El cielo se iba aclarando con el amanecer, creando en el río gris un suave reflejo. Los edificios más altos de Cincinnati eran siluetas oscuras recortadas frente al cielo más claro. Los barcos de palas soltaban humo conforme alimentaban sus calderas, preparándose para la primera oleada de turistas. El tráfico del domingo era escaso y los zumbidos de los coches aislados se perdían entre los cientos de traqueteos, chasquidos y ruidos que formaban el paisaje auditivo de la ciudad. Observé las olas en el agua, movidas por la suave brisa y mi pelo se movió con una ráfaga de aire a la vez que sonaba el suave soplido del viento. Me quedé desconcertada por la riqueza del detalle y busqué por el techo y el suelo hasta encontrar el conducto de ventilación. Una sirena sonó en la distancia.
—?Te lo has pasado bien, Kist? —preguntó Piscary atrayendo mi atención, puesta en un hombre que corría con su perro por el camino junto al río. El cuello de Kist se puso rojo y agachó la cabeza.
—Quería saber de qué hablaba Ivy —masculló como si fuese un ni?o al que habían pillado besando a la hija de los vecinos. Piscary sonrió.
—Excitante, ?verdad? Haberla dejado así, sin reclamar resulta muy divertido hasta que intenta matarte. Pero bueno, dónde dejaríamos la emoción si no, ?verdad?
Toda la tensión volvió a mis músculos. Piscary parecía relajado, sentado en una de las dos sillas de rejilla metálica junto a la mesa y vestido con uno bata ligera de color azul noche. Tenía el periódico del día doblado en la mano. El color profundo de la bata iba bien con su piel ambarina. Se le veían los pies descalzos a través de la mesa. Eran alargados y huesudos, del mismo tono miel que su cuero cabelludo. Me puse aun más ansiosa ante su aspecto informal de dormitorio. Estupendo, era precisamente lo que necesitaba ahora.
—Bonita ventana —dije, pensando que era mejor que la del sapo de Trent. Ya se podría haber encargado de esto si hubiese actuado cuando le dije que Piscary era el asesino. Los hombres eran todos iguales: toman lo que pueden obtener sin pagar y mienten sobre el resto.
Piscary se movió en su silla y la bata se entreabrió para dejar ver su rodilla. Rápidamente aparté la mirada.
—Gracias —dijo—. Odiaba los amaneceres cuando estaba vivo. Ahora son mi parte favorita del día. —Adopté una mueca de desprecio y él me hizo un gesto se?alando la mesa—. ?Quieres una taza de café?
—?Café? —repetí—. Habría jurado que iba contra el código de los gángster tomar café con alguien antes de matarlo.
Arqueó sus finas cejas negras. Entendí entonces que quería algo de mí, si no, simplemente habría enviado a Algaliarept a matarme en el autobús.
—Solo —dije—, sin azúcar.
Piscary le hizo a Kist un gesto con la cabeza y este desapareció silenciosamente. Retiré la segunda silla frente a Piscary y me senté con el bolso en el regazo. Miré por la falsa ventana en silencio.
—Me gusta tu guarida —dije con tono sarcástico.
Piscary arqueó una ceja. Ojalá supiese hacer eso, pero ya era demasiado tarde para aprender.
—Originariamente era parte del tren subterráneo —dijo—. Un sucio agujero en el suelo bajo el muelle de alguien. Irónico, ?verdad? —No dije nada y él a?adió—: Esta solía ser la puerta de entrada al mundo libre y ocasionalmente sigue siéndolo. No hay nada como la muerte para liberar a una persona.
Dejé escapar un breve suspiro y me volví hacia la ventana, preguntándome cuánto tiempo tendría que aguantar el sermón del hombre sabio antes de que me matase. Piscary se aclaró la garganta y volví a mirarlo. Asomaba un mechón de pelo negro tras el escote de su bata y sus pantorrillas, visibles a través de la malla metálica de la mesa, eran musculosas. Recordé el deseo ardiente y creciente en el ascensor con Kisten, sabiendo que había sido principalmente por las feromonas de vampiro. Mentiroso. El hecho de que Piscary pudiese hacerme lo mismo y mucho más con un simple sonido me revolvía las tripas.
Era incapaz de controlarme y levanté la mano hacia el cuello como si fuese a apartarme el pelo de los ojos. Quería ocultar mi cicatriz, aunque probablemente Piscary se habría fijado en ella más que en mi nariz en mitad de mi cara.
—No hacía falta que la violases para que viniese a verte —le dije eligiendo estar cabreada en lugar de asustada—. Con una cabeza de caballo muerto en mi cama habría bastado.
—Quería hacerlo —dijo con voz grave cargada de la fuerza del viento—. Aunque prefieras pensar lo contrario, no todo gira en torno a ti, Rachel. Parte sí, pero no todo.
—Llámame ?se?orita Morgan?.
Respondió con un burlón silencio de tres segundos.
—He estado mimando a Ivy. La gente empezaba a murmurar. Era hora de que volviese al redil. Y ha sido un placer… para ambos. —Recordándolo se dibujó en su rostro una sonrisa que dejó entrever un destello de sus colmillos y emitió un suspiro gutural casi subliminal—. Me sorprendió yendo más allá de mi propósito inicial. No había perdido el control de esa forma al menos hacía trescientos a?os.
Noté un estremecimiento en el estómago cuando un aumento del deseo inducido por el vampiro me recorrió y desapareció. Su potencia me dejó sin aliento y anhelante.
—Cabrón —dije con los ojos abiertos como platos y el pulso acelerado.
—Me halagas —me contestó arqueando las cejas.