—?Qué quieres que busque? —me preguntó. Tragué saliva.
—?Jaulas con ratas? —le pregunté.
—Oh, Dios mío —susurró alguien—, ?cómo lo ha sabido?
Volví a tragar. Parecía que no podía parar.
—Gracias.
Con movimientos lentos y deliberados cogí el informe y lo clavé al tablón. Mi letra era temblorosa al escribir: ?Acceso a T? en una nota que pegué al informe. Decía que era portero de una discoteca, pero si había sido alumno de la doctora Anders, era un experto en líneas luminosas y era más probable que fuese el jefe de seguridad de las peleas de ratas de Jim.
Alargué el brazo a por el quinto informe con un mal presentimiento. Era Trent… sabía que era Trent… pero el horror ante lo que había hecho suprimía toda la alegría que pudiese producirme. Advertí que los hombres a mis espaldas me observaban mientras ojeaba el informe y recordaba que la quinta víctima había sido encontrada hacía tres semanas y que había muerto de la misma forma que la primera. Una llamada a su llorosa madre me indicó que había conocido a Trent en una librería especializada el mes pasado. Lo recordaba porque su hija estaba interesada en las antologías para coleccionistas de cuentos de hadas anteriores a la Revelación. Tras confirmar que su hija trabajaba para una empresa de seguridad, le di mis condolencias y colgué.
Los murmullos de fondo de los excitados hombres acrecentaron mi estado de embotamiento. Cuidadosamente escribí una gran ?T? cerciorándome de que las líneas estaban nítidas y derechas. Pegué la nota junto a la foto de la identificación del trabajo de la mujer. Era joven, con el pelo liso y rubio hasta los hombros y con una bonita cara ovalada. Recién salida de la universidad. El recuerdo de la foto que había visto de la primera mujer sobre la mesa del forense volvió a mi mente. Noté que se me bajaba la sangre a los pies. Me levanté sintiéndome helada y mareada.
Las conversaciones de los hombres cesaron como si hubiese sonado una campana.
—?Dónde está el servicio de se?oras? —susurré con la boca seca.
—A la izquierda y al fondo.
No tuve tiempo de darle las gracias. Taconeando lentamente salí del despacho. No miré ni a izquierda ni a la derecha sino que caminé más rápido al ver la puerta al fondo de la sala. La empujé a la carrera y llegué al servicio justo a tiempo. Con violentas arcadas eché el desayuno. Las lágrimas me recorrían las mejillas y el sabor de la sal se mezcló con el amargo regusto del vómito. ?Cómo podía alguien hacerle eso a otra persona? No estaba preparada para esto. Era bruja, maldita sea, no forense. La SI no entrenaba a sus cazarrecompensas para enfrentarse a esto. Los cazarrecompensas eran cazarrecompensas, no investigadores de asesinatos. Entregábamos a nuestros objetivos con vida, incluso a los muertos.
Mi estómago estaba ya vacío y cuando las arcadas infructuosas finalmente cesaron, me quedé donde estaba, sentada en el suelo del cuarto de ba?o de la AFI con la frente reposando contra la fría porcelana e intentando no echarme a llorar. De pronto me di cuenta de alguien me estaba sujetando el pelo y que llevaba allí un rato.
—Se te pasará —susurró Rose casi para sí misma—. Te lo prometo. Ma?ana o pasado, cerrarás los ojos y habrá desaparecido.
Levanté la vista. Rose apartó la mano y dio un paso atrás. Tras la puerta que sujetaba abierta había una hilera de lavabos y espejos.
—?En serio? —dije totalmente abatida.
Sonrió levemente.
—Eso dicen. Yo sigo esperando. Creo que como todos.
Me sentía una idiota, me levanté torpemente y tiré de la cadena. Me sacudí la ropa y me alegré de que la AFI mantuviese sus servicios más limpios que el mío. Rose se había acercado a uno de los lavabos, dándome un momento para recomponerme. Salí del cubículo sintiéndome avergonzada y estúpida. Glenn no me va a permitir olvidar esto jamás.
—?Mejor? —me preguntó Rose mientras se secaba las manos y asentí con la cabeza. Estaba a punto de romper a llorar de nuevo al comprobar que no me había llamado novata, ni me estaba haciendo sentir incapaz, ni débil—. Toma —dijo sacando mi bolso de un lavabo y dándomelo—. He pensado que quizá querrías tener tu maquillaje. —Volví a asentir.
—Gracias, Rose.
Ella me sonrió y las arrugas de su cara la hicieron parecer aun más reconfortante.
—No te preocupes. Es un caso terrible.
Se giró para marcharse.
—?Cómo lo aguantas? —le espeté—. ?Cómo evitas venirte abajo? Es… lo que les ha pasado es horrible. ?Cómo puede una persona hacerle eso a otra?
Rose respiró lentamente.
—Lloras, te enfadas y luego haces algo al respecto.
La observé mientras se marchaba, oyendo el rápido taconeo de sus zapatos antes de que se cerrase la puerta. Sí, eso puedo hacerlo.
11.