El bueno, el feo yla bruja

—Oh, Dios. Ayúdame, Rachel —gimoteó.

 

Me cagué de miedo. Me temblaban las piernas. Quería salir corriendo. Quería dejarla sola en los escalones de la iglesia e irme. Nadie diría nada si lo hacía, pero en lugar de eso me acerqué, metí la mano bajo sus brazos y tiré.

 

—Vamos —susurré a la vez que la ayudaba a levantarse. Todos mis instintos me gritaban que la dejase caer cuando su piel ardiente rozó la mía—, entremos dentro.

 

Se dejó caer sin fuerzas en mis brazos.

 

—Dije que no —dijo empezando a balbucear las palabras—. Dije que no.

 

Ivy era más alta que yo, pero mi hombro encajaba perfectamente bajo su brazo y aguantando la mayor parte de su peso entreabrí la puerta.

 

—No me escuchó —dijo Ivy casi delirando cuando la arrastré al interior y cerré la puerta detrás de nosotras, dejando atrás el vómito y la sangre en los escalones de la calle.

 

La oscuridad del vestíbulo era agobiante. Me puse en marcha y la luz se fue haciendo más brillante conforme nos adentrábamos en el santuario. Ivy se dobló por la mitad, boqueando y gimiendo. Apareció una nueva mancha de sangre en mi bata y la miré más detenidamente.

 

—Ivy —dije—, estás sangrando.

 

Me quedé helada cuando su nuevo mantra ?Me dijo que todo iría bien? desembocó en una risa histérica. Era una risita profunda que ponía los pelos de punta y me secó la boca.

 

—Sí —dijo pronunciando la palabra con una sensual cadencia—, estoy sangrando, ?quieres probar? —Me horroricé cuando su risa se convirtió en un gemido lastimero—. Todo el mundo debería probar —dijo con una risa—. Ya da igual.

 

Apreté la mandíbula y la sujeté con más fuerza. La rabia se mezclaba con el miedo. Alguien la había usado. Alguien la había obligado a beber sangre en contra de su voluntad. Estaba fuera de sí. Era una adicta después de un chute.

 

—?Rachel? —dijo temblorosa y avanzando más lentamente—. Creo que voy a vomitar…

 

—Casi hemos llegado —dije con tono grave—, aguanta, aguanta.

 

Llegamos a su ba?o justo a tiempo. Le aparté el pelo manchado de vómito mientras sufría arcadas y vomitaba en su váter de porcelana negra. Eché un único vistazo al fondo de la taza que reflejaba la luz de la noche y luego cerré los ojos mientras Ivy seguía vomitando sangre espesa y negra sin cesar. Los sollozos sacudían sus hombros y cuando terminó tiré de la cadena, deseando librarme de tanta fealdad como fuese posible.

 

Alargué el brazo para encender la luz y un resplandor rosado llenó el cuarto de ba?o. Ivy estaba sentada en el suelo, con la frente apoyada en el váter, llorando. Sus pantalones de cuero brillaban manchados de sangre hasta las rodillas. Bajo la chaqueta, su blusa de seda estaba rasgada. La tenía pegada al cuerpo por la pegajosa sangre que le caía desde el cuello. Ignorando mis instintos de conservación, le recogí el pelo con cuidado para verlo.

 

Se me hizo un nudo en el estómago. El perfecto cuello de Ivy había sido salvajemente atacado y presentaba un largo desgarrón que contrastaba con la austera blancura de su piel. Seguía sangrando e intenté no respirar cerca de ella, no fuesen a activarse los restos de saliva de vampiro.

 

Asustada, dejé caer su pelo y me retiré. En términos vampíricos la habían violado.

 

—Le dije que no —dijo en una pausa de sus sollozos al darse cuenta de que ya no estaba junto a ella—. Le dije que no.

 

Mi reflejo en el espejo estaba pálido y aterrado. Respiré hondo para calmarme. Quería que desapareciese, quería que todo desapareciese, pero tenía que quitarle la sangre de encima. Tenía que meterla en la cama para que llorase abrazada a una almohada. Tenía que llevarle una taza de cacao y tenía que buscarle un buen psiquiatra. ?Habrá psiquiatras para vampiros violados?, me pregunté mientras le ponía la mano en el hombro.

 

—Ivy —le pedí—, es hora de limpiarse. —Miré hacia la ba?era donde seguía nadando el estúpido pez. Necesitaba una ducha, no un ba?o en el que quedarse sentada entre la suciedad de la que debía librarse—. Vamos, Ivy —la animé—. Una ducha rápida en mi ba?o. Voy a por tu camisón. Vamos…

 

—No —protestó con la mirada perdida e incapaz de cooperar cuando intentaba levantarla—, no podía parar. Le dije que no, ?por qué no se detuvo?

 

—No lo sé —murmuré notando cómo mi rabia crecía. La llevé al otro lado del pasillo, hasta mi ba?o. Encendí la luz con el codo, apoyé su cuerpo hundido contra la lavadora secadora y abrí la ducha.

 

El sonido del agua pareció reanimarla.

 

—Huelo mal —susurró distraídamente mirándose la ropa.

 

A mí no me miró.

 

—?Puedes ducharte sola? —le pregunté, esperando despertar algún movimiento en ella.

 

Con la expresión vacía y el rostro flácido se miró a sí misma y vio que estaba cubierta de vómito de sangre coagulada. Se me hizo un nudo en el estómago cuando cuidadosamente se tocó con un dedo la sangre brillante y se lo lamió. La tensión me agarrotó tanto los hombros que me dolía.

 

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