Mis pensamientos volvieron a Ivy, acurrucada bajo su colcha en un sue?o inducido por la conmoción. Mi madre sería la siguiente y moriría sin saber siquiera por qué la estaban torturando.
Temblando por dentro fui a la salita a por el teléfono. Me temblaban tanto los dedos que tuve que marcar dos veces. Estuve tres valiosos minutos discutiendo con la telefonista hasta poder hablar con Rose.
—Lo siento, se?orita Morgan —me dijo la secretaria con un tono tan políticamente correcto que habría podido helar el desierto—, el capitán Edden no está disponible y el detective Glenn ha ordenado que no se le moleste.
—Que no se le moleste… —balbuceé—. Escúcheme, sé quién los ha matado. Tenemos que ir ahora, ?antes de que envíe a alguien a por mi madre!
—Lo siento, se?orita Morgan —repitió educadamente—, ya no es nuestra consejera. Si tiene una queja o una amenaza de muerte, por favor, no cuelgue y le paso de nuevo con la recepción.
—?No! ?Espere! —le rogué—. No lo entiende, ?solo necesito que me deje hablar con Glenn!
—No, Morgan —dijo Rose con tono calmado y razonable, con un matiz inesperado de rabia—, es usted la que no lo entiende. Aquí nadie quiere hablar con usted.
—Pero ?sé quién es el cazador de brujos! —exclamé y entonces me colgó—. ?Idiotas desgraciados! —grité lanzando el teléfono al otro lado de la habitación. Golpeó la pared. La tapa salió volando y las pilas rodaron por el suelo. Frustrada, entré en la cocina dando grandes zancadas y tiré los bolígrafos de Ivy por la mesa al ir a coger uno. Con el corazón en la boca, garabateé una nota que pegué a la puerta de la iglesia.
Nick venía de camino. Glenn hablaría con Nick. él lo convencería de que yo tenía razón y le diría adonde había ido. Tendrían que venir, aunque fuese para arrestarme por entrometerme. Le habría dicho que llamase a la SI, pero probablemente Piscary los tenía comprados y aunque los humanos tenían tantas posibilidades de vencer a un maestro vampiro como yo, quizá la mera interrupción bastase para salvarme el culo.
Me di la vuelta y abrí el armarito de la cocina. Saqué los amuletos de sus ganchos y los metí en mi bolso. Abrí de golpe el último cajón y saqué tres estacas de madera. A?adí el cuchillo grande que saqué del soporte de madera. Lo siguiente era mi pistola de bolas, cargada con el conjuro más potente que una bruja blanca podía tener: poción para dormir. De la encimera de la isla cogí una botella de agua bendita. Me detuve un momento a pensar y abrí el tapón para dar un trago, la volví a cerrar y la metí con las demás cosas. El agua bendita no servía de mucho a menos que fuese lo único que bebieses durante tres días, pero tomaría todas las medidas disuasorias que pudiese.
Sin detenerme, entré en el pasillo a buscar mis botas, me las puse y me dirigí hacia la entrada principal, con los cordones sueltos. Me detuve en seco en mitad del pasillo, me di la vuelta y volví a la cocina. Cogí un pu?ado de monedas para el autobús y me marché.
?Piscary quería hablar conmigo? Muy bien, porque yo también quería hablar con él.
26.
El autobús iba atestado a las cinco de la ma?ana, principalmente lleno de vampiros vivos y de aspirantes a vampiros de vuelta a casa para hacer balance de sus patéticas vidas. Aun así me dejaron espacio libre. Puede que fuera porque apestaba a agua bendita, o porque tenía un aspecto horrible con mi feo y pesado abrigo de invierno con su piel falsa en el cuello, que me había puesto para que el conductor no me reconociese y me recogiese. Pero más bien creo que fue por las estacas.
Con el rostro tenso me bajé del autobús en el restaurante de Piscary. Me quedé parada en el sitio donde había bajado y esperé a que la puerta se cerrase y el autobús se marchase. Lentamente el ruido se alejó hasta mezclarse con el murmullo de fondo del creciente tráfico matinal. Entorné los ojos al mirar directamente al cielo, cada vez más claro. El vaho de mi respiración oscureció el pálido y frágil azul. Me preguntaba si sería el último cielo que vería. Amanecería pronto. Si fuese lista esperaría hasta que saliese el sol antes de entrar.