El bueno, el feo yla bruja

Deprimida, me quité el sombrero y lo colgué en la silla. Lo siguiente fueron los tacones que me quité de una patada, enviándolos a través del arco hasta la salita donde cayeron con un fuerte golpe. Descalza, me derrumbé en una silla junto a la mesa y me aferré a mi zumo como si fuese la última cerveza a la hora de cerrar. Había una bolsa de galletas abierta en la mesa y me la acerqué. El chocolate mejoraría las cosas si me comía la cantidad suficiente.

 

Ivy se estiró para dejar el dinero en el tarro encima de la nevera. No era el sitio más seguro para dejar el dinero que reuníamos para pagar las facturas, pero ?quién iba a robarle a una vampiresa Tamwood? Sin decir nada se deslizó en su silla frente a mí, en la otra punta de la mesa. El ventilador de su ordenador entró en funcionamiento al mover el ratón. Mi malhumor se iba disipando. No se había ido. Estaba trabajando en su ordenador y yo estaba en la misma habitación que ella. Quizá se sintiese lo suficientemente segura como para escucharme al fin.

 

—Ivy… —empecé a decir.

 

—No —dijo mirándome con ojos asustados.

 

—Solo quería decirte que lo siento —dije apresuradamente—. No te vayas, ya lo dejo. —?Cómo podía alguien tan fuerte y poderoso tener tanto miedo de sí misma? Ivy era una mezcla en conflicto de fuerza y vulnerabilidad que yo no era capaz de comprender.

 

Sus ojos vagaron por toda la habitación para evitar los míos. Lentamente su tensa postura se fue relajando.

 

—Pero no fue culpa tuya —susurró.

 

Entonces, ?por qué me siento como una mierda?

 

—Lo siento, Ivy —dije atrayendo su mirada hacia mis ojos durante un breve instante. Eran tan marrones como el chocolate, sin rastro de negro bordeándolos—. Es que…

 

—Para —dijo bajando la mirada hacia su mano aferrada a la mesa. Aún tenía las u?as brillantes por la laca transparente que se había puesto para ir a Piscary's. Hizo un esfuerzo visible por relajar la mano—. Yo… no volveré a pedirte que seas mi heredera si no vuelves a sacar el tema. —Las últimas palabras sonaron vacilantes, inquietantes por su vulnerabilidad.

 

Era casi como si supiese lo que iba a decir y no pudiese soportar oírlo. No pensaba convertirme en su heredera… no podría. El lazo que nos vincularía sería demasiado corto y me robaría mi independencia. Y aunque sabía que en el universo de los vampiros el intercambio de sangre no se equiparaba necesariamente con el sexo, para mí eran lo mismo y no quería tener que decirle ??podemos ser solo amigas??. Estaba muy trillado y era degradante, a pesar de que eso era precisamente lo único que yo quería. Pero ella lo entendería como una frase para cortar, que era para lo que la mayoría de la gente la usaba. Me caía demasiado bien como para hacerle da?o de esa forma y sabía que su promesa no era consecuencia de ningún resentimiento persistente. No me pediría que fuese su heredera porque no quería sufrir el dolor de otro rechazo.

 

No entendía a los vampiros, pero así estaban las cosas entre Ivy y yo.

 

Me miró a los ojos con una indecisa seguridad que se fue afianzando al ver mi silenciosa aceptación para ignorar lo que había sucedido. La tensión de sus hombros se disipó y recuperó una pizca de su habitual confianza. Pero a pesar de estar sentada en nuestra cocina con los pies al sol, me invadió una sensación de frialdad al admitir que la estaba utilizando. Ella me ofrecía libremente su protección contra los numerosos vampiros que se aprovecharían de mi cicatriz. En el fondo estaba salvaguardando mi libertad y estaba dispuesta a hacerlo sin que le pagase de la forma habitual para los vampiros. Que Dios me perdone, pero eso me bastaba para odiarme a mí misma. Ivy quería algo que yo no podía darle y se contentaba con aceptar mi amistad con la esperanza de que algún día le quisiese dar algo más.

 

Respiré lentamente viendo cómo fingía que no se había dado cuenta de que la observaba mientras aclaraba mis ideas. No podía irme. Y era por algo más que por no querer perder a la única amiga de verdad que había tenido en ocho a?os, o mi deseo de ayudarla en la guerra que lidiaba consigo misma. Era por el miedo a convertirme en un juguete a manos del primer vampiro con el que me topase en un momento de debilidad. Estaba atrapada en la sensación de seguridad que me proporcionaba y el tigre que había en mí estaba dispuesto a comer de su mano y a ronronear aun sabiendo que Ivy encontraría la manera de hacerme cambiar de idea. Estupendo, seguro que no tenía problemas para dormir esa noche.

 

La mirada de Ivy se cruzó con la mía y su respiración vaciló un instante al darse cuenta de que finalmente lo había entendido.

 

—?Dónde está Jenks? —me preguntó girándose hacia la pantalla del ordenador como si no hubiese pasado nada.

 

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