El bueno, el feo yla bruja

Pero decir que no era musculoso no implicaba que Nick fuera un enclenque. Su desgarbada constitución era sorprendentemente fuerte, como descubrí la vez que nos peleamos por la última cucharada de helado de plátano con nueces y rompimos la lámpara de Ivy. Y era un atleta a su manera. Sus largas piernas eran capaces de seguirme el ritmo siempre que lo obligaba a llevarme al zoo cuando abrían temprano solo para la gente que iba a correr; ?esas cuestas eran mortales para las pantorrillas!

 

Pero el mayor atractivo de Nick era que su relajada y flexible apariencia escondía una mente endemoniadamente rápida, tanto que casi daba miedo. Sus pensamientos saltaban más rápido que los míos, llegando a lugares a los que nunca se me habría ocurrido llegar. Una amenaza provocaba una reacción decisiva, rápida, sin considerar las consecuencias futuras. Y no le tenía miedo a nada. Esto último me provocaba a la vez admiración y preocupación. Era un humano que usaba la magia. Debería tener miedo y mucho, pero no lo tenía. Pero lo mejor de todo, pensé apretándome contra él, era que no le importaba en absoluto que yo no fuese humana.

 

Sus labios se apretaron suavemente contra los míos con agradable familiaridad. Ni un ara?azo de barba arruinó nuestro beso. Entrelacé las manos detrás de su espalda y tiré provocativamente de él hacia mí. Desequilibrados, nos balanceamos hasta que choqué de espaldas contra la pared. Nuestro beso se rompió cuando noté que sus labios se curvaban en una sonrisa ante mi descaro.

 

—Eres una bruja muy traviesa —susurró—, ?lo sabías, verdad? He venido a traerte las entradas, y tú, aquí, chinchándome.

 

Sus latidos sonaban como un suave susurro bajo la yema de mis dedos.

 

—?Ah, sí? Pues deberías hacer algo al respecto.

 

—Sí que lo voy a hacer. —Entonces me soltó—. Pero vas a tener que esperar. —Pasó la mano deliciosamente suave por mi trasero y dio un paso atrás—. ?Llevas un perfume nuevo?

 

Me cambió el estado de ánimo alegre y me aparté.

 

—Sí. —Había tirado el perfume de canela esa misma ma?ana. Ivy no dijo ni una palabra al encontrar el tarro de treinta dólares por treinta mililitros perfumando la basura como si fuese Navidad. Me había fallado, no tenía agallas para usarlo de nuevo.

 

—Rachel…

 

Era el inicio de una discusión conocida y me puse tensa. Nick había vivido la poco habitual circunstancia de criarse en los Hollows, por lo que sabía más de vampiros y de su hambre estimulada por los olores que yo.

 

—No pienso mudarme —dije inexpresivamente.

 

—?Podrías al menos…? —Titubeó al verme apretar la mandíbula, y empezó a mover bruscamente sus largos dedos de pianista para demostrarme su frustración.

 

—Nos va bien. Tengo mucho cuidado. —La culpabilidad por no haberle contado que me había inmovilizado contra la pared de la cocina me obligó a bajar la mirada.

 

El suspiró y giró su delgado cuerpo.

 

—Toma. —Se metió la mano en el bolsillo trasero—. Guarda tú las entradas. Yo pierdo cualquier cosa que tenga por ahí quieta durante más de una semana.

 

—Entonces recuérdame que siga moviéndome —dije al coger las entradas bromeando para suavizar el ambiente. Miré el número de los asientos—. Tercera fila, ?fantástico! No sé cómo lo has conseguido, Nick.

 

Sonrió encantado y ense?ando los dientes con una pizca de astucia en los ojos. Nunca me diría cómo las había conseguido. Nick podía encontrar cualquier cosa, y si no podía, conocía a alguien que sí. Tenía la sensación de que la precavida cautela que sentía frente a la autoridad provenía de ahí. Muy a mi pesar, esta faceta inexplorada de Nick me parecía deliciosamente atrevida. Y mientras no lo supiese con seguridad…

 

—?Quieres un café? —le pregunté metiéndome las entradas en el bolsillo.

 

Nick miró detrás de mí hacia el santuario vacío.

 

—?Sigue Ivy aquí?

 

No dije nada y él leyó la respuesta en mi silencio.

 

—Le caes muy bien —mentí.

 

—No, gracias. —Se volvió hacia la puerta. Ivy y Nick no se llevaban bien. No tenía ni idea de por qué—. Tengo que volver al trabajo. Estoy en mi hora del almuerzo.

 

La desilusión me hizo hundir los hombros.

 

—Vale. —Nick trabajaba a tiempo completo en el museo de Edén Park, limpiando las piezas expuestas, eso cuando no estaba pluriempleado en la biblioteca de la universidad, ayudándoles a catalogar y trasladar sus volúmenes más sensibles a un lugar más seguro. Me resultaba divertido pensar que nuestra irrupción en la cámara de los libros antiguos de la universidad probablemente fuese lo que provocase este paso. Estaba segura de que Nick había aceptado el trabajo para así poder ?tomar prestados? los mismos libros que intentaban salvaguardar. Estaba compaginando ambos trabajos hasta final de mes y sabía que acababa agotado.

 

Se giró para marcharse y de pronto me acordé de algo.

 

—Oye, tú tienes todavía mi caldero grande para hechizos, ?verdad? —Lo habíamos usado hacía tres semanas en su casa para hacer chile para un maratón de películas de Harry el Sucio y no me acordé de traérmelo de vuelta.

 

Titubeó un momento con la mano en el pestillo.

 

—?Lo necesitas?

 

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