El bueno, el feo yla bruja

La encontré en el suelo de la ducha, encogida en un ovillo de largas piernas y brazos. El agua caía sobre su cabeza gacha. La sangre formaba finos riachuelos desde su cuello hacia el desagüe. Un velo de un rojo más claro le caía desde las piernas, cubriendo el fondo del plato de ducha. Me quedé mirándola fijamente, incapaz de apartar la vista. Tenía unos profundos ara?azos en la parte interior de los muslos. Puede que también la hubiesen violado en el sentido habitual de la palabra.

 

Creí que iba a vomitar. Ivy tenía el pelo pegado a la cara. Su piel era blanca y tenía los brazos y las piernas torcidos. El negro de sus dos tobilleras destacaba contra la blancura de su piel y parecían grilletes.

 

Estaba temblando aunque el agua estaba ardiendo. Tenía los ojos cerrados y el gesto torcido, recordando algo que la perseguiría durante el resto de su vida y su muerte. ?Quién dijo que el vampirismo era glamuroso? Era mentira, una ilusión para cubrir la fea realidad. Tomé aire.

 

—?Ivy?

 

Abrió los ojos de golpe y di un respingo hacia atrás.

 

—No quiero pensar más —dijo en voz baja y sin pesta?ear a pesar de que el agua corría por su cara—. Si te mato ya no tendré que hacerlo.

 

Intenté tragar saliva.

 

—?Debería irme? —susurré sabiendo que me oía.

 

Cerró los ojos y arrugó la cara. Se apretó las rodillas hasta la barbilla para cubrirse, rodeó sus piernas con los brazos y empezó a llorar de nuevo.

 

—Sí.

 

Temblorosa por dentro alargué el brazo por encima de ella y cerré el grifo. Noté el algodón de la toalla áspero al tacto cuando la cogí, titubeante.

 

—?Ivy? —dije asustada—, no quiero tocarte. Levántate, por favor.

 

Ivy se levantó y cogió la toalla. Sus lágrimas se mezclaban con el agua. Después de prometerme que se secaría y se vestiría, recogí su ropa empapada de sangre y junto con mis zapatillas y mi bata me las llevé hasta el otro lado de la iglesia y las dejé en el porche trasero. El olor de sangre quemada me revolvió el estómago como el incienso malo. Ya la enterraría en el cementerio más adelante.

 

Cuando volví me la encontré acurrucada en su cama con el pelo húmedo empapando su almohada y con la taza de cacao intacta en la mesilla. Tenía la cara vuelta hacia la pared y se revolvía. Tiré de la colcha a los pies de la cama para taparla e Ivy se estremeció.

 

—?Ivy? —dije, luego vacilé sin saber qué hacer.

 

—Le dije que no —dijo Ivy con un susurro como un jirón de seda gris que se posaba sobre la nieve.

 

Me senté en el arcón forrado de tela junto a la pared. Piscary. Pero no diría su nombre por miedo a despertar algo en ella.

 

—Kist me llevó ante él —dijo con la cadencia de un recuerdo repetido. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y solo asomaban sus dedos aferrados a sus hombros. Palidecí al ver lo que podrían ser restos de carne bajo sus u?as y tiré de la colcha para taparlas.

 

—Kisten me llevó a verlo —repitió pronunciando las palabras lenta y deliberadamente—. Estaba enfadado. Dijo que estabas causando problemas. Le dije que no ibas a hacerle da?o, pero estaba enfadado. Estaba tan enfadado conmigo…

 

Me incliné más cerca. Esto no me estaba gustando nada.

 

—Dijo —susurró Ivy con voz casi inaudible—, que si no podía frenarte, lo haría él. Le dije que te convertiría en mi heredera, que te portarías bien y que no hacía falta que te matase, pero no pude hacerlo. —Su voz se hizo más aguda, casi frenética—. Tú no quisiste y se suponía que era un regalo. Lo siento, lo siento mucho. Intenté explicártelo —dijo mirando a la pared—. Intenté mantenerte con vida, pero ahora él quiere verte. Quiere hablar contigo. A menos… —Dejó de temblar—. ?Rachel? Ayer… cuando me dijiste que lo sentías, ?era porque creías que me habías presionado demasiado o por haberme dicho que no?

 

Tomé aire para responder y me sorprendí cuando mis palabras se atascaron en mi garganta.

 

—?Quieres ser mi heredera? —dijo en voz muy baja, más suavemente que si estuviese entonando una oración de culpabilidad.

 

—No —contesté con un susurro y completamente aterrorizada.

 

Ivy empezó a temblar y me di cuenta de que estaba llorando de nuevo.

 

—Yo también dije que no —dijo entre bocanadas de aire—. Dije que no, pero lo hizo de todas formas. Creo que estoy muerta, Rachel. ?Estoy muerta? —me preguntó dejando de llorar de repente por el miedo.

 

Noté la boca seca y apreté mis brazos a mi alrededor.

 

—?Qué ha pasado?

 

Ivy empezó a respirar agitadamente y contuvo el aliento durante un instante.

 

—Estaba enfadado. Me dijo que le había fallado, pero dijo que no importaba, que era la ni?a de sus ojos y que me quería, que me perdonaba. Me dijo que él entendía de mascotas, que una vez él también las había tenido, pero que siempre se volvían en su contra y que había tenido que matarlas. Le dolía que le traicionasen una y otra vez. Me dijo que si yo no podía ponerte a salvo, lo haría él por mí. Le dije que lo haría yo, pero sabía que mentía. —Emitió un aterrador gemido—. Sabía que estaba mintiendo.

 

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