El bueno, el feo yla bruja

—Ten cuidado.

 

—Siempre lo tengo —dije sabiendo que no era lo suficientemente buena bruja como para tener que preocuparme por que quisiese ?retenerme?. Vi que el borde de sus orejas iba perdiendo lentamente su tono sonrojado. Entorné los ojos y me pregunté si de verdad eran un poquito puntiagudas o si sería mi imaginación. Era difícil de decir con el sombrero puesto.

 

—?No podrías reducir el número de sospechosos? —dije. Veinte mil dólares para escudri?ar los bajos fondos de Cincinnati y descubrir quién querría ponerle la zancadilla al se?or Kalamack, asesinando a sus potenciales empleados. Sí, parecía una misión facilísima.

 

—Tengo muchas ideas, se?orita Morgan. Muchos enemigos, muchos empleados.

 

—Y ningún amigo —a?adí insidiosamente mientras observaba a Sharps sobresalir del agua como una serpiente, como un monstruo del lago Ness en miniatura. Espiré provocando un sonido suave al imaginar lo que iba a decir Ivy cuando llegase a casa y le contase que estaba trabajando para Trent—. Si averiguo que estás mintiendo, iré a por ti yo misma, Kalamack, y esta vez el demonio no fallará.

 

Soltó una carcajada burlesca y me volví hacia él.

 

—No te marques un farol. No fuiste tú quien envió el demonio contra mí la primavera pasada.

 

La brisa se volvió fría y me acurruqué en mi chaqueta al girarme.

 

—?Cómo lo…?

 

Trent miró a lo lejos, más allá de los estanques.

 

—Tras escuchar tu conversación con tu novio en mi oficina y ver tu reacción ante el demonio supe que tenía que haber sido otra persona, aunque admito que verte maltrecha y amoratada después de liberar al demonio para que fuese a matar a quien lo había invocado casi me convenció.

 

No me gustaba que me hubiese escuchado hablando con Nick, ni que hubiese actuado exactamente de la misma forma que yo cuando logré controlar a Algaliarept. Trent ara?ó el suelo con los zapatos y una cautelosa mirada inquisitiva surgió en sus ojos.

 

—Tu cicatriz de demonio… —Titubeó y la expresión de emoción angustiada se afianzó—. ?Fue un accidente? —terminó de decir.

 

Observé las ondas que Sharps dejaba al desaparecer.

 

—Me desangró hasta tal punto que… —Me detuve y apreté los labios. ?Por qué le estaba contando esto?—. Sí, fue un accidente.

 

—Bien —dijo sin apartar la vista del estanque—, me alegra escucharlo.

 

Imbécil, pensé, imaginándome que quienquiera que hubiese enviado a Algaliarept a por nosotros habría sufrido un doble y doloroso revés aquella noche.

 

—Está claro que a alguien no le gustó vernos hablar —dije y entonces me quedé paralizada. La cara se me heló y contuve la respiración. ?Y si los ataques contra ambos y la reciente ola de violencia estaban relacionados? ?Quizá yo tenía que haber sido la primera víctima del cazador de brujos?

 

El corazón me latía con fuerza y me quedé inmóvil, pensando. Todas y cada una de las víctimas había muerto sufriendo su peor pesadilla personal: el nadador, ahogado, el cuidador de ratas, abierto en canal y devorado vivo, dos mujeres, violadas, un hombre que trabajaba con caballos, aplastado. A Algaliarept le pidieron que me matase aterrorizándome, que se tomase el tiempo necesario para averiguar cuál era mi mayor miedo. Maldición. Era la misma persona.

 

Trent inclinó la cabeza ante mi silencio.

 

—?Qué pasa? —me preguntó.

 

—Nada. —Apoyé todo el peso sobre la barandilla y dejé caer la cabeza entre mis manos, intentando no desmayarme. Glenn llamaría a alguien y se acabaría todo.

 

Trent se apartó de la barandilla.

 

—No —dijo y levanté la cabeza—, ya te he visto esa misma mirada dos veces antes, ?qué pasa?

 

Tragué saliva.

 

—Se suponía que debíamos ser las primeras víctimas del cazador de brujos. Intentó matarnos a los dos y desistió cuando le demostramos que podíamos vencer a un demonio y dejé claro que no iba a trabajar para ti. únicamente los brujos que aceptaron trabajar para ti fueron asesinados, ?no?

 

—Todos accedieron a trabajar para mí —dijo en voz baja y tuve que reprimir un escalofrío por el modo en el que sus palabras recorrieron mi espina dorsal—. Nunca se me había ocurrido relacionar ambas cosas.

 

No se podía acusar a un demonio de asesinato porque no había forma de retenerlo si lo condenaban. Los tribunales hacía tiempo que habían decidido tratar a los demonios como armas, a pesar de que la equiparación no fuese muy exacta. En ellos intervenía la libertad de elección, pero siempre que el pago fuese proporcional con la tarea, un demonio nunca rechazaba un asesinato. Sin embargo, alguien tenía que invocarlo.

 

—?Te dijo el demonio en algún momento quién lo había enviado para matarte? —le pregunté. Si fuese así serían los veinte mil dólares ganados con mayor facilidad de mi vida, qué Dios me ayude.

 

La ira acompa?ada del miedo se reflejó en la cara de Trent.

 

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