—Me dijo que yo era su heredero —contestó hundiendo su cara en mi pelo para esconder el movimiento de sus labios a la cámara oculta, al menos eso es lo que prefería creer—. Me dijo que estaría con él para siempre y me ha traicionado por Ivy. Ella no se lo merece. —El dolor te?ía su voz—. Ella ni siquiera lo ama.
Cerré los ojos. Nunca entendería a los vampiros. Sin saber porqué lo hacía, le acaricié el pelo suavemente con los dedos, tranquilizándolo mientras su respiración me acariciaba la cicatriz del demonio, despertando crecientes oleadas de placer que exigían ser correspondidas. El sentido común me decía que parase, pero estaba dolido y yo también me había sentido traicionada así.
La respiración de Kist vaciló cuando lo rocé con una u?a debajo de su oreja. Emitiendo un sonido gutural se apretó más contra mí, dejándome notar claramente su calor bajo la fina tela de su camisa. La tensión se hizo más profunda y peligrosa.
—Dios mío —susurró con un hilo de voz ronca—, Ivy tenía razón. Dejarte libre y sin reclamar sería como follar con un tigre.
—No seas grosero —dije sin aliento mientras su pelo me hacía cosquillas en la cara—. No me gusta ese tipo de lenguaje. —Ya estaba muerta, ?por qué no disfrutar mis últimos momentos?
—Sí, se?ora —dijo obedientemente, sorprendiéndome con un tono sumiso a la vez que presionaba a la fuerza sus labios contra los míos. Mi cabeza chocó con la pared del ascensor por la fuerza de su beso. Se lo devolví sin temor.
—No me llames así —mascullé pegada a su boca, a la vez que recordaba que Ivy me había dicho que él era el sometido. Quizá pudiese sobrevivir frente a un vampiro sumiso.
Kist apoyó su peso con más fuerza contra mí y apartó sus labios de los míos. Lo miré a los ojos, a sus impecables ojos azules, y los estudié al comprender que no sabía qué iba a pasar a continuación, pero deseando que, fuese lo que fuese, pasase.
—Déjame hacerlo —dijo con voz gutural, casi con un gru?ido. Movía las manos libremente y me sujetó la barbilla para inmovilizarme la cabeza. Vislumbré un diente, luego ya estaba demasiado cerca para ver nada. No sentía nada de miedo cuando volvió a besarme de nuevo, y de pronto me di cuenta de algo. No iba a por mi sangre. Ivy quería sangre, Kist quería sexo. El riesgo de que su deseo cambiase hacia la sangre me catapultó más allá de mis sentidos, hacia una imprudente osadía.
Sus labios eran suaves, húmedos y cálidos en contraste con su rubia barba de tres días, acrecentando mi pasión. Con el corazón acelerado, enganché un pie detrás de su pierna y tiré hacia mí. Al sentirlo, su respiración se convirtió en un suave jadeo. Se me escapó un gemido de satisfacción. Mi lengua encontró la tersura de sus dientes y sus músculos se tensaron bajo mi mano. Retiré la lengua, juguetonamente.
Nuestras bocas se separaron. En sus ojos se reflejaba el fuego, negro y cargado de un ferviente y desvergonzado deseo. Y yo seguía sin sentir miedo.
—Dámelo… —susurró—. No voy a rasgarte la piel si… —Inspiró—. Si me lo das.
—Cállate, Kisten —susurré cerrando los ojos intentando bloquear en lo posible el confuso remolino de tensiones crecientes.
—Sí, se?orita Morgan.
Lo dijo con un susurro tan suave que no estaba segura de haberlo oído. El deseo en mi interior iba creciendo, haciéndose irresistible más allá de la cordura. Sabía que no debía hacerlo, pero con el pulso acelerado, recorrí con las u?as su cuello, dejando marcas rojas por la presión. Kisten se estremeció y dejó caer las manos hasta la parte baja de mi espalda, explorándome con firmeza. Un fuego líquido estalló en mi cuello cuando ladeó la cabeza y se lanzó contra mi cicatriz. Su respiración se volvió agitada a la vez que enviaba deliciosas oleadas incesantes por todo mi cuerpo solo con la presión de sus labios.
—No voy a… no voy a… —jadeó y me di cuenta de que estaba a punto de hacer algo más. Sentí una sacudida cuando trazó un camino por mi cuello suavemente con los dientes. Un susurro de palabras irreconocibles cruzó mi mente, despertando mis sentidos—. Di que sí… —me apremió con un tono de urgencia en su voz grave y persuasiva—. Dilo, querida. Por favor… dámelo también.
Me temblaron las rodillas por el frío tacto de sus dientes al rozar mi piel de nuevo, incitantes, provocadores. Me sujetaba con firmeza con las manos en mis hombros. ?Era esto lo que yo quería? Lágrimas cálidas llenaron mis ojos y tuve que admitir que ya no estaba segura. Mientras que Ivy no me provocaba, Kisten sí. Recé para que no lo notase en la presión de mis dedos aferrados a sus brazos como si fuesen lo único que me mantenía cuerda en estos momentos.
—?Necesitas oírme decir que sí? —dije con un suspiro, reconociendo la pasión en mi voz. Prefería morir aquí con Kisten que aterrorizada con Piscary.
El timbre del ascensor nos interrumpió y las puertas se abrieron.