El bueno, el feo yla bruja

—No vas a decirle que lo sabes —dijo Ivy echándome una mirada compungida antes de apoyarse contra el mostrador en una descarada demostración de que sabía mantener las distancias.

 

—Tengo que hablar con Trent. él hablará conmigo si le menciono esto. No me pasará nada, todavía tengo algo para chantajearlo.

 

—Edden te lanzará a la cara un pleito por acoso si te atreves tan siquiera a llamarlo —me advirtió Ivy.

 

Mis ojos se posaron en la bolsa de galletas con su peque?o dibujo de un roble y un cartel de madera. Me moví lentamente y me acerqué el paquete para sacar una figura con todos sus miembros intactos. Los ojos de Ivy se fijaron en el celofán y luego se elevaron hasta mí. Casi pude ver sus pensamientos coincidir con los míos. Me dedicó una de sus escasas sonrisas sinceras, dejando entrever solo un ínfimo brillo de sus dientes al mismo tiempo que una mirada maliciosa, aunque casi tímida, le devolvió la vida a sus ojos.

 

Me recorrió un escalofrío que me tensó las entra?as.

 

—Creo que ya sé cómo atraer su atención —dije dándole un mordisco a la cabeza de la galleta cubierta de chocolate y limpiándome las migas de los labios. Pero en el fondo de mi mente un nuevo interrogante empezó a preocuparme, despertado por la constante preocupación de Nick. ?La emoción que sentía era por la anticipación ante una futura conversación con Trent… o era por esa breve visión de sus dientes blancos?

 

 

 

 

 

23.

 

 

El clamor del motor diésel del autobús me resultó odioso cuando arrancó de nuevo e intentó ganar velocidad en la cuesta arriba. Me quedé en la acera llena de malas hierbas esperando a que pasase antes de cruzar la calle. El suave rugido de los coches hacía de sonido de fondo reconfortante para el sonido de pájaros, insectos y el ocasional graznido de un pato. Me giré al notar que alguien me miraba.

 

Era un hombre lobo con el pelo negro hasta los hombros y un cuerpo trabajado que dejaba traslucir que corría tanto sobre dos piernas como a cuatro patas. Desvió su atención de mí hacia el parque y se hundió un poco más en el árbol contra el que se apoyaba, mientras se ajustaba su gastada chaqueta de piel. Se me alteró el paso al reconocerlo de la universidad, pero apartó la mirada y se caló el sombrero hasta los ojos, ignorándome. Quería algo, pero era obvio que sabía que estaba ocupada y no parecía importarle esperar.

 

Los solitarios eran así, y a juzgar por su aspecto seguro de sí mismo y reservado me imaginé que eso es lo que era. Probablemente tenía una misión para mí y no quería llamar a mi puerta. Se sentiría más cómodo esperando a abordarme en un momento menos ocupado. Ya me había pasado antes. Los lobos solían pensar que las personas que vivían en suelo consagrado eran misteriosas y esotéricas.

 

Aprecié su profesionalidad y avancé en dirección opuesta al autobús, notando el sol de mediodía cálido sobre los hombros. Me gustaba Eden Park, especialmente esta esquina poco frecuentada. Nick trabajaba en el museo de arte al final de la calle, limpiando las piezas expuestas, y ocasionalmente quedábamos para tomar mi almuerzo y su cena al aire libre, con vistas a Cincinnati. Pero mi lugar favorito era el extremo orientado hacia el otro lado, con vistas al río y a los Hollows.

 

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