El bueno, el feo yla bruja

—Cualquiera de las peque?as le servirá —dijo mirándonos alternativamente a Glenn y a mí.

 

Asentí con los ojos fijos en las varitas del tama?o de un lápiz.

 

—?Cuánto?

 

—Novecientos setenta y cinco —dijo—, pero por ser usted, se la dejo en novecientos.

 

?Dólares?, pensé para mis adentros.

 

—?Sabe? —dije lentamente—, creo que debería asegurarme de que lo tengo todo antes de comprar la varita. No tiene sentido dejarla por ahí tirada cogiendo humedad hasta que vaya a usarla.

 

La sonrisa del dependiente se tornó forzada.

 

—Por supuesto. —Con un movimiento suave cerró la caja de golpe y la volvió a guardar.

 

Hice una mueca, marchitándome por dentro.

 

—?Cuánto es por las semillas de helecho? —le pregunté sabiendo que su oferta anterior se debía únicamente a que creía que le iba a comprar una varita.

 

—Cinco cincuenta.

 

Eso sí lo tenía… creo. Con la cabeza gacha hurgué en mi bolso. Sabía que las varitas eran caras, pero no tanto. Con el dinero en la mano levanté la vista para ver a Glenn mirando fijamente una estantería con ratas disecadas. Mientras el dependiente me cobraba, Glenn se inclinó hacia mí sin dejar de mirar a las ratas y me susurró:

 

—?Para qué se usan?

 

—No tengo ni idea. —Cogí mi tique y metí todo en el bolso. Intentando recuperar una pizca de dignidad, me dirigí hacia la puerta con Glenn pegado a los talones. Las campanitas repiquetearon y alcanzamos la acera. De nuevo bajo el sol, inspiré profundamente. No iba a gastar novecientos pavos para recuperar posiblemente quinientos.

 

Glenn me sorprendió al abrirme la puerta y entré en el coche. él se apoyó en el marco de la puerta abierta.

 

—Ahora vuelvo —dijo y entró de nuevo en la tienda. Salió en un momento con una peque?a bolsa blanca. Lo observé pasar por delante del coche preguntándome qué sería. Eligiendo el momento para colarse entre el tráfico, abrió la puerta y se deslizó tras el volante.

 

—?Y bien? —le pregunté cuando dejó el paquete entre ambos—. ?Qué te has comprado?

 

Glenn arranco el coche y se incorporó a la circulación.

 

—Una rata disecada.

 

—Oh —dije sorprendida. ?Qué rayos pensaba hacer con ella? Ni yo sabía para qué servía. Me moría de ganas por preguntárselo durante todo el camino hasta el edificio de la AFI, pero me las arreglé para mantener la boca cerrada hasta que nos adentramos en la fría sombra del aparcamiento subterráneo.

 

Glenn tenía una plaza reservada. Mis tacones hicieron eco al pisar el suelo. Con una insufrible lentitud que me recordó a mi padre, Glenn se estiró el traje y se bajó las mangas de la chaqueta. Recogió su rata de la parte trasera e hizo un gesto se?alando la escalera.

 

Aún en silencio, lo seguí hacia las escaleras de cemento. Solo teníamos que subir una planta y me sujetó la puerta para que pasase por la entrada trasera. Se quitó las gafas de sol al entrar y yo me aparté el pelo de los ojos, remetiéndolo bajo mi gorra. El aire acondicionado estaba funcionando y miré a mi alrededor pensando que esta peque?a entrada no se parecía en nada al ajetreado vestíbulo principal.

 

Glenn cogió un pase de visitante de una mesa abarrotada y me inscribió, haciéndole un gesto con la cabeza al hombre que hablaba por teléfono. Me coloqué el pase en la solapa y lo seguí hacia las oficinas.

 

—Hola, Rose —dijo Glenn al encontrarse con la secretaria de Edden—, ?está ocupado el capitán Edden?

 

Ignorándome, la mujer de mediana edad puso un dedo en el papel que estaba mecanografiando y asintió.

 

—Está reunido. ?Quieres que le diga que has estado aquí?

 

Glenn me cogió por el codo y me arrastró, pasando de largo de ella.

 

—Cuando salga. No hay prisa. La se?orita Morgan y yo estaremos aquí varias horas.

 

—Sí, se?or —respondió ella volviendo a su trabajo.

 

?Horas?, pensé. Y no me gustó que no me dejase hablar con Rose. Quería averiguar cuál era su código de vestimenta. La AFI tampoco podía tener tanta información ya que era la SI la que tenía la jurisdicción inicial de los crímenes.

 

—Mi despacho está por aquí —dijo Glenn se?alando hacia el bloque de despachos con paredes y puertas que rodeaban el espacio central dividido en cubículos. Los pocos empleados que había en sus mesas levantaron la vista de sus papeles mientras Glenn prácticamente me empujaba hacia delante. Me estaba dando la impresión de que no quería que nadie supiese que yo estaba allí.

 

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