El bueno, el feo yla bruja

—?Fue él quien mató a esos brujos? —respondió desde el pasillo hacia su cuarto. Seguí su voz a través del salón para encontrármelo sacando todas las cosas de su vestidor y apilándolas sobre la cama con una rapidez metódica.

 

—No, no creo que lo hiciese. —Que Dios me ampare si he malinterpretado sus se?ales.

 

Nick me pasó un montón de toallas verdes nuevas y esponjosas.

 

—Entonces, ?qué problema hay?

 

—El tío es un traficante de biofármacos y de azufre —dije haciendo malabarismos con las toallas para coger el par de enormes botas de jardinero que me estaba dando. Reconocí que eran las que estaban en nuestro campanario y me pregunté por qué las seguía guardando—. Trent está intentando hacerse con los bajos fondos de Cincinnati y yo estoy trabajando para él. Ese es el problema.

 

Nick sacó sus sábanas de repuesto y pasó junto a mí para dejarlas sobre la cama.

 

—No estarías ayudándole si no pensases que no lo hizo —dijo al volver—. ?Y por veinte mil dólares? Con veinte mil dólares podrás pagarte muchas sesiones de terapia si te equivocas.

 

Hice una mueca. No me gustaba su filosofía de que el dinero lo arregla todo. Supongo que haber crecido viendo a tu madre luchar por cada dólar marcaba bastante, pero a veces me cuestionaba las prioridades de Nick. Pero esto tenía que averiguarlo en primer lugar para salvar mi propio pellejo y además, ni en broma iba a ayudar a Trent a librarse de toda sospecha gratis.

 

Me quedé de pie a un lado del pasillo mientras Nick pasaba con una monta?a de jerséis. El armario estaba despejado, tampoco es que tuviese gran cosa dentro. Tras dejarlo todo en el suelo, cogió las toallas y las botas de mis brazos y las sumó al montón de la cama antes de volver al vestidor. Arqueé las cejas sorprendida cuando lo vi levantar un trozo cuadrado de moqueta para dejar al descubierto un círculo y un pentagrama grabados en el suelo.

 

—?Lo invocas dentro del vestidor? —dije con incredulidad.

 

Nick levantó la cabeza para mirarme desde donde estaba arrodillado con expresión taimada.

 

—Encontré el círculo ya hecho cuando me mudé —dijo—. ?No te parece bonito? Está hecho de plata. Lo he comprobado y es casi el único punto del piso donde no hay conducciones de gas ni de electricidad. Hay otro en la cocina que se puede ver con luz negra, pero es más grande y no soy capaz de hacer un círculo lo suficientemente fuerte como para impedir que entre.

 

Lo observé mientras quitaba los estantes de los soportes con un golpe seco por debajo y las iba apilando contra la pared del pasillo. Una vez que terminó, salió del vestidor y me ofreció la mano para unirme a él. Me quedé mirándolo, atónita.

 

—Al dijo que se suponía que era el demonio el que debía estar dentro del círculo, no quien lo invoca —dije.

 

Nick dejó caer la mano.

 

—Forma parte del contrato de prueba. En realidad no estoy invocándolo sino solicitando una audiencia con él. Puede rechazarla y no aparecer, aunque eso no ha sucedido desde que me diste la idea de meterme yo dentro del círculo en lugar de a él. Ahora aparece solo para reírse un rato. —Nick volvió a ofrecerme su mano—. Entra, quiero asegurarme de que cabemos los dos.

 

Miré hacia el trozo de salón que podía ver desde aquí. No quería meterme en un armario con Nick. Bueno, al menos no en estas circunstancias.

 

—?Por qué no usamos mejor el círculo de la cocina? —le sugerí—. No me importa cerrarlo yo.

 

—?Quieres arriesgarte a que piense que has sido tú la que lo ha invocado a él? —me preguntó Nick con las cejas arqueadas.

 

—No es ?a él?, es ?eso?, es un demonio —dije pero ante su expresión desesperada acepté su mano y entré en el armario. Inmediatamente Nick me soltó y comprobó dónde quedaban nuestros codos. El vestidor tenía un tama?o razonable y era profundo. Ahora no estaba mal, pero si a?adíamos a un demonio intentando entrar, resultaría algo claustrofóbico.

 

—Puede que no sea tan buena idea —dije.

 

—No pasará nada. —Los movimientos de Nick se volvieron rápidos y entrecortados al salir del armario para sacar la última estantería que quedaba sobre nuestras cabezas. Sacó una caja de zapatos y la abrió para dejar ver una bolsita de autocierre con cenizas grises y una docena de velas de color verde lechoso ya quemadas. Abrí la boca al reconocer las mismas velas que había encendido la noche que estuvimos, eh, aprovechando todas las posibilidades que ofrecía la ba?era de Ivy. ?Qué hacían en una caja junto con las cenizas?

 

—Esas velas son mías —dije descubriendo ahora dónde se habían metido.

 

Nick dejó la caja sobre la cama, sacó la bolsa de las cenizas y la vela más larga y se fue al salón. Oí un golpe y reapareció enseguida arrastrando el taburete sobre el que había puesto la maceta que le regalaron en la inauguración del piso. Sin decir ni una palabra colocó la vela donde antes estaba la cala blanca.

 

—Cómprate tus propias velas para invocar demonios —dije ofendida.

 

Frunció el ce?o y abrió el cajón bajo el taburete para sacar una caja de cerillas.

 

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