El bueno, el feo yla bruja

—Sí lo ha sido —dijo y retiré la mano al oír su voz grave y seductora—. Yo sabía lo que iba a pasar y cuando obtuve todo lo que podía darme, me pidió que le devolviese su sangre… como sabía que haría. Y se la di. Quería hacerlo y lo hice. Y fue fantástico. —Me obligué a recuperar la respiración—. Que Dios me ampare —susurró—, me sentía viva. No había estado tan viva en tres a?os. Era una diosa. Podía dar vida y podía quitarla. Lo vi como en realidad era y quise ser como él. Su sangre me quemaba como si fuese mía, su fuerza era totalmente mía y su poder totalmente mío, grabándome a fuego la fea y bella verdad de su existencia. Me pidió que fuese su heredera. Me dijo que reemplazase a Kisten, que había estado esperando a que entendiese lo que significaba antes de ofrecérmelo y que cuando muriese, sería su igual.

 

Seguí acariciando su cabeza con movimientos apaciguadores mientras cerraba los ojos y dejaba de temblar. Le estaba entrando sue?o. Su cara se relajaba mientras su mente iba desmenuzando toda la pesadilla, encontrando así una forma de enfrentarse a ella. Me preguntaba si tendría algo que ver con que el cielo detrás de sus cortinas se fuese aclarando con la llegada del alba.

 

—Fui hacia él, Rachel —susurró. El color empezaba a volver a sus labios—. Fui hacia él y me desgarró como una bestia. Agradecí el dolor. Sus dientes eran como la verdad de Dios, cortando limpiamente en mi alma. Me atacó salvajemente. Estaba fuera de control por el regocijo de recuperar su poder después de habérmelo dado tan libremente. Y disfruté de ello incluso aunque me amoratara los brazos y me desgarrase el cuello. —Hice un esfuerzo por seguir moviendo la mano—. Me dolió —susurró con tono infantil a la vez que se esforzaba por mantener los ojos abiertos—. Nadie tiene la suficiente cantidad de saliva de vampiro en su organismo como para soportar tanto dolor y él se deleitó con mi sufrimiento y mi angustia tanto como con mi sangre. Quería darle más, demostrarle mi lealtad, darle a entender que aunque le había fallado al no someterte, sería su heredera. La sangre sabe mejor durante el sexo —dijo débilmente—. Las hormonas le dan un sabor dulce, así que me ofrecí a él. Dijo que no aunque gemía por hacerlo. Dijo que podría matarme por error. Pero lo incité hasta que no pudo controlarse. Yo lo quería, lo deseaba aunque me hiciese da?o. Me tomó por completo, llevándonos al climax a la vez que me mataba. —Se estremeció con los ojos cerrados—. Oh, Dios, Rachel, creo que me ha matado.

 

—No estás muerta —le susurré asustada porque no estaba segura. No podría estar en una iglesia si estuviese muerta, ?no? A no ser que estuviese todavía en transición. El periodo de tiempo en el que la química cambiaba no tenía reglas fijas. ?Qué demonios estaba haciendo yo allí?

 

—Creo que me ha matado —dijo Ivy de nuevo arrastrando las palabras conforme se quedaba dormida—. Creo que me he matado yo misma —dijo con voz infantil. Batió los párpados—. ?Estoy muerta, Rachel? ?Me vigilarás? ?Cuidarás de que el sol no me queme mientras duermo? ?Me mantendrás a salvo?

 

—Ssshh —susurré asustada—, duérmete, Ivy.

 

—No quiero estar muerta —masculló—. He cometido un error. No quiero serla heredera de Piscary. Quiero quedarme aquí contigo… ?Me puedo quedar aquí contigo? ?Me cuidarás?

 

—Ssshh —repetí acariciando su pelo—, duérmete.

 

—Hueles bien… como a naranjas —susurró, haciendo que se me acelerase el pulso. Al menos no olía a ella. Seguí moviendo la mano hasta que su respiración se hizo más lenta y profunda. Cuando se quedó dormida me pregunté si se pararía. Ya no estaba segura de si Ivy estaba viva o no.

 

Miré hacia la vidriera de colores por la que asomaba el alba. El sol saldría pronto y no sabía nada del tránsito de los vampiros, excepto que tenían que estar a dos metros bajo tierra o en una habitación totalmente oscura. Eso y que se levantaban hambrientos al siguiente anochecer. Oh, Dios, ?y si Ivy estaba muerta?

 

Miré en el joyero sobre su cómoda de caoba, en el que estaba su brazalete de ?En caso de muerte? que ella se negaba a llevar puesto. Ivy tenía un buen seguro médico, si llamaba al número grabado en la pulsera de plata, vendría una ambulancia en menos de cinco minutos, se la llevarían a un bonito agujero en la tierra del que emergería cuando fuese de noche como una renacida y bella no muerta.

 

Se me revolvió el estómago y me levanté para ir a mi habitación a por mi diminuta cruz. Si estaba muerta, tendría alguna reacción, incluso si aún estaba en tránsito. Una cosa era desmayarse en una iglesia y otra muy distinta que una cruz consagrada le tocase la piel.

 

Volví a su cuarto asqueada y con mis amuletos tintineando en la mano. Contuve la respiración y los sacudí sobre Ivy. No hubo ninguna respuesta. Le acerqué la cruz al cuello por detrás de la oreja, y respiré más tranquila cuando de nuevo no hubo ninguna reacción. Pidiéndole perdón en silencio por si me equivocaba, presioné la cruz contra su piel. No se movió. El pulso de su cuello continuó siendo lento y tranquilo. Cuando retiré la cruz su piel seguía blanca e intacta.

 

Me erguí dando gracias en silencio. No parecía estar muerta.

 

Lentamente salí de su habitación con sigilo y cerré la puerta tras de mí. Piscary había violado a Ivy por un motivo. Sabía que yo lo había averiguado. Ivy me había dicho que quería hablar conmigo. Si me quedaba en la iglesia iría a por mi madre primero, luego a por Nick y probablemente luego buscaría a mi hermano.

 

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