—Solo tú y yo y mi pistola de bolas de líquido. Si me tocas, te tumbo. —Le devolví la sonrisa—. ?Qué crees que les pongo a mis bolitas de líquido? A lo mejor resulta difícil de explicar por qué ha tenido que venir alguien de la SI a darte un ba?o de agua salada, ?no? Yo diría que eso daría motivos para estar riéndose de ti todo un a?o. —Observé como la expresión de sus ojos se tornaba de odio—. Atrás —dije muy clarito—, si la saco, la uso.
Denon retrocedió.
—Aléjate de aquí, Morgan —me amenazó—. Esta misión es mía.
—Eso explicaría por qué la SI está todavía calentando motores. Quizá deberías volver a lo de ponerle multas a los coches mal aparcados y dejar que un profesional se encargue de esto.
Silbó al espirar el aire y me hice más fuerte ante su rabia. Ivy tenía razón. Había miedo en el fondo de su alma. Miedo a que un día los vampiros no muertos que se alimentan de él perdiesen el control y lo matasen. Miedo a que no lo volvieran a traer como a uno de sus hermanos. No me extra?aba que tuviese miedo.
—Este es un asunto de la SI —dijo—. Si interfieres, te encierro en el calabozo. —Sonrió ense?ándome sus dientes humanos—. Si crees que estar en la jaula de Kalamack fue malo, espera a ver la mía.
Mi confianza se quebró. ?La SI lo sabía?
—Relájate —dije sarcásticamente—. Yo estoy aquí por una persona desaparecida, no por tus asesinatos.
—Una persona desaparecida —se burló—, esa es una buena historia, no la cambies. E intenta mantener a tu sospechoso vivo esta vez. —Me echó una mirada final antes de dirigirse por el pasillo hacia el sol y el distante sonido de la cafetería—. No serás el perrito faldero de Tamwood para siempre —dijo sin volverse—, y entonces iré a por ti.
—Sí, lo que tú digas —repliqué a pesar de que un pico de mi antiguo miedo intentase aflorar. Lo aplasté y me saqué la mano de la espalda. Yo no era el perrito faldero de Ivy, aunque vivir con ella me proporcionase una buena protección contra la población de vampiros de Cincinnati. Ivy no ostentaba una posición de poder, pero como el último miembro vivo de la familia Tamwood, tenía el estatus de una líder en ciernes, respetada tanto por vampiros vivos como muertos.
Respiré hondo para intentar disipar la debilidad de mis rodillas. Genial. Ahora tenía que entrar en clase después de que probablemente hubiese empezado. Pensando que mi día no podía empeorar, me recompuse y entré en la sala bien iluminada gracias a la fila de ventanas con vistas al campus. Como Janine me había dicho, estaba organizada como un laboratorio, con dos personas sentadas en Taburetes a cada lado de las mesas de pizarra, Janine estaba sola hablando con Jenks y obviamente me había reservado el sitio junto a ella.
El olor a ozono del círculo que la doctora Anders había construido precipitadamente me pilló por sorpresa. El círculo había desaparecido, pero sentí un cosquilleo por los restos del poder. Miré al origen del olor en la cabecera de la sala.
La doctora Anders estaba allí sentada tras un feo escritorio de metal y delante de una tradicional pizarra negra. Tenía los codos apoyados en la mesa y se sujetaba la cabeza en las manos. Vi que sus finos dedos temblaban y me preguntaba si sería por las acusaciones de Denon o por haber entrado con fuerza en siempre jamás para hacer el círculo sin la ayuda de una manifestación física. La clase parecía excepcionalmente silenciosa.
La doctora Anders llevaba el pelo negro con unas poco favorecedoras vetas grises recogido en un mo?o formal. Parecía mayor que mi madre. Vestía con unos conservadores pantalones color canela y una bonita blusa. Intenté no llamar la atención y me deslicé entre las dos primeras filas de mesas para sentarme junto a Janine.
—Gracias —le susurré.
Me miró con los ojos muy abiertos mientras guardaba el bolso bajo la mesa.
—?Trabajas para la SI?
Le eché una mirada a la doctora Anders.
—Antes sí, pero lo dejé la pasada primavera.
—Creía que no se podía dejar la SI —dijo con la expresión aun más asombrada.
Encogiéndome de hombros me aparté el pelo para que Jenks pudiese aterrizar en su sitio de costumbre.
—No fue fácil. —Seguí su mirada que se fijaba en el frente de la sala donde la doctora Anders se había puesto en pie.
La alta mujer daba tanto miedo como recordaba, con su cara delgada y alargada y una nariz que no estaría fuera de lugar en la representación de una bruja en la época anterior a la Revelación. Aunque no tenía verruga ni era verde. Hizo valer su puesto de titularidad y logró la atención de la clase simplemente levantándose. El temblor había desaparecido de sus manos al coger un taco de papeles.
Se bajó las gafas de montura metálica hasta la punta de la nariz e hizo ostentación de estudiar sus notas. Apostaría cualquier cosa a que las gafas tenían un hechizo para ver a través de encantamientos de líneas luminosas, además de corregir su visión y deseé tener las agallas para ponerme las mías y comprobar si usaba magia de líneas luminosas para parecer tan poco atractiva o si era todo suyo. Un suspiro estremeció sus estrechos hombros cuando levantó la vista y su mirada se fijó directamente en la mía a través de sus gafas hechizadas.