El hormigueo en las palmas se convirtió en un picor.
—Lo siento —dije—, no sabía que sentías todo esto. ?Es por eso por lo que no has podido dormir? ?Te he estado despertando?
—No, no te preocupes por eso.
Comencé a dar golpecitos con los tacones. Las sacudidas me subían por las pantorrillas como si fueran de fuego.
—Tenemos que romper el encantamiento —dije con gran nerviosismo—. ?Cómo puedes aguantar esto?
—Cállate, Rachel. Estoy intentando concentrarme.
—Lo siento.
Dejó salir el aire lentamente y no me sorprendí cuando dio un respingo por el repentino corte de energía de siempre jamás que sentía recorriendo su cuerpo, bueno, el de ambos.
—El círculo está cerrado —dijo casi sin aliento y me reprimí las ganas de comprobarlo. No quería ofenderlo y tras experimentar su construcción, sabía que estaba bien hecho—. No estoy seguro, pero creo que al llevar en mí parte de tu aura, tú también puedes romper el círculo.
—Tendré cuidado —dije sintiéndome de pronto mucho más nerviosa—. ?Y qué pasa ahora? —le pregunté mirando a la vela sobre la banqueta.
—Ahora tengo que invitarle a venir.
Reprimí un escalofrío cuando las palabras en latín fluyeron de los labios de Nick. Hice una mueca con la boca por lo ajeno que me resultaba. Conforme hablaba, su rostro parecía tomar otro cariz, sus ojeras aumentaron, dándole un aspecto enfermizo. Incluso su voz cambió, ahora era más resonante y parecía tener eco en mi cabeza. De nuevo creció la energía de siempre jamás, aumentando hasta ser casi insoportable. Estaba tan inquieta y nerviosa que casi me sentí aliviada cuando Nick dijo el nombre de Algaliarept con lenta y cuidadosa precisión.
Nick dejó caer los hombros y respiró hondo. En el estrecho vestidor olía a sudor por encima de su desodorante. Sus dedos se deslizaron hasta mi mano, apretándola brevemente antes de dejarla caer. Oía el tictac del reloj del salón y el ruido del tráfico de la calle sonaba amortiguado a través de la ventana. No pasó nada.
—?Se supone que tiene que pasar algo? —pregunté empezando a sentirme como una tonta, allí de pie dentro del vestidor de Nick.
—Puede que tarde un rato. Como te dije, es un contrato de prueba, no el de verdad.
Respiré lentamente tres veces sin dejar de escuchar atentamente.
—?Cuánto rato?
—Desde que empecé a meterme en el círculo yo en lugar de él, unos cinco o diez minutos.
El estado de ánimo de Nick se iba relajando y notaba su calor a través de nuestros hombros que casi se rozaban. Una ambulancia sonó a lo lejos hasta desaparecer.
Miré la vela ardiendo.
—?Qué pasa si no aparece? —pregunté—. ?Cuánto tiempo tenemos que esperar antes de salir del armario?
Nick me dedicó una sonrisa evasiva, como la de un extra?o en el ascensor.
—Eh, yo no saldría del círculo hasta el amanecer. Hasta que no aparezca y podamos desterrarlo de vuelta a siempre jamás, podría presentarse en cualquier momento.
—?Quieres decir que si no se presenta vamos a estar atrapados en el armario hasta el alba?
Asintió e inmediatamente sus ojos se apartaron de golpe al oler a ámbar quemado.
—Ah, bien, ha venido —susurró Nick irguiéndose.
?Ah, bien, ha venido?, repetí sarcásticamente para mis adentros. Que Dios me ayudase, mi vida estaba muy jodida.
El montoncito de cenizas al final del pasillo estaba cubierto por una neblina de siempre jamás que crecía con la velocidad del agua fluyendo de abajo a arriba, hasta adoptar la forma imprecisa de un animal. Me esforcé por respirar con normalidad cuando vi que le aparecían ojos, rojos y naranjas y oblicuos como los de una cabra. Se me hizo un nudo en el estómago cuando se formó un hocico salvaje que dejaba gotear la saliva hasta la moqueta incluso antes de que terminase de materializarse en un perro del tama?o de un poni, el mismo que recordaba del sótano de la biblioteca de la universidad. Era el miedo de Nick hacia los perros hecho carne.
Jadeaba ásperamente y el sonido despertaba en mí un miedo instintivo desde lo más profundo de mi alma que desconocía tener. Se sacudió y aparecieron sus zarpas acabadas en u?as y unos poderosos cuartos traseros. Los últimos restos de la neblina formaron un espeso pelo amarillo. Junto a mí, Nick se estremeció.
—?Estás bien? —le pregunté y el asintió, pálido.
—Nicholas Gregory Sparagmos —dijo el perro arrastrando las sílabas y sentándose sobre sus caderas, ofreciéndonos una salvaje sonrisa perruna—. ?Otra vez, peque?o hechicero? Acabo de estar aquí.
?Gregory?, pensé cuando Nick me lanzó una mueca impenitente. ?El segundo nombre de Nick era Gregory? ?Y qué había conseguido a cambio de decirle eso?
—?O es que me has llamado para impresionar a Rachel Mariana Morgan? —concluyó el demonio sacando una larga lengua roja y volviendo su sonrisa perruna hacia mí.