El bueno, el feo yla bruja

—Cuidado —susurró primero a mi izquierda y luego a mi derecha—. Ten cuidado, no podré detenerla si te ataca.

 

—No va a atacarme —dije a?adiendo el enfado a mi miedo, creando una combinación nauseabunda—. No se ha caído al pozo. Escúchala, alguien la ha empujado.

 

Ivy se estremeció al llegar al último escalón. Apoyó la mano en la puerta para sujetarse y dio un respingo como si se hubiese quemado. Como un animal, se revolvió, apartándose de mí. Caí al suelo jadeando y atónita. Su crucifijo había desaparecido.

 

Se quedó de pie delante de mí en el rellano de la iglesia. La tensión la hacía parecer más alta. Me miró fijamente y me quedé helada. No había nada en los ojos negros de Ivy, que brillaban con un hambre feroz, y entonces se abalanzó contra mí. No tenía escapatoria.

 

Ivy me agarró por el cuello y me dejó inmovilizada contra la puerta de la iglesia. Empecé a bombear adrenalina con fuerza con una dolorosa punzada. Su mano parecía una piedra caliente bajo mi barbilla. Espiré mi último aliento con un feo sonido. Me dejó colgada. La punta de mis dedos apenas rozaba el rellano de piedra. Aterrorizada intenté darle una patada, pero se pegó contra mí, atravesando mi bata con su calor. Se me salían los ojos de las cuencas e intenté separar sus dedos de alrededor de mi garganta.

 

Luchaba por respirar y la miré a los ojos. Estaban completamente negros bajo la luz de la farola. Miedo, desesperación, hambre, todo mezclado. Nada de eso era ella. Nada en absoluto.

 

—Me dijo que lo hiciese —dijo con su voz ligera como una pluma en contraste con su cara enajenada, terrorífica por un hambre desmedida—. Le dije que no lo haría.

 

—Ivy —dije ahogada logrando inspirar—, bájame. —De nuevo emití ese feo sonido cuando apretó la mano.

 

—?Así no! —chilló Jenks—. ?Ivy, esto no es lo que tú quieres!

 

Los dedos alrededor de mi cuello se apretaron. Mis pulmones luchaban por llenarse, sufriendo una sensación de quemazón. El negro de los ojos de Ivy aumentaba conforme mi cuerpo empezaba a apagarse. Me entró el pánico y alargué el brazo para conectar con la línea luminosa. La desorientación de la conexión pasó inadvertida entre el caos. Me tambaleaba por la falta de oxígeno y dejé que la corriente de poder saliese de mí como una explosión incontrolada.

 

Ivy salió despedida hacia atrás. Yo caí de rodillas, impulsada hacia delante incluso después de soltarme del cuello. Empecé a respirar con una áspera bocanada. El dolor recorrió todo mi cuerpo hasta el cerebro cuando mis rodillas golpearon contra la piedra del suelo. Tosí y me llevé la mano a la garganta. Inspiré una vez, y otra. Jenks era una mancha borrosa verde y negra. Los puntos negros bailaban delante de mí, se encogían y desaparecían.

 

Levanté la vista y vi a Ivy acurrucada en posición fetal contra la puerta cerrada. Tenía los brazos sobre la cabeza como si le hubiesen dado una paliza y se balanceaba de delante hacia atrás.

 

—Dije que no, dije que no, dije que no.

 

—Jenks —dije con dificultad mirándola a través de los mechones sueltos de mi pelo—, ve a buscar a Nick.

 

El pixie se quedó suspendido frente a mí mientras me ponía en pie tambaleante.

 

—No me voy a ninguna parte.

 

Me palpé el cuello y tragué.

 

—Ve a buscar a Nick, si es que no está ya de camino. Ha debido sentir la conexión con la línea luminosa.

 

—Deberías salir corriendo. Corre ahora que puedes —dijo con determinación.

 

Negué con la cabeza y observé a Ivy. Su habitual confianza en sí misma estaba hecha a?icos y no dejaba de balancearse y llorar. No podía irme. No podía marcharme solo porque sería más seguro para mí. Necesitaba ayuda y yo era la única que tenía posibilidades de sobrevivir a sus ataques.

 

—?Maldita sea! —gritó Jenks—. ?Te va a matar!

 

—Estaremos bien —dije acercándome a ella dando bandazos—. Ve a buscar a Nick, por favor. Lo necesito para superar esto.

 

El tono de su aleteo se elevaba y descendía con ostensible indecisión. Finalmente asintió y se marchó. El silencio de su ausencia me recordó la tranquilidad de una peque?a y destartalada habitación de hospital, cuando dos se quedaban en uno solo.

 

Tragué saliva y me apreté el cinturón de la bata.

 

—Ivy —susurré—. Vamos, Ivy, voy a llevarte dentro. —Reuní valor y alargué la mano temblorosa para ponerla en su hombro, retirándola rápidamente cuando ella se estremeció.

 

—Huye —susurró cuando dejó de balancearse y entró en una tensa inmovilidad.

 

El corazón me dio un vuelco cuando me miró con los ojos vacíos y el pelo revuelto.

 

—Huye —me repitió—. Si corres sabré qué hacer.

 

Temblaba e hice un esfuerzo por quedarme quieta, no quería despertar sus instintos.

 

Su rostro se quedó desencajado. A la vez que arrugaba la frente, un borde marrón apareció en sus ojos.

 

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