—No —dijo Edden metiendo la marcha atrás—, tengo que hablar contigo.
—Claro —dije al no ocurrírseme nada mejor. Se me escapó un suspiro de frustración y me sorprendí al ver a Quen. Estaba de pie inmóvil a la sombra del viejo roble. No había ninguna expresión en su rostro. Debía haber oído toda la conversación que acababa de tener con Glenn acerca de Trent. Me recorrió un escalofrío y me pregunté si me acababa de apuntar en la lista de ?gente especial? de Quen. Con sus ojos verdes fijos en mí con una espeluznante intensidad, Quen levantó el brazo para colgarse de una rama baja y columpiarse con tanta facilidad como si cogiese una flor y desapareció en la frondosidad del viejo roble como si nunca hubiese existido.
22.
Edden entró con el coche en el diminuto aparcamiento cubierto de malas hierbas de la iglesia. No había dicho casi nada durante el camino a casa, pero sus nudillos blancos y el cuello rojo me decían lo que pensaba de la fluida verborrea que le venía soltando desde que me había confesado el motivo por el cual me estaba haciendo de chófer.
Poco después de que se encontrase el cuerpo había empezado a comentarse a través de la radio que yo debía ser ?eliminada de la nómina de la AFI?. Al parecer se había filtrado que una bruja les estaba ayudando y la SI había protestado. Podría haberlo capeado si Glenn se hubiese molestado en explicarles que yo era una simple asesora externa, pero no había dicho nada. Al parecer aún se quejaba de que había contaminado la escena del crimen. El hecho de que de no ser por mí no tendría ninguna escena del crimen no pareció importarle.
Edden detuvo el coche bruscamente, se quedó mirando por la ventanilla y esperó a que yo saliese. Tenía que reconocerle el mérito. No era fácil quedarse sentado escuchando mientras alguien comparaba a tu hijo con las ventosas de un calamar y el guano de murciélago en la misma frase. Me quedé donde estaba con los hombros hundidos. Si salía, eso significaría que se había acabado y no quería que se acabase. Además, aguantar una retahíla de veinte minutos era agotador y probablemente lo que debía hacer era disculparme. Mi brazo colgaba por fuera de la ventanilla abierta y oía a alguien tocar al piano una elaborada y complicada música, del tipo que algunos compositores escribían para presumir de su habilidad más que como una expresión artística. Cogí aire.
—Si pudiese hablar con Trent…
—No.
—?Puedo por lo menos escuchar la grabación de sus entrevistas?
—No.
Me froté la sien y un rizo suelto me hizo cosquillas en la mejilla.
—?Cómo se supone que voy a hacer mi trabajo si no me dejan hacer nada?
—Ya no es tu trabajo —dijo Edden. Su tono de rabia me hizo levantar la cabeza Seguí mi mirada hacia los ni?os pixie que se deslizaban por el campanario subidos en diminutos cuadraditos de papel encerado que les había recortado ayer. Con el cuello rígido, Edden se revolvió en el asiento para sacarse la cartera del bolsillo trasero. La abrió con un golpe de mu?eca y me dio unos billetes.
—Me han dicho que te pague en metálico. No lo declares a Hacienda —dijo con tono inexpresivo.
Apreté los labios y le arrebaté los billetes de la mano para contarlos. ?En metálico? ?Directamente del bolsillo del capitán? Alguien acababa de entrar en el modo ?cubrirse las espaldas?. Se me tensó el estómago al darme cuenta de que era mucho menos de lo que habíamos acordado. Llevaba casi una semana con esto.
—Y el resto me lo darás más tarde, ?no? —le pregunté mientras me lo metía en el bolso.
—La dirección no va a pagar las clases canceladas de la doctora Anders —dijo sin mirarme.
Volvía a estar tiesa. No me apetecía nada tener que decirle a Ivy que me faltaba dinero para el alquiler. Abrí la puerta y salí del coche. Si no hubiese sabido que era imposible, habría dicho que el piano provenía de la iglesia.
—?Sabes qué te digo, Edden? —dije antes de cerrar de un portazo—. No vuelvas a llamarme.
—Madura de una vez, Rachel —dijo y me volví para mirarlo. Su redonda cara estaba tensa. Se inclinó sobre el asiento del copiloto para hablarme a través de la ventanilla—. Si llego a ser yo, te habría arrestado y entregado a la SI para que se divirtiesen contigo. Te dijo que esperases y pisoteaste su autoridad.
Me subí la correa del bolso en el hombro y dejé de fruncir el ce?o. No lo había pensado desde ese punto de vista.
—Mira —dijo al ver que por fin lo había comprendido—, no quiero romper nuestra colaboración. Quizá cuando las cosas se enfríen podríamos intentarlo de nuevo. Te conseguiré el resto de dinero de alguna forma.
—Sí, claro. —Me erguí con la idea reforzada de que se trataba de un estúpido acto reflejo de los altos mandos, pero pensando que quizá le debía una disculpa a Glenn.
—?Rachel?