Una corriente de aire fresco se arremolinó en mis tobillos. La realidad volvió a aparecer dolorosamente ante mí. Era demasiado tarde. Me había demorado demasiado.
—?Tengo ese vial? —le pregunté sin respiración entrelazando los dedos en el pelo corto de su nuca. Seguía apoyando su peso contra mí y el olor a cuero y seda siempre me recordarían a Kist. No quería moverme. No quería salir del ascensor.
Noté los latidos del corazón de Kist y lo oí tragar saliva.
—Está en tu bolso —murmuró.
—Vale. —Apreté la mandíbula y le di un tirón del pelo y echándole la cabeza hacia atrás levanté la rodilla. Kist se apartó de mí. El ascensor tembló cuando chocó contra la pared opuesta. Lo echaría de menos. Maldita sea.
Sin aliento y con el pelo alborotado se irguió y se palpó las costillas.
—Tendrás que moverte más rápido que ahora, bruja. —Se apartó el pelo de los ojos y me hizo un gesto para que saliese del ascensor delante de él.
Con las rodillas flojas y temblorosas, reuní valor y salí del ascensor.
27.
El cuartel de día de Piscary no era como la había imaginado. Salí del ascensor y moví la cabeza de lado a lado, observándolo todo. Los techos eran altos, yo diría que de unos tres metros, y estaban pintados de blanco allí donde no estaban cubiertos por cálidas telas de colores primarios, drapeadas formando pliegues. Unos amplios arcos daban paso a otras salas igualmente espaciosas más allá. Transmitía la suave comodidad de una mansión Playboy mezclada con el estilo de un museo. Dediqué un momento a buscar una línea luminosa y no me sorprendió comprobar que estábamos a demasiada profundidad como para encontrarla.
Mis botas pisaron con cautela la mullida moqueta de color hueso. El mobiliario era elegante, con algunas obras de arte bajo los focos. Había cortinas del techo al suelo a intervalos regulares para dar la impresión de que había ventanas tras ellas. Las estanterías con puertas de cristal llenas de libros se situaban entre las falsas ventanas. Todos los volúmenes parecían anteriores a la Revelación. Me acordé de Nick, a él le encantarían. Deseé desesperadamente que hubiese encontrado la nota. La esperanza de un posible éxito me hizo caminar con más confianza de la que debía. Entre el vial de Kisten y la nota de Nick, quizá pudiese escapar con vida.
Las puertas del ascensor se cerraron. Me giré y me fijé en que no había botón para volver a abrirlas. También faltaba la escalera. Debía llegar a otro sitio. El corazón me dio un vuelco y luego se apaciguó. ?Escapar con vida? Quizá.
—Quítate las botas —dijo Kist.
Ladeé la cabeza con incredulidad.
—?Cómo dices?
—Están sucias. —Tenía la vista fija en mis pies. Aún estaba sonrojado—. Quítatelas.
Miré la moqueta blanca. Quería que matase a Piscary, ?y se preocupaba de mis huellas sobre su moqueta? Con una mueca me las quité y las dejé tiradas junto al ascensor. No podía creérmelo, iba a morir descalza.
Pero la moqueta resultaba agradable bajo mis plantas y seguí a Kisten, haciendo un gran esfuerzo por no palpar mi bolso por fuera en busca del vial que me había prometido que estaba allí. Kist volvía a estar tenso. Apretaba la mandíbula y sus maneras volvían a ser hoscas, nada que ver con el vampiro dominante que me había llevado al borde de la capitulación. Parecía celoso y agraviado. Justo lo que cabría esperar de un amante traicionado.
?Déjame hacerlo…?, resonaba en mi cabeza, provocándome un inevitable estremecimiento. Me preguntaba si le suplicaría a Piscary de igual modo, sabiendo que pedía sangre. Y me preguntaba si para Kisten, beber sangre era un compromiso pasajero o algo más.
El sonido amortiguado del tráfico llamó mi atención hacia un cuadro de quien parecía ser Piscary con Lindburgh compartiendo una pinta de cerveza en un pub británico. Kisten caminó más despacio para ocultar su cojera y me condujo a un salón subterráneo. Al fondo había un peque?o rincón comedor con baldosas en el suelo, justo delante de lo que a todas luces parecía una ventana con vistas al río desde la segunda planta. Piscary estaba sentado sin hacer nada frente a una mesa metálica de rejilla, justo en el centro del espacio circular embaldosado, rodeado por la moqueta. Sabía que estaba bajo tierra y que solo era una proyección de vídeo, pero realmente parecía una ventana.