El bueno, el feo yla bruja

Soy una mascota. Soy una mascota peligrosa que debe ser domada. Eso era lo que Piscary pensaba de mí.

 

—Me dijo que entendía mi necesidad de tener una amiga en lugar de una mascota, pero que no era seguro dejarte como estabas. Dijo que yo había perdido el control y que la gente murmuraba. Entonces empecé a llorar porque estaba siendo muy amable y yo le había decepcionado. —Hablaba en cortos arrebatos y le costaba sacar las palabras—. Y me hizo sentarme junto a él. Me abrazaba mientras me decía lo orgulloso que estaba de mí y que había querido a mi bisabuela casi tanto como a mí. Eso era lo que yo siempre había querido —dijo—, que estuviese orgulloso de mí. —Soltó una carcajada ahogada—. Me dijo que entendía que quisiese tener una amiga —a?adió, mirando hacia la pared, con la cara oculta tras el pelo—. Me dijo que llevaba siglos buscando a alguien lo suficientemente fuerte como para sobrevivirle, que mi madre, mi abuela y mi bisabuela eran todas muy débiles, pero que yo tenía la voluntad para sobrevivir. Le dije que no quería vivir para siempre y me acalló, diciéndome que era su elegida, que podría quedarme con él para siempre. —Sus hombros temblaron bajo la colcha—. Me abrazó, aliviando mis miedos sobre el futuro. Me dijo que me quería y que estaba orgulloso de mí y entonces me cogió un dedo y se hizo sangre él mismo.

 

Los ácidos del estómago me subieron hasta la garganta y volví a tragarlos. Su voz se había hecho más tenue a la vez que ocultaba su hambre y su necesidad bajo un lazo de acero.

 

—Oh, Dios, Rachel. Es tan viejo. Era como electricidad liquida, manando de él. Intenté irme. La deseaba pero intenté irme y él no me dejó. Dije que no, luego eché a correr, pero me alcanzó. Intenté resistirme, pero no importó. Luego le supliqué que no lo hiciese, pero me sujetó y me obligó a probar de él.

 

Su voz era ronca y su cuerpo se estremecía. Me acerqué horrorizada para sentarme en el borde de su cama. Ivy se quedó inmóvil y esperé, incapaz de verle la cara. Yo también estaba asustada.

 

—Y entonces ya no tuve que pensar más —dijo con un espeluznante tono neutro—. Creo que durante un momento me desmayé. Lo deseaba. El poder, la pasión. Es tan viejo… Lo tiré al suelo y me senté a horcajadas sobre él. Tomé todo lo que quiso darme mientras me apretaba contra él, animándome a ahondar más, a succionar más. Y lo hice, Rachel. Tomé más de lo que debía. Debió detenerme, pero me dejó tomarlo todo. —No podía moverme, absorta por la terrorífica escena—. Kist intentó detenernos. Intentó meterse en medio para evitar que Piscary me dejase tomar demasiado, pero con cada trago perdía más la cabeza. Creo que… creo que le hice da?o a Kist. Creo que lo lastimé. Lo único que sé es que se marchó y que Piscary. —Soltó un suave gemido de placer al repetir su nombre—. Piscary me atrajo de nuevo. —Se movió lánguida y sugerentemente entre las negras sábanas—. Apoyó mi cabeza suavemente contra él y me apretó más hasta que estaba segura de que me deseaba y descubrí que aún tenía mucho más que darme. —Se estremeció con una respiración agitada y se encogió en un ovillo. La amante saciada apareció por un segundo reflejada en sus ojos de ni?a maltratada—. Lo tomé todo. Me dejó tomarlo todo. Sabía por qué me estaba dejando hacerlo y lo hice de todas formas. —Se quedó en silencio, pero sabía que no había terminado todavía. Yo no quería escuchar más, pero tenía que soltarlo o se volvería loca poco a poco—. Con cada embestida sentía que su hambre crecía —dijo en un susurro—. Con cada trago, su necesidad aumentaba. Sabía lo que iba a pasar si no paraba, pero me dijo que todo iba bien y que había pasado mucho tiempo —dijo casi con un gemido—. No quería parar. Sabía lo que pasaría y no quería parar. Fue culpa mía, culpa mía. —Reconocí la frase de otras víctimas de violación.

 

—No ha sido culpa tuya —le dije, apoyando la mano sobre su hombro bajo la colcha.

 

Kim Harrison's books