Miré a Trent y advertí que estaba levantándose para acercarse a mí.
—?Ha estado alguien merodeando por tu puente esta ma?ana? ?Alguien que pudiese haber dejado algún hechizo o encantamiento?
El remolino de agua aceitosa se trasladó al otro lado del puente, hacia una zona entre sol y sombra donde lo perdí de vista.
—Seis ni?os estuvieron tirando piedras desde el puente, un perro se meó en un pilar, tres humanos adultos, dos paseantes, un hombre lobo y cinco brujos. Antes del amanecer vinieron dos vampiros. Alguien recibió un mordisco. Olí la sangre que cayó en la esquina sudoeste.
Miré sin ver nada.
—Pero nadie dejó nada, ?no?
—Solo la sangre —susurró sonando como las burbujas contra las rocas.
Trent se había levantado y se estaba sacudiendo los pantalones. Se me aceleró el pulso y me coloqué bien la camisa debajo de la chaqueta.
—Gracias, Sharps. Vigilaré tu puente si quieres ir a nadar un poco.
—?De verdad? —dijo con tono de incredulidad y esperanzado—. ?Haría eso por mí, agente Morgan? Es una mujer estupenda. —La mancha de agua morada vaciló—. ?No dejará que nadie se quede con mi puente?
—No. Puede que me tenga que marchar apresuradamente, pero me quedaré tanto como pueda.
—Una mujer estupenda —repitió el trol. Me incliné hacia delante para observar un sorprendentemente largo lazo morado deslizarse bajo el puente y fluir entre las rocas, hacia el estanque de aguas más profundas en la parte baja. Trent y yo tendríamos más que suficiente privacidad, pero sabía que el instinto territorial de los trol era tan fuerte que Sharps no me quitaría ojo de encima. Me sentí injustificadamente segura teniendo a Glenn a un lado desde los servicios de caballeros y a Sharps en el agua por el otro.
Di la espalda al sol y a los ojos de Glenn y me apoyé contra la barandilla del puente para ver a Trent acercarse por la hierba hasta mí. Sobre la manta dejó colocados artísticamente dos vasos de vino, una botella metida en hielo y un cuenco de fresas fuera de temporada que hacían pensar que estuviésemos en junio y no en septiembre. Caminaba con paso premeditado y seguro en la superficie, pero notaba que en el fondo estaba cargado de nerviosismo, dejando entrever lo joven que era en realidad. Se había cubierto su pelo rubio con un sombrero ligero contra el sol para proporcionar sombra a su cara. Era la primera vez que lo veía con otra cosa que no fuese un traje de hombre de negocios y ahora resultaría fácil olvidar que era un asesino y un capo de los fármacos ilegales. Su confianza labrada en las salas de juntas seguía ahí, pero su delgada cintura, sus anchos hombros y suave rostro le hacían parecer más bien un joven papá especialmente en forma.
Su atuendo informal acentuaba su juventud en lugar de ocultarla, como hacían sus trajes de Armani. Bajo los pu?os de su bonita camisa asomaban unos pelillos rubios y por un momento pensé que probablemente fuesen tan suaves y finos como el claro cabello que el viento movía sobre sus orejas. Arrugaba sus ojos verdes al acercarse. Entornaba los ojos por efecto del reflejo del sol o por preocupación. Yo diría que por lo segundo, ya que traía las manos a la espalda para que no pudiese estrecharle la mano.
Trent caminó con paso más lento al poner el pie sobre el puente. Sus expresivas cejas estaban oblicuas y me recordó su expresión de miedo cuando Algaliarept se convirtió en mí. Había solo una razón por la cual el demonio podría haber hecho eso: Trent me tenía miedo, bien por creer erróneamente que yo había enviado a Algaliarept para atacarle, o por haber logrado colarme en su oficina tres veces en tres semanas, o porque sabía qué era.
—Por nada de eso —dijo haciendo rechinar los zapatos al detenerse. Una sensación de frío me invadió.
—?Cómo has dicho? —tartamudeé, irguiéndome y apartándome de la barandilla.
—No me das miedo.
Me quedé mirándolo fijamente mientras su voz se fundía con el murmullo del agua que nos rodeaba.
—Ni tampoco puedo leerte la mente, solo interpreto tu rostro.
Empecé a respirar con un suave jadeo y cerré la boca. ?Cómo podía haber perdido el control tan rápido?
—Ya veo que te has encargado del trol —dijo.
—Y del detective Glenn también —dije asegurándome de que no se me había escapado ningún rizo de la trenza—. No nos molestará a menos que hagas algo estúpido.
Su mirada se tensó ante el insulto. No se movió, manteniendo un metro y medio entre nosotros.
—?Dónde está tu pixie? —me preguntó.
Me puse derecha, irritada ante su comentario.
—Se llama Jenks y está en otro sitio. No sabe que estoy aquí y preferiría dejarlo así porque es un bocazas.