bajo el asiento y lo echó hacia atrás. Cerró los ojos y se acomodó, como si fuese a echarse una siesta. El silencio aumentó y oí los crujidos del motor al enfriarse en la oscuridad. Alargué la mano hacia el botón de la radio y Glenn murmuró:

 

—No toques eso.

 

Fastidiada, me hundí en mi asiento.

 

—?No quieres ir a interrogar a los vecinos? —pregunté.

 

—Iré ma?ana cuando haya sol y tú estés en clase.

 

Levanté las cejas. Según el papel que me había dado Edden, la clase era de cuatro a seis. Era una hora excelente para ir pegando en las puertas de los vecinos, cuando los humanos suelen llegar a casa, con los inframundanos diurnos bien despiertos y los de hábitos nocturnos despertándose. El barrio parecía un vecindario mixto.

 

Una pareja salió de un apartamento cercano discutiendo, se metieron en un coche brillante y se fueron. Ella llegaba tarde a trabajar por culpa de él, si es que había seguido la conversación correctamente. Aburrida y un poco nerviosa rebusqué en mi bolso hasta que encontré una aguja digital y un amuleto detector. Me encantaban estas cosas; el amuleto detector, no la aguja, y tras pincharme en el dedo para sacar tres gotas de sangre para invocarlo, descubrí que no había nadie excepto Glenn y yo en un radio de diez metros. Me colgué el amuleto al cuello como mi antigua placa de la si al ver un coche rojo peque?o entrar en el aparcamiento. El gato en la reja se desperezó antes de saltar al balcón y desaparecer de nuestra vista. Era Sara Jane, que aparcó el coche rápidamente en el sitio justo detrás del nuestro. Glenn la vio y sin decir nada salimos y nos dirigimos hacia ella.

 

—Hola —dijo mostrando en su rostro con forma de corazón su preocupación a la luz de la farola—, espero que no hayan estado esperando mucho tiempo —a?adió con un tono de secretaria profesional.

 

—No se preocupe, se?ora —dijo Glenn.

 

Me encogí en mi abrigo de cuero frente al frío mientras Sara Jane hacía tintinear las llaves, buscando una que aún conservaba el brillo metálico nuevo y abría con ella la puerta. Se me aceleró el pulso y miré mi amuleto, acordándome de Trent. Tenía mi pistola de bolas, pero no era una persona valiente. Yo salía corriendo ante los malos. Eso aumentaba mi esperanza de vida considerablemente.

 

Glenn siguió a Sara Jane hacia el interior cuando esta encendió las luces, iluminando el porche y el apartamento. Nerviosa, atravesé el umbral, dudando entre cerrar la puerta para evitar que alguien me siguiese o dejarla abierta para facilitar una ruta de escape. Opté por dejarla entreabierta.

 

—?Tienes algún problema? —me susurró Glenn mientras Sara Jane entraba confiadamente en la cocina. Negué con la cabeza. La casa era de distribución abierta y casi toda la planta de abajo podía verse desde la entrada. Las escaleras iban rectas dibujando un poco imaginativo camino hacia la segunda planta. Sabiendo que mi amuleto me avisaría si aparecía alguien, me relajé. No había nadie más aquí, salvo nosotros tres y el gato maullando en el balcón de la segunda planta.

 

—Voy a subir para dejar entrar a Sarcófago —dijo Sara Jane camino de la escalera.

 

Arqueé las cejas.

 

—Te refieres al gato, ?no?

 

—Iré con usted, se?ora —se ofreció Glenn y subió dando fuertes pisadas tras ella.

 

Hice un rápido reconocimiento de la planta baja mientras estaban arriba aun sabiendo que no encontraríamos nada. Trent era demasiado bueno como para dejar pistas. Solo quería saber qué clase de hombre le gustaba a Sara Jane. El fregadero estaba seco, el cubo de la basura apestaba, la pantalla del ordenador tenía polvo y la caja del gato estaba llena. Obviamente Dan no había pasado por casa desde hacía tiempo.

 

Los tablones de madera sobre mi cabeza crujieron cuando Glenn los pisó. Sobre la televisión estaba la misma foto de Dan y Sara Jane en el barco de vapor. La cogí y estudié sus caras, volviendo a colocar la foto enmarcada sobre la tele al oír los pesados pasos de Glenn bajando la escalera. Sus hombros ocupaban casi el ancho de la estrecha escalera. Sara Jane, en silencio tras él, parecía muy peque?a y andaba sin hacer ruido.

 

—Arriba todo parece normal —dijo Glenn hojeando el montón de correo sobre la encimera de la cocina. Sara Jane abrió la despensa. Como todo lo demás estaba bien organizada. Tras un momento de vacilación sacó una bolsa de comida húmeda para gatos.

 

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