Ivy empezó a llorar.
—Tres a?os —dijo con una suave exhalación mientras las lágrimas le caían por su ovalada cara, hasta que se pasó el dorso de la mano por debajo de la barbilla para dejarse un churrete de sangre—. Tres a?os…
Con la cabeza hundida se llevó las manos a la cremallera lateral de sus pantalones y me acerqué hacia la puerta.
—Voy a prepararte una taza de cacao —dije sintiéndome completamente fuera de lugar. Titubeé—. ?Estarás bien durante unos minutos sola?
—Sí —dijo con un suspiro y cerré la puerta suavemente tras de mí.
Me sentía ingrávida e irreal de camino a la cocina. Encendí la luz y me rodeé con los brazos, sintiendo el vacío de la habitación. Su escritorio provisional, con su ordenador plateado que olía ligeramente a ozono, quedaba un poco raro justo al lado de mis brillantes calderos de cobre, las cucharas de cerámica y las hierbas que colgaban de una repisa. La cocina estaba llena de nosotras, cuidadosamente separadas en el espacio, pero todo dentro de las mismas cuatro paredes. Quería llamar a alguien, dejar salir mi rabia, desahogarme, pedir ayuda; pero todo el mundo me diría que la dejase y me fuese de allí.
Me temblaron los dedos mientras metódicamente sacaba la leche y el cacao en polvo para prepararle algo de beber. Cacao caliente, pensé amargamente. Alguien había violado a Ivy y lo único que podía hacer era prepararle un mísero cacao.
Tenía que haber sido Piscary. Solo Piscary era lo suficientemente Inerte y osado como para violarla. Y sin duda había sido una violación. Le pidió que parase. La tomó en contra de su voluntad. Había sido una violación.
El temporizador del microondas sonó y me apreté el cinturón de la bata. Me quedé pálida al ver la sangre en mi bata y en mis zapatillas. Parte era negra y coagulada, parte era fresca y roja proveniente de su cuello. La negra ardía lentamente. Era sangre de vampiro muerto. No me extra?aba que Ivy vomitase, debía estar abrasándole las entra?as.
Ignoré el fétido olor de la sangre cauterizada y terminé resueltamente el cacao para Ivy. El agua de la ducha seguía corriendo, así que se lo dejé en su habitación.
La lámpara de la mesilla de noche llenó la habitación rosa y blanca de una suave luz. El cuarto de Ivy se parecía tan poco a la guarida de un vampiro como su cuarto de ba?o. Las cortinas de cuero que bloqueaban la luz del día estaban ocultas tras unas blancas. Las fotos enmarcadas en bronce de ella, su madre, su padre, su hermana y sus vidas ocupaban toda una pared, como en un altar. Había fotos antiguas de ellos delante de árboles de Navidad, en bata, sonrientes y con el pelo revuelto. Fotos de las vacaciones delante de monta?as rusas, con las narices quemadas por el sol y con sombreros de ala ancha. Una puesta de sol en la playa, Ivy y su hermana rodeadas por los brazos de su padre, protegiéndolas del frío. Las fotos más recientes estaban mejor enfocadas y con colores más brillantes, pero me parecían menos bonitas. Las sonrisas se habían vuelto mecánicas. Su padre parecía cansado. Se notaba un alejamiento entre Ivy y su madre. En las fotos más recientes su madre ya no aparecía nunca.
Me giré y aparté la suave colcha de su cama para dejar a la vista las sábanas negras de satén que olían a cenizas de madera. El libro que tenía en la mesilla era de meditación profunda y la práctica para alcanzar estados de la conciencia alterados. Mi rabia creció. Se había estado esforzando tanto y ahora volvía a la primera casilla. ?Por qué? ?Para qué había servido todo esto?
Dejé la taza junto al libro y crucé el pasillo hasta mi cuarto para deshacerme de la bata ensangrentada. Con movimientos rápidos por la adrenalina no quemada, me cepillé el pelo y me puse unos vaqueros y un top de cuello halter negro. Era lo más abrigado que tenía limpio, ya que todavía no había sacado del almacén mi ropa de invierno. Dejé mi bata y las zapatillas en un feo montón en el suelo y recorrí la iglesia descalza para recoger su camisón de detrás de la puerta de su cuarto de ba?o.
—?Ivy? —la llamé golpeando titubeante la puerta de mi ba?o. Solo se oía el agua correr. No hubo respuesta y volví a pegar en la puerta a la vez que la abría. El espeso vapor de agua lo cubría todo, llenándome los pulmones con una sensación de pesadez—. ?Ivy? —volví a llamarla, preocupada—. Ivy, ?estás bien?