El bueno, el feo yla bruja

—Sí, ya. —Ivy pulsó el botón retráctil de su bolígrafo tan rápido que sonó como un zumbido—. ?Por qué no preparas algo para desayunar mientras esperas? He comprado gofres para el tostador.

 

—Claro —dije sintiéndome un poquito culpable. A mí no me tocaba hacer el desayuno, solo la cena… pero teniendo en cuenta la cena de anoche me sentía como si le debiese algo. El trato era que Ivy se encargaba de hacer la compra y yo de cocinar la cena. En un principio el acuerdo era para evitar que saliese a la calle y pudiese toparme con los sicarios en el súper y darle un nuevo significado a la frase ?Servicio de limpieza en el pasillo tres?. Pero ahora Ivy no quería cocinar y se negaba a renegociar el trato. Menos mal. Tal y como iban las cosas, al final de esta semana no tendría ni para carne enlatada. Y tenía que pagar el alquiler el domingo.

 

Abrí la puerta del congelador y aparté las cajas medio vacías de helado buscando los gofres. La caja golpeó la encimera con un golpetazo seco. ?am, ?am. Ivy me miró con las cejas arqueadas al ver que peleaba por abrir el cartón húmedo.

 

—Entoooonceees —dijo alargando las vocales mientras yo hincaba mis u?as rojas en la parte de arriba para rasgar por completo la caja después de romper el abrefácil—, ?cuándo vienen a recoger el pez?

 

Mis ojos saltaron rápidamente al se?or Pez que nadaba en su copa de brandy en el alféizar de la ventana.

 

—?El pez de mi ba?era? —a?adió Ivy.

 

—?Ah! —exclamé ruborizándome—. Bueno…

 

Su silla crujió al inclinarse hacia delante.

 

—Rachel, Rachel, Rachel —me sermoneó—, te lo tengo dicho. Tienes que cobrar por adelantado, antes de hacer la misión.

 

Enfadada porque tenía razón metí dos gofres en el tostador y empujé la palanca hacia abajo. Volvieron a saltar y empujé de nuevo con más fuerza.

 

—No es culpa mía —dije—. El estúpido pez no había desaparecido y nadie se molestó en decírmelo. Pero pagaré mi alquiler el lunes, lo prometo.

 

—Hay que pagar el domingo.

 

Sonaron unos distantes golpes en la puerta principal.

 

—Ahí está Glenn —dije saliendo de la cocina antes de que Ivy pudiese decir nada más. Repiqueteando con mis botas contra el suelo salí por el pasillo al santuario vacío—. ?Adelante, Glenn! —grité y mis palabras hicieron eco en el lejano techo. La puerta seguía cerrada, así que la abrí empujándola y me detuve en seco por la sorpresa—. ?Nick!

 

—Eh, hola —dijo. Parecía incómodo con toda su altura desgarbada en el ancho escalón de entrada. Tenía la expresión de su alargada cara desencajada inquisitivamente y sus finas cejas estaban arqueadas. Se apartó el flequillo moreno y envidiablemente liso de los ojos—. ?Quién es Glenn? —preguntó.

 

Una sonrisa curvó las comisuras de mi boca ante el indicio de celos.

 

—El hijo de Edden.

 

La cara de Nick se quedó inexpresiva y sonreí, cogiéndolo del brazo y tirando de él hacia dentro.

 

—Es detective de la AFI, estamos trabajando juntos.

 

—Oh.

 

La cantidad de emociones detrás de esa única expresión valía más que todo un a?o de citas. Nick pasó hacia el interior, rozándome, sin hacer ruido con sus zapatillas sobre el suelo de madera. Llevaba una camisa de cuadros azules metida por dentro de los pantalones vaqueros. Lo agarré antes de que entrase en el santuario, arrastrándolo hacia el oscuro vestíbulo. La piel de su cuello casi parecía brillar en la penumbra, tan morena y suave que suplicaba que la acariciase con el dedo hasta los hombros.

 

—?Dónde está mi beso? —me quejé.

 

La mirada preocupada de sus ojos desapareció y me dedicó una media sonrisa, rodeándome la cintura con sus largas manos.

 

—Perdona —dijo—, es que me has lanzado dentro.

 

—Ah —bromeé—, ?qué es lo que te preocupa?

 

—Mmm. —Me recorrió con la mirada de arriba abajo—. Todo. —Con los ojos casi negros en la tenue luz, me apretó más cerca de él, envolviéndome con su olor a libros rancios y aparatos electrónicos nuevos. Ladeé la cabeza para buscar sus labios, sintiendo una cálida sensación en la cintura. Oh, sí. Así era como me gustaba empezar el día.

 

Estrecho de hombros y más bien delgado, Nick no encajaba exactamente en el prototipo de príncipe azul, pero me había salvado la vida al encerrar al demonio que me estaba atacando, lo que me llevó a pensar que un hombre inteligente podía ser tan sexy como uno musculoso. Fue un pensamiento que se convirtió en realidad la primera vez que Nick me preguntó galantemente si podía besarme, para dejarme sin aliento y darme una grata sorpresa cuando le dije que sí.

 

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